Quemadura china, de la directora Verónica Perrotta, es una película sobre cómo escenificar el proceso de un duelo. La historia empieza con una herida explícita: Annie y Dani tienen grandes suturas en piernas y brazos. Los dos siameses están en proceso de curación, porque finalmente han decidido separarse y buscar su independencia. Aunque las cicatrices van cerrando, la herida se mantiene de diferentes formas.

Perrotta ha dedicado su vida a la actuación. Ha trabajado en películas destacadas del cine nacional (La teoría de los vidrios rotos, Flacas vacas) y ha escrito guiones (Las toninas van al este, con Gonzalo Delgado), en los que ya adelantaba su talento para la comedia. Además, es profesora de guion en la Udelar. Para quienes hemos seguido su carrera, Quemadura china no sólo abre una puerta a su universo personal, sino también compone una trama con el estilo único de su mirada autoral, en el que la comedia y la tragedia se encuentran en un viaje que subraya la ternura y lo absurdo.

Quemadura china nació como una obra de teatro que Perrotta estrenó en 2006 para sanar el fin de una relación con alguien a quien amaba mucho, según dijo. Hoy, como espectadora, resulta fascinante entrar en ese limbo y pasar lo que dura la película, inmersa en el viejo club Neptuno –un edificio que no termina de morir–, tratando de imaginar de qué se estará despidiendo Perrotta ahora mientras revive esta historia. Esta vez, es ella la que pone el cuerpo, los chistes y el desamor.

Paralelamente a la historia de los siameses aparece el detrás de escena: los actores se interpretan a sí mismos: la propia Perrotta, Néstor Guzzini, César Troncoso y Monina Bonelli. Esta mezcla de códigos –ficción y metaficción– es una de las marcas más auténticas de la propuesta. En esencia, se siente como una película de actores: una narrativa dominada por la dramaturgia, sobre todo por su elemento más orgánico, los cuerpos. Ese cambio de corporalidad nos saca de la historia de los siameses con el hermano Willy hacia la “realidad ficcionada del detrás de escena”. Sus cuerpos cuentan la transición: no se trata sólo de la separación explícita de los siameses, sino lo que constituye el verdadero corazón de la película, la despedida de Verónica Perrotta de su propia obra.

La programadora y directora Fran Bethoven me dijo: “Esta película me recuerda a la canción de Miranda! 'Uno los dos'”. Me parece una referencia atinada: “Tanto tiempo hemos sido uno los dos/ me preguntan a mí y contestás vos”, dice la canción. Con Quemadura china no sabemos muy bien si estamos frente a un duelo amoroso que no termina de sanar, o si esta vez es el desprendimiento de la propia obra lo que limpia con sangre las lágrimas que Perrotta sigue derramando.

Lo que sí sabemos es que se trata de un estreno con una libertad brutal en su propuesta, muy consciente de sí misma y con una capacidad de leer al público uruguayo, su folclore y los entretejes de una cultura como pocas veces se vio en la pantalla. La película duele y hace reír, pero sobre todo se despide con la valentía de quien se atreve a mirarse a sí misma.

Quemadura china. 76 minutos. En Cinemateca.