Hay un partido que es el más lindo para jugar: el que tiene una copa como premio. Claro que antes hay un recorrido con montones de resultados que te arrastran hasta ahí, pero ese partido es el mejor, el más motivador, ese que entra en la categoría de inolvidables.
A Peñarol el Torneo Clausura le costó muchísimo, pero al final se lo quedó. El mérito son los puntos, porque así se define el fútbol, aunque, por mucho que quieran las matemáticas, hay momentos en los que hay que ganar sí o sí. Y Peñarol ganó.
Hubo un partido clave: con Liverpool en Belvedere. El aurinegro venía barranca abajo en el ámbito local y en el internacional. Ese día, cuando se disputaba la cuarta fecha del Clausura, Peñarol ganó con contundencia 4-2 y tomó confianza. En ese momento empezó a medirse con Nacional –la alteridad de toda la vida entre ambos, aunque acá se refiera a la medición del primer puesto de la tabla–. Una vez Nacional perdió con Defensor Sporting y Peñarol quedó primero; parecía que el carbonero seguía de largo, pero en la mitad de la temporada aparecieron el verdugo Torque y Rampla Juniors, y los tricolores aprovecharon para ganar y apretar todo. Cabeza a cabeza, en el clásico Peñarol logró un empate casi en la hora y el Clausura le quedó match point. Tenía que ganar la siguiente.
Cronología
¡Pimba! Peñarol venció 1-0 a Progreso, con un gol en los descuentos del argentino Maximiliano Rodríguez, y se coronó campeón del Clausura cuando faltaba una fecha para el final del campeonato. Bien metida por lo hecho en el segundo tiempo. Los carboneros fueron más que su rival, generaron muchas ocasiones de gol, más allá de que no hayan convertido hasta el final porque la figura exuberante del partido fue el arquero de Progreso, Sebastián Fuentes. Sí: parecía que terminaba empatado a 0, pero el rosarino encontró la última bocha y la mandó guardar. Mérito al empuje, premio al querer.
Fuentes fue el responsable de que el primer tiempo terminara sin goles. Peñarol fue más, supo explotar mejor las bandas –en parte debido a la buena posesión del balón en la mitad de la cancha–, pero cada vez que llegó se encontró con el arquero de los gauchos dispuesto a ser protagonista. Al principio le atajó una al argentino Lucas Viatri y después otra a Giovanni González. En el medio, hay que decirlo, de a ratos Progreso encontró la pelota y le dio movilidad, siempre buscando las espaldas de los volantes carboneros. Tampoco generó tanto, pero al menos se acercó. Una vez que Peñarol tomó nuevamente las riendas del juego, llegaron otras chances de gol. El joven Darwin Núñez tiró dos veces desde lejos; en ambos casos se lució Fuentes.
Fuentes –sí, de nuevo– confirmó todo lo hecho para ser la figura del partido en el minuto 77, cuando hizo un atajada bárbara ante un tiro desde fuera del área y, acto seguido, le ahogó el grito al argentino Maxi Rodríguez. Pero Progreso no fue sólo el arquero y su buen rendimiento. En buena parte del segundo tiempo los gauchos del Pantanoso contaron con varias chances y exigieron mucho a la última zona carbonera. Kevin Dawson, para no ser menos que su colega, paró un par de esas que tenían gusto a gol. Las otras, que no fueron pocas, Progreso las tiró afuera.
Cuando el encuentro se iba y ya estaban en los descuentos, con mucho más deseo que buen fútbol, Peñarol se fue con la lanza arriba. Esa era la chance, porque el criterio no estaba. Y la encontró. Mérito enorme para Fabián Estoyanoff, quien, en una situación en la que se imponía patear cruzado, enganchó, miró atrás y se la dio a Maxi. El rosarino hizo explotar el Campeón del Siglo para la memoria de un wing derecho.
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