Ponele que sí, que fue porque estábamos en el Mundial de Rusia, y además tan lindo que nos iba, que nos fue. Acá y allá estábamos con la celeste, y no daba para andar comentando de los clubes de acá, mucho menos de dirigentes, de elecciones, de un equipo de la B, de Central, de sus jugadores, del Canario José Ignacio Villarreal, que se hizo y para siempre de Central después de haber venido del Peñarol de Treinta y Tres para Huracán Buceo, que jugó en Peñarol de Montevideo para ahí sí ir a Central, la selección, después Nacional, Rentistas y más. Ponele que haya sido así. Y sí, está bien en el mundo que nos tocó vivir. Nos llevan de un lado para otro con nuestros intereses, nuestras fatuas expectativas, y lo que los gerentes de programación deciden “es lo que la gente está esperando”. No hay lugar para las elecciones de un club de la B con un padrón de 400 electores.
Igual es raro. El tiempo ha pasado de julio para acá y el rezago informativo masivo en torno a este caso es llamativo, y no hay aquí ni intereses, ni pugna de poder, ni operaciones de ocultamiento, ni fake news. Nada. Hay desidia, desconocimiento, olvido y falta de interés, porque por una degenerada y vigente ley de mercado, interesa más -porque presumiblemente tendrá mucho mejor retorno comercial- un público foco fidelizado por una camiseta que aquello que en los manuales de periodismo básico definirían como noticioso, informativo o digno de análisis.
¿Que los gestores y actores de una de las más grandes hazañas de la historia de los clubes de fútbol de Uruguay hayan tomado la decisión de asumir como dirigentes en el club que los unió para siempre no es un hecho a informar y divulgar?
Arqueros, ilusionistas y goleadores
Lo cierto es que volviendo a marcar la historia, como lo hicieron en una de las más grandes hazañas del hazañoso fútbol uruguayo, 10 ex jugadores de fútbol partícipes directos del mayor logro de Central Español en su larguísima historia, campeones uruguayos en 1984, asumieron la dirección del mismo club en donde se convirtieron en héroes inolvidables. José Ignacio Villareal, Héctor Tuja, Obdulio Trasante, Carlos Barcos, Cesar Pereira, Rúben Borda, Tomás Lima, Fernando Madrigal, Eduardo Moreira, y Juan Mouro, desde aquellos insalubres vestuarios debajo de la caldera a leña, emergieron primero a la cancha para entrar en la historia y 30 años después a los escritorios del club para tratar ya no de igualar la historia, sino la de preservar el futuro. Y aquí está lo raro: nunca un jugador campeón uruguayo había sido presidente del club con el que había logrado la vuelta olímpica y seguramente la identificación para siempre. Fabián Canobbio, actual presidente de Progreso, fue campeón con Peñarol y Danubio. Y mucho menos la mitad de un plantel que construyó con sus piernas, sus sueños y sus ilusiones el hito histórico de un club de fútbol que anda correteando la pelota desde 1906, justamente cuando los jugadores eran pero no se podían reconocer asimismo como dirigentes, dado que eran ellos mismos, los footballers.
Otra vez en la hora
Desde julio de este año, el olimareño José Ignacio Villareal, el goleador de aquel Uruguayo 1984, y entre otras cosa autor de aquel inolvidable gol con el que Central venció a Huracán Buceo 2-1 para consagrarse campeón uruguayo (hizo los dos esa tarde), es el presidente de Central. Héctor Tuja, bi campeón (1983 en la B y 1984 en la A), además de golero menos vencido en ambas temporadas es el vicepresidente. Una posible línea de 4 de aquellas tardes gloriosas, Cesar Pereira –el mejor rematador de pelota quieta que vi en una cancha- , Obdulio Trasante, polivalente y corazón palermitano, Carlos Barcos y Tomás Tomate Lima están en la lista y ahora en acción como dirigentes. Rúben Roberto Borda y Fernando Madrigal, que desde niños se pusieron la camiseta de Central y le ponían pelotas de gol al Mosquito Villareal, ahora juegan con ropa de calle para su presidente en el club que los vio crecer. Eduardo Coco Moreira y Juan Mouro, los músicos palermitanos, ahora le hacen el mediocampo dirigencial a los palermitanos. Es un caso extrañísimo pero muy esperanzador y restañador del concepto de amor a la camiseta, en donde también están otros que ya no están en el país -el caso más paradigmático es el de Miguel Chino del Río, que está en Barcelona desde hace años. El otro día escuché a José Ignacio Villarreal en Derechos Exclusivos, en Radio Uruguay, y me dio calorcito en el alma. Creo que primero por esa acción maravillosa y primigenia de que los jugadores dirijan su juego. Evidentemente, en un deporte que se ha transformado en un producto comercial con altísimos desarrollos en el mundo de los negocios los futbolistas no se pueden encargar de todo, pero sí es innegociable que tengan acción y opinión en la organización del fútbol.
Pero además, porque me removió un colectivo de emociones que están siempre presentes, porque yo fui muy pero muy hincha de Central. Fueron muchos años de tardes de sábado galvanizando el umbral de la frustración deportiva de aquel niño. Muchas tardes de práctica sin resultados de aquel joven adolescente, muchos barros, barrios y partidos coronados por aquellas atrevidas vueltas olímpicas saltando el alambrado en 1983 y 1984, abrazando del cogote a aquellos que tarde a tarde preparaban el asalto al destino.
Héroes para siempre
Pero en el campeonato de los impensados, de los sin prensa, de los huérfanos de más preocupación que las que pudiesen tener ellos mismos hay colectivos que día a día van encendiendo más y más su llama de ilusión, a pesar de que nadie los ve. Están ahí firmes, incólumes, aunque el estabilishment los ve frágiles, invisibles, casi inexistentes.
Héctor Tuja, Javier Baldriz, Julio Garrido, Carlos Barcos, Obdulio Trasante, Miguel Berriel, Tomás Lima, Wilfredo Antúnez, César Pereira, Fernando Operti, Miguel del Río, Óscar Falero, Abel Tolosa, Uruguay Gussoni, José Villarreal, Fernando Vilar, Fernando Madrigal, Vicente Daniel Viera, Rúben Borda, Daniel Andrada, Eduardo Moreira y Paulo Silva son los heroicos campeones con Central en 1984, conducidos por Líber Arispe en la dirección técnica y Germando Adinolfi en la preparación física. Yo lo viví, nadie me lo contó, y aunque ustedes, héroes de cada una de mis tardes de aquellos años no ubiquen en una misma persona a este albañil de las letras de hoy con aquel soñador del fútbol de ayer, yo podría escribir un libro que no escribí, con una de las más grandes hazañas de las muchas que tiene el fútbol uruguayo.
Nunca y siempre
En tiempos de alta competencia, Uruguay había ganado el Mundialito en 1981, la Copa América en 1983, Nacional había sido campeón de América y del mundo en 1980, Peñarol había sumado otra vez los mismos títulos en 1982 y apenas había perdido la final de la Libertadores del 83. En un campeonato durísimo de todos contra todos era absolutamente impensado que un cuadro que venía de años en el ascenso, que no tenía más que jugadores de la B, y que encima había empezado perdiendo en casa en la primera fecha del torneo, pudiese llegar a pelear el campeonato. Contra todos los monstruos, recién venidos de allá abajo, todos contra todos a dos ruedas y frente a miles. Nadie lo hubiese imaginado. Ellos, nosotros sí. Y claro, primero es una sorpresa, después es una buena actuación, y después es esperar que ya van a caer. La historia ya se los contó, nunca cayeron. Nunca había pasado que un cuadro con jugadores que en un 90% venían de la B ganase un campeonato de la A. Nunca ha pasado, nunca ha vuelto a pasar. Nunca había pasado que esos mismos jugadores que señalaron el momento más alto de la historia de un club centenario volviesen 34 años después a arremangarse para sacar a ese, su club, en el que se juntan cada año para volverse a ver como en aquellos días, pero también para volver ver esa camiseta que los parió y los crió, o los acunó, o los hizo encontrarse en el fútbol y en la vida.
Ellos son Central, son el mejor Central de la historia y de la vida, son el Central desfalleciente y grave que encontraron hace unos meses, son los jugadores que ya no juegan pero siguen defendiendo la camiseta. Son el amor a la camiseta.