Ghana derrotó 5-0 a Uruguay en el debut en el Mundial sub 17 de fútbol femenino. Lejos de comprometer seriamente las posibilidades de pelear por la clasificación, o de sentirnos sorprendidos por la superioridad de la oncena africana, en el Charrúa sucedió lo más previsible, lo más proyectable entre estas formaciones. Ghana fue, como estaba previsto, muy superior, en el marco de una competencia muy desigual por el aspecto físico, que se ramifica y visibiliza en valores futbolísticos. Estas gurisas de entre 14 y 16 años, de una talla física estándar para Uruguay, no podían empardar o contener a las potentes y ágiles africanas, que además de su innegable superioridad física y futbolística tienen experiencia en el juego.
Hasta el primer gol las celestes pudieron dar buena batalla. Es más, incluso habiendo absorbido un segundo tanto casi inmediato, jugaron un primer tiempo interesante que puede servir de piedra de toque para pensar en los decisivos partidos del viernes con Nueva Zelanda y del martes con Finlandia.
Lejos del aquí no ha pasado nada, decimos que pasó lo previsible por los niveles de competencia. Las chiquilinas tienen plenas posibilidades de jugar por tratar de llegar a la próxima fase en este falso triangular que quedó armado junto con Nueva Zelanda y Finlandia. E irán por eso. La goleada no opaca la fiesta que significa haber inaugurado el Mundial a cancha llena, haber generado esa magnífica y sana expectativa de ver a nuestras gurisas y haber sentido los verdaderos valores de la competencia. No sería de recibo sentir o manifestar vergüenza ante tamaña derrota. Es más, sería impertinente que se trasladaran vicios de larga data que en el fútbol masculino de la categoría mayores recién han sido identificados y se ha intentado erradicar en la última década: nadie gana porque se ponga una camiseta celeste, nadie gana porque el rival sea un país que no se registra entre las potencias futbolísticas, nadie gana porque pueda proyectar la irracional idea de que se lleva de pesado a quien sea.
La fiesta de estar
Mucha emoción, mucha tensión, y a jugar. Cómo regular esas ganas, cómo manejar esos momentos en los que te explota el corazón. Las ghanesas expusieron desde el arranque su manifiesta superioridad física. Son más grandes, más potentes y más experientes. ¿Cómo neutralizaron esta superioridad las chiquilinas uruguayas? Mucha concentración, gran esfuerzo y convicción en sus posibilidades. En el arranque del encuentro no hay diferencias y se puede soñar.
Ghana fue una y otra vez sobre el arco de Jennifer Sosa, pero las uruguayas no desesperaron. Con orden y redoblando el esfuerzo, resolvieron los ataques africanos y apostaron a las virtudes de las delanteras, la montevideana Belén Aquino y la palmirense Esperanza Pizarro, apoyadas por la duraznense Micaela Domínguez. Fueron 15 minutos de altísima intensidad, durante los cuales las uruguayas supieron sufrir el partido con el inmenso despliegue de Cecilia Gómez y Sasha Larrea. Fueron 20 minutos del partido soñado, del partido planeado, del partido perfecto a pesar de tanta diferencia.
Y después...
En el minuto 20, un desborde potentísimo por la izquierda encontró sola, a la altura del punto penal, a Mumuni, quien con calidad venció a Sosa. A partir de ese instante las uruguayas enfrentaron una nueva experiencia: cómo jugar en desventaja ante un rival muy superior. Rápidamente y tras un nuevo desborde por la izquierda, llegó el segundo gol de las africanas cuando Mukarama conectó de cabeza.
A los 30 minutos, Maytel Costa entró por Solciré Pazos: por esa zona habían avanzado muchísimo las africanas. Ariel Longo, el entrenador, procuró reordenar las acciones defensivas y se quedó con tres zagueras; la capitana Daniela Olivera rompía un poco más adelante que sus compañeras.
La golera Sosa intentó cortar una acción de gol –la pelota terminó en las redes pero la jugada estaba invalidada– y resultó muy golpeada, por lo que debió salir del campo de juego y fue sustituida por Agustina Caraballo. Cuando iban 35 minutos de juego Uruguay perdía 2-0 y Longo ya había ejecutado dos cambios, seguramente distintos de los que imaginaba para enfrentar las contingencias del juego. No hubo ya posibilidades de acercarse al arco ghanés, pero se consiguió neutralizar el juego ofensivo de las muchachas africanas.
Otra forma de perder
El segundo tiempo encontró un juego distinto. Uruguay comenzó con el mismo tino y esfuerzo pero iba perdiendo por dos goles y no tenía más premura que intentar achicar sin dejar brechas para soportar más goles. ¿Cómo se puede lograr que un colectivo de adolescentes pueda sostener esa situación con un equilibrio propio de una madurez que aún no tiene? No se puede, y menos si la brecha de la diferencia se estira en goles. El 3-0, anunciado y evitado varias veces, llegó producto de una larguísima carrera, otra vez por la izquierda, de la mano de Millot Pokuaa, que arrancó y nadie pudo detenerla. Ese fue el momento del ingreso de Deyna Morales por Sasha Larrea; la jacintense, que entró con el pesado 0-3 sobre sus espaldas, mostró sus aptitudes.
El cuarto gol, otra vez de Mukarama, llegó por la derecha, a diferencia de los tres anteriores. Aún quedaba un cuarto de hora de juego, en cuyo transcurso las gurisas uruguayas debían evitar el descontrol asumiendo lo que muchos ya sabíamos de antemano –la enorme superioridad de las ghanesas– y buscando acciones que sirviesen ya no para este partido sino para lo que resta del grupo: los cruces con Nueva Zelanda y Finlandia, los verdaderos rivales para tratar de llegar a la segunda fase.
En la hora, la supergoleadora Abdulai Mukarama, de un puntazo se aseguró la pelota mundialista y marcó el primer hattrick del torneo. Para entonces, Uruguay ya estaba pensando en el viernes.
.