No será la primera vez que se tengan que levantar del césped, no. Es así, nos pasa y pasará a todos. Por ahí es verdad que la historia pudo ser otra. Existían argumentos, caminaban deseos que anidaban sueños. Pero a veces la vida es como la poesía: dulce y cruel a la vez. Sucede, pero duele. Y por mucho que nos duela, una verdad casi ineludible es que hay ideas que existen pero que no llegan a ser parte de la realidad. Y la realidad, como la poesía, se ensaña y pega.
En Uruguay el fútbol femenino ha ido creciendo en función de dos cosas: de cómo crece el país y de cómo avanzan las mujeres en su lucha. Pelota bajo el brazo, hay que ser bastante despistados (siendo muy generoso con el adjetivo hacia gente que ha dedicado demasiado tiempo en dominar pelotas incomprensibles) para sostener o proyectar que dos resultados deportivos definen o no la calidad de los logros.
Una vez, una maestra un poco distraída, leyó un poema de Gabriela Mistral. No sé cuál. El asunto es que no lo explicó. Mal, muy mal. ¿Qué clase de escuela es la que no explica? Sin eso, quedó flotando el pensamiento de que la brevedad era sinónimo de claridad. Dice Ida Vitale que más bien es lo contrario: “cuanto menos decimos más queda por entender”. Pero, sin embargo, también contó que la duda, esa capacidad caprichosa del misterio, provocó que durante un año el poema diera vuelta por su cabeza.
Las cosas pasan. Esa cosas son las cosas, pero también son lo que hacemos con ellas. Y ese hecho simple, esa incertidumbre escolar, terminó siendo una de las primeras piedras fundamentales en la vida de Ida Vitale. Ida Vitale: ganadora del premio Cervantes 2018, también del Lenguas Romances, del Octavio Paz, del Max Jacob o del Reina Sofía, por citar algunos. “Una no escribe para recibir un premio”, comenta, y por ahí hay que creerle: los galardones son el fruto del caminante y su andar. Y si no están, si no se premia, no importa: hay camino y andar.
No se trata de diluir los factores externos para que no haya perturbaciones a la hora de las conclusiones limpias. “De la generación del 45 tengo el gusto por el fútbol”, confiesa una pícara Ida, para luego concluir que es “por aquello de sacar la pelota al óbol”. Nada de laterales: en su corto y fuerte aprendizaje el fútbol femenino tiene hoy un nuevo mojón que no es epílogo, sino prólogo. Como dice el poema “Viaje de vuelta”: hay que reconocerse como una abeja más, ser para la colmena apenas una unidad que suma. Eso, sólo una abeja más.
Sí, hay que poner mucho para sobrevivir. Lo dice Ida y representa a su género. Más allá de los resultados, “disfrutar del error / y de su enmienda, / haber podido hablar, caminar libre” es lo valorable de estas chiquilinas vestidas de celestes. Como apunta la poetisa, el gran premio es que alguien de los propios, cercano o lejano, no importa, lo note y lo reconozca.
Acá siempre se recordará que en 2018 hubo un Mundial de fútbol. Un antes y un después de la historia, por más que el césped sea testigo de las lágrimas que riegan. Que riegan un canto a futuro.