De todas las tardes reservadas para la historia de quienes juegan al borde de la raya los días de lluvia tienen un capítulo especial. Cancha y pelota rápida, defensas generalmente más lentas que la circunstancia. Suele explicarse así de fácil, pero del dicho al fútbol tiene bastantes cosas más. Eva Navarro parece haber nacido con el oficio aprendido: jugadora más bien baja, un tanto desgarbada, la raya parece ser su aliada cuando, encorvada -como manda el puesto-, pone el quinto cambio y va. Hasta parece que le mide las piernas a su marcadora para saber por dónde ganar el mano mano.
Si bien España ganó 2-0 por su característico juego colectivo, Eva escribió el primer guion de la historia que desembocó con su selección en la final del Mundial sub 17. A su velocidad y su capacidad le agregó otra especialidad de puntera: la picardía. Fue astuta para ir a buscar una pelota que las neozelandesas dieron por olvidada -se iba y era saque de arco-, aprovechó el descuido de su marcadora, Mackenzie Barry y tiró el centro atrás. Sí, como hacen quienes saben de ese oficio. El pase le quedó a Claudia Pina, para mejor, que si de algo sabe es de efectividad.
Ese 1-0, que sucedió a los 39, fue clave para romper el partido. Hasta ese momento España tenía el dominio del juego, pero Nueva Zelanda, siempre directa, había tenido un par de situaciones de gol que no fueron porque la mala puntería y el travesaño se lo impidieron. En el arranque del segundo tiempo las españolas metieron el segundo. Irene López, siempre a la pesca, encontró un rechace corto al borde del área y le dio como venía con bolea de sobrepique, uno de esos zurdazos que se van abriendo contra el palo, para suplicio de cualquier arquera. Con el 2-0 a favor el mediocampo rojo se encargó del resto. La sala de máquinas, diría cualquier comentarista. Ya se sabe de la ductilidad de Paola Hernández y Eva Alonso en esa zona, pero por las dudas lo demostraron en una semifinal de Mundial. No solo en el hecho de tenerla, sino porque además le quitaron el juego de ataque directo a Nueva Zelanda. Y sin eso las oceánicas no le pudieron encontrar la vuelta al partido.
Al final, la foto: una montaña roja con chiquilinas llenas de felicidad, cantando “a la final, oe oe”, mientras que desde su hinchada, donde están muchos de sus familiares, una mujer grita “¡Vamos, chiquitinas!”.