El mismo que lo apodó Pato en la quinta división de Racing lo traicionó años después cuando estaban declarados en rebeldía en Liverpool. Lo traicionó por creer las promesas de los dirigentes, un error que ha arrastrado nuestro fútbol hasta los tiempos que corren.

El Pato Salvia es un tipo común y corriente, y fue un jugador acorde a esa característica. Jugó en Racing desde la quinta, a donde lo llevó su viejo con el sueño de ver a alguno de sus hijos jugando en el Centenario. Desde que llegó tuvo problemas con la pelota que debió suplir con el entrenamiento. También fue declarado en rebeldía en la escuelita por pegarle a un dirigente, después de haberle tirado en la cara la camiseta al presidente: “Empecé a jugar al fútbol en 1970, en Racing. Me llevó mi padre a la quinta división. El sueño de mi viejo era ese, que un hijo jugara un partido en el estadio Centenario en primera división. Practicábamos en la cancha de la bajada, en Sayago. En 1972 debuté en primera. Ni me acuerdo del día que debuté, ni dónde ni contra quién. En 1973 me declararon en rebeldía. Todo porque yo siempre fui medio cabeza dura y medio cabrón. Antes de eso, claro, le cumplí el sueño a mi viejo: estuve, por ejemplo, en el famoso partido del gol de Manga. El golero nuestro se llamaba Posadas, había llovido, había barro. Calcaterra era el nueve de Nacional, que tuvo la oportunidad de pegarle pero la dejó entrar; fue gol de Manga, gol del arquero”.

La máquina de coser suena de fondo en el taller sobre la Carrer de Llul, en Barcelona, donde el Pato y Norma tienen la tienda de artesanías. Ella diseña, él hace la mano de obra. Tuvieron diez buenos años en Argentina después de que el Pato colgó los botines, pero todo lo que juntaron se lo comió la crisis de 2002, y Cataluña se abrió como para muchos otros uruguayos que tuvieron que buscarle la vuelta desde cero una vez más. “Esto que estoy haciendo son baberos. Tengo que recortarlos, darlos vuelta, plancharlos, cerrarlos y ponerles el broche; ahí quedan terminados para la venta. Tengo todos estos para coser. Hacemos mucha cantidad porque es lo que más se vende. Hoy tuvimos que ir a comprar esta máquina, se nos rompió la electrónica que nosotros teníamos. La mandamos a arreglar y nos dijeron que en un mes estaba; ahora nos dicen que no está la placa y que la tienen que hacer porque es un modelo viejo y hasta fines de enero no está. Compramos otra: las herramientas son las herramientas. Cuando esté la otra serán dos, y si se rompe alguna no se detiene la producción”. Sigue contando: “Esos otros son móviles. Estos de aquí van a ser unos títeres. Las ideas son todas de Norma: ella dibuja los patrones y yo corto y relleno; la artista es ella. Vinimos hace 15 años. Los primeros seis trabajé en una empresa en la que también trabajaba mi yerno; no sabía nada, pero se aprende rápido. Entre 2008 y 2010 se vino la que se vino y se terminó todo. Norma había empezado a hacer feria en la calle de acá atrás, yo me fui al paro: cobrás un poco menos que el sueldo, pero te sentís inútil. Entonces empezamos a conseguir más ferias y a producir más. Este año abrimos la tienda con el taller y sacamos todo de casa; imaginate que todo esto estaba dentro de mi casa, teníamos que correr las cosas para sentarnos a comer”.

Era un rebelde. Se notaba. “Me declararon en rebeldía porque le pegué a un dirigente: resulta que nos quedamos sin puntero izquierdo y, en una práctica con Villa Española, un amistoso, el director técnico me puso de puntero izquierdo. Le dije: ‘Yo soy el lateral izquierdo titular; si no llego a jugar bien de puntero, vuelvo a mi puesto de titular’. Yo ya sabía que atrás mío estaba el hijo de un dirigente. Y viste cómo es. Cuando faltaba poco para terminar la práctica me pegaron una patada, me esguinzaron el tobillo y no pude jugar. Cuando volví me dejó afuera y puso al susodicho hijo del dirigente. ‘Yo suplente no soy, cuente conmigo de titular o no cuente’, le dije. El presidente, innombrable, me vino a decir que me iban a tener en cuenta en último caso. El último caso para mí no existía, yo no soy sobras de nadie. Fui a la tribuna y le tiré la camiseta en la cara al presidente: ‘Si precisan uno, jugá vos’, y me fui. Vino otro dirigente a decirme que estaba loco y, ahí nomás, le pegué. Me declararon en rebeldía, estuve en rebeldía como un año. Nos fuimos con Norma a laburar a Argentina”.

Después de la rebeldía y el laburo en Buenos Aires, volvió al cuadro que lo vio nacer. Se comió el descenso y se fue a Liverpool, donde jugó tres años y volvió a ser declarado en rebeldía por no querer firmar un contrato que, obviamente, era justo para el dirigente pero no para el jugador. Entre el grupo de rebeldes que luego volverían a ser tenidos en cuenta para salvarse en la hora de irse a la B estaba el mismo compañero que le puso Pato en un ida y vuelta de tomadas de pelo, en el vestuario juvenil de la quinta de Racing. Ese mismo colega los traicionó por creerles a los dirigentes que lo iban a llevar a México, y hubo que bajarlo a tierra porque cuando volvieron los otros cuatro, el tipo no metía porque no estaba contento, ya que no habían cumplido lo prometido. “En 1975 volví a jugar a Racing y descendimos en el repechaje con Fénix. Jugamos tres partidos, en el segundo me golpearon la cabeza y quedé knock out. En la concentración volví a perder el conocimiento y no me dejaron jugar el último partido. Yo quería jugar, pero no me dejaron: decían que era peligroso. Como no me dejaron jugar agarré mis cosas y me fui para mi casa; el día del partido nos fuimos con Norma y los gurises a la playa, y me pasé todo el día al sol y jugando al fútbol. Al año siguiente me fui a Liverpool, jugué en 1976, 1977 y 1978 y también fui declarado en rebeldía. Los dirigentes viste cómo se manejan. Vino el Pepe Sasía de técnico, que tenía su forma de ver las cosas y no me ponía. Un día faltó el lateral derecho y me puso, aunque yo soy zurdo cerrado. Pero anduve volando. Yo me entrenaba más cuando no jugaba, porque desde la quinta de Racing que la pelota para mí era un problema, entonces suplía mis falencias estando bien físicamente. El equipo estaba para descender, cuando faltaban cinco partidos cambiaron al director técnico y el que vino nos puso a todos; de cinco partidos ganamos cuatro y empatamos uno, y nos salvamos del descenso. Cuando hubo que arreglar contrato, los dirigentes querían aumentarnos sólo el mínimo obligatorio, con el argumento de que habíamos jugado poco. Nosotros pedíamos 50% de aumento, por lo menos, porque en los partidos que jugamos nos salvamos del descenso. Éramos cuatro o cinco y nos unimos: Rodolfo Abalde, que era la figura y que me había puesto Pato en la quinta de Racing, Fernando Rodríguez Riolfo, Luis Pereira, Miguel Gómez y yo. Nos declararon en rebeldía. Yo siempre viví de mi trabajo, porque en el fútbol de Uruguay hasta el día de hoy a veces pasás tres meses sin cobrar. Un dirigente convenció a Abalde para que firmara, con la promesa de llevarlo a México. Abalde firmó el contrato y nos liquidó, porque era la gran figura de nuestro quinteto. Resultó que el año pintaba otra vez para descender, trajeron a Scarone de director técnico y pidió a los rebeldes. Nos citaron en la casa del presidente; antes de ir nos juntamos en un bar para ver qué quería cada uno. Estuvimos hasta las cuatro de la mañana, hasta que el presidente accedió, hizo levantar a la hija para que redactara los contratos. Todos queríamos lo mismo: cobrar todo el año con el aumento que habíamos pedido y quedar libres el 15 de enero. En el primer partido vimos que Abalde no corría, se quejaba de que estaba jugando con pibes y que le habían prometido cosas que no estaban pasando. Y los pibes eran los que nos iban a salvar. Le dijimos al técnico que lo sacara. El día del segundo partido lo metimos en una habitación a Abalde a ver por qué no metía, ni hablar de que nos había traicionado. Le dijimos que tenía que meter, que tenía que jugar como él sabía, que el error había sido de él, que nos había traicionado por creerles a los dirigentes. ¿A quién se le ocurre creerle a un dirigente?”.

La noche cae sobre Cataluña. El local de Pato y Norma cerró hace unos cuantos minutos. Afuera, el invierno cala las camperas. Para cuando llegó el Mundialito de 1980, el Pato había vuelto a Racing. Dicen que aquel equipo dirigido por Adalberto Rodríguez jugaba como el Barça de la modernidad. Sin embargo, Rampla Juniors tenía desde los relatos de Víctor Hugo hasta las manos de los jueces y ascendió; Racing perdió el repechaje y se quedó en la B. El Ratón Rivaga fue el verdugo con un cabezazo desde afuera del área. Al año siguiente, el Pato jugó con Rampla en la A y también tuvo quilombo. La hinchada no lo quería por un penal que hizo contra Wanderers en los primeros encuentros. Terminó jugando de zaguero, se metieron en el repechaje y se salvaron no se sabe cómo. El Pato se terminó yendo a Olimpia, de la mano de Luis Cubilla; cuando volvió, no jugó nunca más. Los hijos ya empezaban la escuela. Volvieron al paisito con Norma y siguieron en el tren de laburo en el que están hasta ahora, lejos de casa, con la patria en los vecinos uruguayos, en las agujas, en los títeres y en los baberos.