Qué corto queda decir que Cerro y Nacional no se superaron. Si bien es una aseveración que da cuenta de la realidad, porque el partido terminó igualado 2-2, la definición suena perezosa, escueta, hasta incompleta desde la información. Cerrenses y tricolores jugaron un buen partido de fútbol, si bien es necesario destacar que las defensas, por momentos, no funcionaron del todo bien, sobre todo en el primer tiempo, en el que llegaron tres de los cuatro goles: a los 36 marcó el argentino Gonzalo Bergessio, tres minutos después empató Franco López (en un quedo de Esteban Conde) y en los descuentos lo hizo Sebastián Fernández, que aprovechó una pelota en forma de centro bajo que mandó adentro con un fuerte zurdazo.
La contracara fue lo ocurrido en el segundo tiempo, cuando Cerro y Nacional buscaron decididamente el arco rival y transformaron la tarde de opaca a vibrante. Entre tanto ida y vuelta, otra vez López, que será bajo de estatura pero lleva el oficio en la frente, fue más pillo que todos y metió el segundo de Cerro. Pudo ser para cualquiera pero –ahora sí– fue empate.
Jugaron dulces
Si la acumulación tiene o no que ver con los resultados conseguidos es una discusión aparte. Sí influye, al menos en la previa, en el ánimo de los equipos. Ayer Cerro y Nacional llegaban con el pecho inflado: el local venía de una seguidilla de ocho partidos invicto -incluido dos clásicos ganados al hilo-, el tricolor con 13 partidos sin perder entre Uruguayo y Libertadores. Y se notó, porque ninguno tuvo temor en ir al frente y descuidar el fondo. En ese afán, Nacional llegó a poner tres delanteros.
Responsables
Así como las defensas cometieron errores que se transformaron en goles, hay que destacar que los mediocampos fabricaron mucho fútbol con fluidez. Alcanza con decir los nombres: Sebastián Rodríguez en el bolso y Aníbal Hernández en Cerro. Aun así, y si miramos las estadísticas detenidamente, encontramos que el campeón del Apertura contó con el doble de chances de convertir. El responsable de salvar la plata villera fue Yonatan Irrazábal. Atajó, descolgó centros, atoró un par de internadas y, cuando parecía gol de Bergessio, hasta tuvo al travesaño de su lado. Porque en toda suerte –si es que existe– se necesitan cómplices.