Para Peñarol el sábado significó un montón: volvió al triunfo, consiguió ganar por séptima vez consecutiva (sumando el partido de oficio ante El Tanque Sisley), sigue invicto en las ocho jornadas que van y es el único líder del Torneo Clausura. Nada mal para haber pasado el punto de inflexión del campeonato y encarar las siete fechas finales.
“Lo que se vio en el partido es que Peñarol en los primeros minutos demostró que quería ganar”, dijo Diego López luego de terminado el encuentro, y el entrenador tiene razón. Su equipo arrancó fuerte, con movilidad en la mitad de la cancha, donde todo nacía en los pies de Cristian Rodríguez y de Guzmán Pereira, ya fuera jugando juntos o con otros socios. Estos dos hace rato que vienen siendo figuras. De esas que no se ven, tal vez, porque los que hacen los goles siempre se llevan el premio.
Hablando de premios, Gabriel Fernández. Luego de muchas irregularidades desde que está en Peñarol, el centrodelantero ha logrado consolidarse como el goleador del equipo. Lleva seis goles en lo que va del Clausura y el del sábado estuvo bueno: recibe por derecha, entra al área, amaga con patear, engancha para la zurda y tira cruzado, rastrero, para poner el 1-0 a los 17 minutos.
Si bien el aurinegro ahora gana y gusta, le pasa algo que hace rememorar una versión anterior no tan lejana: le cuesta cerrar los partidos, situación que, con estrecho margen, como un 1-0, lo hace transitar cierta inseguridad. Como en otras ocasiones, el sábado no fue figura Kevin Dawson, pero sí atajó los pocos embates que Atenas intentó.
La tranquilidad llegó con golazo. A los 81 vino un centro desde la derecha, la pelota, mal despejada, cayó sobre la izquierda, al borde de la medialuna, y para qué: Lucas Hernández la apretó de sobrepique y el bombazo, casi a tres dedos, le destrozó el arco al argentino Sebastián D’Angelo. Golazo y victoria. Lo supo el viento de ese día.