Por los grandes ventanales que daban a la calle veía la inmensidad de trofeos. Los miraba con la devoción de un niño. Ya grande, cuando al fin pude entrar, las persianas de metal no daban luz y la puerta estaba cerrada. Entré por el costado: un pasillo largo con paredes teñidas de canas, una especie de patio y, al fin, el mostrador, las vitrinas, el metal reluciente y el hombre grande. En cada pliegue se le notaba el paso glorioso del tiempo. Me pareció grandote, como me lo pintaron siempre. Debería decir enorme. Así le di la mano a Ruben Etchebarne, el Vasco. Aunque sirviera las copas en el bar de su casa, el Club Ciclista Atenas, intuía bien quién era. Sabía de sus Mil Millas y de la Vuelta al Uruguay. Me lo contaron una y otra vez. Lo heredé. La memoria registra olores. Los buenos relatos son eternos.

Gira, parece un trompo. Anda en una minibicicleta de carrera naranja. Sus manos toman el manillar a la altura del lomo de los frenos, como los que saben. Viste una camiseta azul del Ciudad del Plata, tiene cara de serio y lleva un casco celeste con dibujitos. La explanada de la Intendencia es su pista mientras los mayores lo miran. Aminoró para girar en u. Identificando la pérdida de velocidad, cuando retoma la senda se para en los pedales y le da duro. No hay mejor reflejo en un ciclista. Fue en el instante justo cuando por los altoparlantes, como si fuera la final del mundo, el tipo de la radio gritaba y gritaba que se viene, se viene, se viene el final de Rutas de América. El que no sabe, pero también el que sabe, ¿a quién le pregunta cuándo llega la carrera?

Lo que comanda el relato no es la voz: es el oído, aseguró Italo Calvino en Las ciudades invisibles. El relato es la carrera. Nadie que medianamente conozca del tema puede dudar, al menos en este rincón del mundo, de lo que significa el trabajo radial en las competencias ciclísticas. De una u otra forma, fue y es lo escrito en el papel blanco de la memoria.

Existieron mejores y peores transmisiones, es algo indiscutible. También es cierto que las formas cambiaron y la radio ya no tiene la absoluta hegemonía en la construcción del relato porque las redes sociales, con su estética particular y su cultura del espectáculo, dan verosimilitud a las cosas. Pero parecido no es lo mismo. El ciclismo y la radio se necesitan. Es mentira que “a la gente ya no le interesa”, como dijo Fernando Vilar, curiosamente también en radio. Tal vez las transmisiones hayan perdido poder de convocatoria, sí, de la misma manera que muchos de nosotros escapamos del horario central de la televisión porque casi todo lo que está ahí no nos representa. Cuando las cosas son demasiado horribles, es preferible explicarlas en clave de comedia.

No son de acá, las vende la tonada. Capaz que alguna de ellas sí, pero las que hablan no. Se matan de la risa. Están en un podio que ni imaginaron hasta no hace mucho tiempo. Ganar sí, eso siempre se imagina, acaso hasta sobreviviendo. Me refiero a lo otro: Rutas de América nunca les había dado la posibilidad de correr oficialmente. Entonces esas mujeres ríen. Parece, aunque muchos no lo crean, que hay revoluciones que se hacen cantando.

Una cosa es desear, otra es cómo desear y otra, bien distinta, es transformar el deseo en verdad. Si no hay riesgos, ¿para qué intentarlo? El relato cambió. El ciclismo no escapa a la gran mayoría del deporte uruguayo: todo cuesta mucho dinero. Es difícil, lo sé. Pero no debería ser impedimento para la inclusión. Esta idea demostró que algo se pudo. Ahora, si es revolución, que no sea cortoplacista.

La realidad nos pasa delante de los ojos como un relato, diría Tom Wolfe. Otra cosa serán los mecanismos de interpretación. Para la historia quedará el ganador, la ganadora y algunas de las circunstancias mencionadas. Se fue Rutas de América y en el horizonte cercano aparece la Vuelta Ciclista del Uruguay, la más grande de las nuestras. Irán por más y mejor. Porque los objetivos, como las plantas, se renuevan. Hay quienes piensan en eso. Ni lo duden: la expectativa de la felicidad es la verdadera felicidad.