Olimpia fue una ciudad con características específicamente religiosas. Su gigantesca escultura de marfil y oro, una de las siete maravillas del mundo, era en adoración a Zeus. Pero también se alababa a Poseidón, Demeter, Hera, Hestia, Hades. Correteaban por ahí los hijos de Zeus: Ares, Atenea, Apolo, Hermes, Hefesto, y los otros. Fidias era el tallador y en Olimpia, al pie del monte Cronio, el arte era un símbolo de la época. Además del templo y la estatua de Zeus, existieron la Victoria de Peonio, el Filipeo (dedicada a los príncipes y princesas del Reino de Macedonia). Pero además había gimnasios. En esa ciudad de la antigua Grecia, en el Peloponeso, a orillas del río Alfeo, se detenían los conflictos bélicos para hacer pruebas deportivas, certámenes literarios, teatro y música. Todo sea por honrar los dioses.
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El año 776 a.c. es el dato más concreto del comienzo de los primeros juegos. La referencia se transformó luego en el calendario helénico. Los griegos acordaban renunciar a las guerras y medirse de manera pacífica y hasta reglamentaria. Cosas de griegos, esto del espíritu olímpico.
Tiempo antes de la aproximación del solsticio veraniego, los heraldos, oficiales de armas, recorrían ciudades, valles, y hasta navíos marítimos, anunciando las fechas iniciales en Olimpia. Aproximadamente, una luna llena antes, comenzaba la sagrada tregua. Si por algún motivo se violaba la paz, no se podría volver a participar.
Todo se iniciaba con la hecatombe. Consistía en el sacrificio de animales en honor a Zeus, ante sus ojos, delante de su templo. La fiesta era santa, y en su entorno se festejaban certámenes literarios, desarrollo de obras teatrales o musicales, debates políticos, alianzas entre pueblos. Además, la justa deportiva.
No había lugar para las mujeres. Eran los hombres quienes competían. Desnudos. Azotados al cometer errores o infracciones. Al principio sólo en una carrera por los alrededores de la ciudad. Poco a poco, comenzaron los lanzamientos de disco, de jabalina, las luchas, también el pentatlón. Las mujeres, en casa. Ni observar podían. 11 siglos así.
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La Sorbona de París es un referente de grandes hechos históricos de la humanidad. Entre tantos, el 23 de Junio de 1894, a instancias del Barón Pierre de Coubertin, se proclamó la restauración de los Juegos Olímpicos. Ahora, serían modernos.
El francés nació el 1 de enero de 1863. De su infancia cerca del puerto de Le Havre, a la Escuela de Ciencias Políticas. El sueño de su padre era un hijo militar, pero las armas y la política lo decepcionaron. La pedagogía comenzó a despertar sus ilusiones.
En Inglaterra, donde emigró a perfeccionar los estudios, conoce la doctrina del Cristianismo muscular. Predica. Mediante el discurso del deporte crea sociedades atléticas en institutos, demostrando que a través de la práctica del ejercicio deportivo podía cambiar y mejorar los sistemas educativos. Ese era uno de sus fines.
Ocurrieron intentos de sabotear los juegos. Inglaterra, Alemania y los propios griegos no estaban de acuerdo en los primeros momentos. Quizás porque pretendían sus intereses, quizás porque no comprendían el espíritu olímpico que asomaba para quedarse.
Todo indicaba que París sería el primer organizador, pero fue Atenas. Había que reanudar la vieja tradición y esa era la elección correcta. Fue el punto de partida de la competencia deportiva más memorable del planeta tierra. Ni los dioses lo sospechaban, o tal vez sí. “Declaro abiertos los primeros Juegos Olímpicos”, alegó el rey Jorge de Grecia. O Zeus. El lema, pareció ser el mismo que 2800 años atrás: lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien.
Modesto, reservado, así fue el comienzo. Buscando fondos a través de sellos conmemorativos, pidiendo donaciones o con el aporte de un adinerado de Alejandría: Jorge Averof, griego y filántropo.
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Se enciende la antorcha sagrada que simboliza pureza, paz, justicia. Igual que la antigüedad, en Olimpia. También en los primeros juegos esa será la ceremonia. “En nombre de todos los competidores, yo prometo que nosotros participaremos en estos Juegos Olímpicos, respetando y cumpliendo las reglas que lo gobiernan, en el verdadero espíritu deportivo, por la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos”, se clama en nombre de todos.
Atrás quedarán hermosas coronas de olivos y laureles, ahora se buscará el oro, la plata o el bronce. Y el exitismo. Ahora habrá hombres y mujeres. Se multiplicarán los deportes, las especialidades, y las competencias. Los griegos, cordialmente, darán participación a todos los países (integrantes del COI). Unidos en una sola bandera: la de fondo blanco, con cinco anillos de colores entrelazados. Un color por cada continente.
El fútbol. Intrínsecamente definido para estar en las entrañas de nuestra sociedad participa y trae las primeras preseas. De oro, uruguayos campeones de América y del Mundo. El remo es el que más, con cuatro medallas (1 plata y 3 bronces); ciclismo corrió y ganó plata; el básquet encestó 2 bronces; el boxeo pegó una de bronce. Eso somos, en el tanteador: Wynants, Cuerito Rodríguez, Juan Antonio Rodríguez junto a Jones primero y con Seijas luego, Eduardo Risso en solitario, también Guillermo Douglas, más los planteles de fútbol y básquetbol.
También la vuelta olímpica, es símbolo nuestro. Fueron nuestros deportistas del balón, en París 1924, que dieron la vuelta alrededor del estadio para saludar a los allí presentes. Tan ilustrados como valientes. Que así sea.
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El mundo del deporte creció. La necesidad de hacer juegos más chicos, panamericanos, por ejemplo, apareció promediando la década del 30. Fue recién en 1951, en Buenos Aires, que se inauguraron oficialmente. En las primeras ediciones eran veintipocos países participantes y alrededor de 2.500 participantes. Hoy ambos números se doblan.
Desde 1915 y 1918, cuando se fundaron las primeras federaciones deportivas, Uruguay afianzó su sistema de práctica deportiva. Aquello que era más bien un sistema estatal dio sus réditos y en la primera mitad del siglo se consiguieron logros grandes, grandiosos. Pero el deporte cambió. Entre el sistema privado y la gobernanza fluctúa lo actual. El vínculo entre industria y deporte y la relación entre trabajo y ocio condiciona mucho. Los deportistas, en el medio. En la lucha, más allá de las disciplinas.
La delegación uruguaya para Lima 2019 estará compuesta por 148 deportistas que participarán en casi 30 disciplinas. Hay una idea que radica en “lo importante es competir”, aunque quede lejano el concepto. No es menor para un país pequeño y sin plata de sobra. Hay algo en la construcción social en donde el deporte suma mucho. Verlo ahí, en pantalla, por más que no nos consideremos consumistas, es motor de arranque.
Existe otra idea que está en lo exitista, en ganar, en festejar el símbolo. Es acertada desde el punto de vista del deportista: ganar es posibilidad de encontrar mejores apoyos, más sponsors, vivir más tranquilo dedicándose al deporte.