La cámara es el fetiche. La cámara es ver más allá de los ojos, es el otro cuerpo, el tercer hombre, o el cuarto cuerpo en la jugada. Tomás y el Bicho se quedaron pateando penales, estirando la mañana a las risas. En el medio de la cancha fueron quedando los chalecos de dos colores, las botellitas de agua desperdigadas por todo el círculo. Las pelotas cerca de la bolsa, algún par de botines olvidados, y la última caminata del técnico que se aleja mientras el silbato le golpea el pecho con el tranco y la mirada le cuelga del palco oficial. El Chino va juntando todo, les avisa que son los últimos aunque ellos ya lo saben. Un diálogo más desde el área al medio de la cancha, el Chino, Tomás y el Bicho, y unas cuantas pelotas de por medio. La cancha la verdad que está divina. Tomás se entrega con el último penal que el Bicho saca como si supiera. Ambos están en el plantel para el fin de semana. El verde y el blanco acaparan con tribunas, chalecos, carteles y cosas; con la pelota abajo del brazo, la botellita con lo que queda de agua va de boca en boca. Lo que sube es el vapor de los cuerpos.

En el vestuario quedan las últimas voces. El director técnico parece apurado pero los frena antes de salir; a Tomás le dice algo del partido pasado, que se dedique a cuidar el sector, que se olvide de subir, que no es delantero, que primero hay que defender. Al Bicho no le dice nada porque andan medio cruzados. Es que el técnico lo sacó faltando 15 y el Bicho salió puteando. A nadie le gusta salir, menos si el partido está picado. El Chino los apura por la ropa.

Ya en el vestuario, el piso está lleno de barro en arandelas que acaban de despedir los botines. Los tapones de fierro son una orquesta instrumental. Hay una canilla que gotea, una cisterna perdiendo, el eco de antiguas jugadas en los rincones, recortes de diario de viejos goles, la tabla, Dios y la Virgen. La cámara es revivir, es volver a correr las 100 hormigas que trepan por las piernas cuando la red se infla. Lo mismo que cuando un cuerpo se acaba. La cámara es traer aquello que la memoria tergiversa, la cámara es la selfie, lo último, el yo estuve ahí en ese momento y fue más importante decírtelo que hacerlo. Más excitante. Un fetiche de los viejos pero último modelo. La primera selfie es en cueros antes de la ducha. El Chino se presta a sacar una mejor y se va. Tomás y el Bicho se quedan solos, las toallas apenas cubren las vergüenzas; se conocen, se miran, se miman. En las duchas todavía suena un chorro de agua y alguien que silba. Es Pablo, el pijudo, que se cree bien macho. Es Pablo, el bufarrón, que dice que no es puto pero le gusta más un choque de pelotas que un par de tetas, o ambas, si viene al caso, las prefiere ambas.

¿Nos sacás una foto a los tres? El Chino bufa porque se tiene que ir pero le gusta la joda. En las últimas semanas ya es un clásico de cuatro. Tomás le enjabona la espalda al Bicho, que lo mira a Pablo sacarse la espuma, peinarse para atrás el pelo mojado, sacudir la pija casi por gusto. Tomás se arrima, el Bicho siente el miembro rozándole las nalgas, sus ojos se dan vuelta y miran el techo del vestuario, Pablo abre la ducha que está más cerca y continúa enjabonándose, sobre todo los huevos. El Bicho no deja de mirarlo, el Chino aparece a juntar las últimas cosas, y Pablo que lo llama desde las duchas, desde el vapor. Los pasos se arriman, también lleva tapones de fierro, entonces avisa, clac, clac, clac, clac. El Bicho vuelve a los ojos blancos y la mirada perdida del techo. Pablo arrima un miembro cabezón, el Bicho lo rodea con ambas manos. Tomás sigue sacudiendo la verga por las nalgas del Bicho, el Chino desempaña la cámara con la camiseta verde del cuadro y filma una vez más. Un video cortito de apenas unos segundos, un par de fotos, enviar al grupito de Whatsapp que hicieron los cuatro, sacarse la ropa y meterse en el vapor y en el sexo. Lo manda a su vez a otro amigo, que tiene otro grupo, donde se ríen de los putos, añoran las lesbianas pero las condenan, mandan fotos cogiendo cuando el otro ni se entera, o cuando el otro o la otra se prestan al juego de revivir las emociones, sin saber que habrá otro ciento reviviendo lo mismo, con la cara de goce que pocos conocen, estampada en las pantallas de los teléfonos. El Bicho se hinca, agarra con la mano izquierda el miembro pendular de Pablo, lo sacude a la vez que agarra la pija de Tomás que está bien dura como siempre. “Qué putos que son”, dice Pablo, mientras el Bicho ya se va poniendo una a una en la boca. El Chino deja el celular y se saca la ropa, la verga torcida va a parar a la cara del Bicho y el sexo fluye. Un video más y ta, así lo vemos después. El vapor sigue subiendo, el de los cuerpos. Las duchas quedan abiertas para despistar, el vestuario es sagrado y nadie más entra. Los cuerpos de los futbolistas entregados al sexo gotean sudor y jabón, las primeras leches de una felatio, o de varios a la vez. El Chino y Pablo penetran a los otros dos jugadores hasta acabarse. El golpe seco de los cuerpos húmedos es la música, ya no suenan los tapones, los gemidos gruesos se confunden con nalgadas bárbaras. La ducha del final será fundamental.

Los dos días que restan para el partido transcurrirán con normalidad. Lo anormal es lo que no se ve, lo que nadie hace, lo que nadie en el fútbol reconoce porque el fútbol es de machos, o de mujeres machos, pero los otros, siempre, son todos putos.

El empate los deja mejor parados que al rival, pero van uno a cero abajo y la tribuna que insiste con los goles. El Bicho se amigará con el técnico porque, aunque lo llevó al banco, lo puso los últimos quince para empatar el partido y en una jugada de este contra la punta vino el penal que enloqueció a la parcialidad verdolaga. Se consiguió el empate en un tiro fuerte al medio como se tienen que tirar los penales, como los tiran los hombres. El perseguidor de la tabla perdió un partido increíble y la semana se presta para lo mejor: volver a la victoria y colarse en el pelotón de los primeros puestos. Todavía hay chances, pero el video se filtra. De un grupo a otro, sin querer queriendo, el video se viraliza como por arte de la magia del siglo que vivimos. En cada vestuario de América, el Bicho se agacha desnudo, goteando, y sacude las pijas de sus compañeros, mira hacia la cámara y sonríe, todos sonríen, el sexo es sonreír igual que los goles.

Tomás lo recibe en casa; su mujer no entiende nada y se toma los vientos. El Bicho vive solo, pero el pueblo es chico y el infierno es el sistema rígido del fútbol prendido fuego. Los cuatro son expulsados del plantel automáticamente y por teléfono. Los compañeros cerrarán el orto, literalmente. Pablo seguirá con su discurso arcaico del bufarrón que no es puto. El presidente declarará en contra de las acciones e intentará limpiar el nombre del cuadro con frases bíblicas colgadas en Facebook. De ninguno de los cuatro se ha sabido más nada. Del campeonato, tampoco.