Sebastian Vettel, el cuatricampeón mundial de Fórmula 1, dejará el equipo Ferrari a fines del corriente campeonato. O, más bien, al revés: Ferrari abandonó a Vettel y no renovará su contrato, como hace un tiempo se sospechaba. No por anticipada deja de ser noticia: se trata de uno de los pilotos más exitosos de la categoría, a la que todavía tiene algunos años de juventud para dedicarle, y del equipo más grande y querido de los deportes motorizados.

Vettel había llegado a Ferrari en 2015 para sustituir nada menos que a Fernando Alonso, el supercampeón español que, tras cuatro temporadas, había fracasado en traerle un nuevo campeonato a la scuderia. Pero en realidad, en la imaginación de muchísimos fanáticos, venía a reemplazar a otro piloto, alemán como él, que sobre máquinas italianas se había convertido en el más exitoso de todos los tiempos: Michael Schumacher.

Schumacher, el veterano, y Vettel, el joven ascendente, tenían una relación de ídolo-admirador, que luego se fue convirtiendo en maestro-alumno y, más tarde, en pura amistad. Juntos se cansaron de ganar la Carrera de los Campeones, que enfrenta a dúos de distintos países en pistas de fantasía. Como Schumacher, Vettel llegaba a Ferrari con un currículum destellante, habiendo logrado cuatro campeonatos al hilo con Red Bull. Y como su compatriota, lo había logrado con una mezcla de talento natural, una extraordinaria capacidad de trabajo y una disposición tan analítica como agresiva. La esperanza de que hiciera renacer al equipo italiano era enorme.

Pero no fue así. Vettel estuvo a punto de quedarse con el título en 2017 y 2018, pero sus errores de manejo contribuyeron a que no lo lograra. En 2019 llegó el golpe de gracia en la figura del jovencísimo Charles Leclerc, el piloto “sorpresa” que Ferrari colocó a su lado. Ya en la primera carrera quedó claro que el monegasco no había llegado con actitud de aprendiz. Al final de la temporada, Leclerc no sólo había superado a Vettel en puntos y victorias, sino en el corazón del equipo y su gigantesca hinchada. Su heroica victoria en Monza, de locatario, conteniendo en solitario a los dos Mercedes Benz, mientras Vettel hacía un papelón de principiante, fue una epifanía para los tifosi.

Y no sólo para la hinchada: también para la directiva. Hubo gestos de respeto al ex campeón, pero desde entonces nada fue lo mismo. En estas horas circuló que Vettel y Ferrari no habían llegado a un acuerdo de plazos y dinero para renovar el contrato, pero en este caso conviene prestarle atención a lo que declara el piloto y entender que la relación ya no funcionaba. “El equipo y yo nos hemos dado cuenta de que ya no existe un deseo común de permanecer juntos más allá del final de esta temporada, y los asuntos financieros no han jugado ningún papel en esta decisión conjunta. No creo que sea la forma de tomar ciertas decisiones, y nunca lo será”, declaró Vettel, y no es difícil captar la pena en sus palabras.

El dolor para Vettel puede ser doble, ya que el nombre que suena para sustituirlo en il cavalino es el de Daniel Ricciardo. El australiano fue, en gran parte, el culpable de que Vettel abandonara el equipo Red Bull, con el que había logrado sus mayores triunfos, cuando en la temporada 2014, siendo casi un novato, lo superó ampliamente como compañero de escuadra.

Vettel deja Ferrari con 14 victorias, pero ningún campeonato. No está todo dicho para el viejo campeón, que todavía puede brillar en las carreras que restan, pero sin dudas, si vemos destellos, serán los del final de la trayectoria de un grande.