El martes pasado la Intendencia de Montevideo (IM) se hizo cargo del enorme edificio en el que el club funcionó hasta el 13 de marzo de 2019. Ese día el Club Neptuno se liquidó y se abrió un período que duró más de lo previsto: un año, cuatro meses y un día. Durante ese lapso, el complejo deportivo quedó en manos del síndico Israel Creimer y fue habitado por una guardia gremial rebelde y comprometida, pero débil. Escritos y recursos se sucedieron ante el despacho de Álvaro González, el juez que abrió la etapa concursal cuando el viejo club agonizaba. Creimer finalmente consiguió entregarle el bien a la comuna, propietaria del predio. Pero el convenio está lejos de garantizar la paz entre el auxiliar de la Justicia y el gobierno de Montevideo. Si bien en la IM no hay una única visión respecto del futuro del edificio, se asume que no se debe costear con fondos departamentales un nuevo proyecto, presumiblemente caro. Entre contactos en procura de empresas o instituciones interesadas, donde antes se hacía deporte ahora se acumula personal uniformado. El secretario general de la IM, Fernando Nopitsch, anunció que transitoriamente el espacio se usará para coordinar la actividad de cerca de 180 policías que prestan servicios a la comuna.
Desde que la Secretaría Nacional del Deporte descartó su interés por el predio, a Nopitsch no lo desvela la proyección deportiva. Entiende que la infraestructura es “un peludo de regalo” y abre el juego al sector inmobiliario. Recientemente se la ofreció al arquitecto Carlos Ott quien, escuetamente, le dijo a Garra que está “pensando” si su reconocido estudio debe invertir allí. Antes, el jerarca había dialogado con otros dos pesos pesados: el arquitecto Rafael Viñoly y su hijo y socio Román. Desde entonces, el vocero de ambos repite que la propuesta no les despierta mayor entusiasmo. Luis Zúñiga, uno de los dos ex funcionarios que bancaron la guardia gremial hasta el final, enumera varias visitas de gente interesada. Menciona, por ejemplo, a Raúl Recoba, que preside la asociación civil Campeones, orientada a poblaciones vulnerables. El padre del Chino Álvaro Recoba reconoce que en algún momento pensó en presentar una propuesta, pero que la “soledad” del Guruyú y el cálculo de los costos lo hicieron cambiar de opinión. Zúñiga también nombra a Álvaro Chijane, que supo ser presidente de Fénix y actualmente es prosecretario del club de Capurro. Consultado por Garra, el dirigente dice estar vinculado al ex intendente Daniel Martínez. Asegura que está a la espera de “una reunión” con el candidato a la reelección por el Frente Amplio, entre otras cosas, para determinar “qué viabilidad” tendría un proyecto deportivo canalizado a través de Fénix, que sería financiado por un grupo inversor. Pero menciona una dificultad repetida por varias fuentes: “Nopitsch tiene otra idea”.
La tensión entre el desarrollo inmobiliario y el atlético es admitida por otros jerarcas de la IM. Daniel Leite, coordinador ejecutivo de la Secretaría de Educación Física, Deporte y Recreación departamental, aspira a que el deporte conserve un espacio en la manzana ocupada por la institución liquidada. Sin embargo, le concede a Nopitsch que “no hay nadie que haga una propuesta concreta”. A la lista de sondeos, suma uno a cargo de la dirigencia del fútbol sala de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Pero machaca con que “no alcanza con las ideas si no hay un proyecto de gestión”. Para Leite, el escenario ideal sería la concreción de “un centro de desarrollo” deportivo con involucramiento de la comunidad, aspiración que trata de bajar a tierra. “A veces, las intenciones pierden un poco de sentido de realidad”, dice, a menos de una semana de haber participado en una conferencia realizada a través de Zoom y promovida por la Comisión de Deporte del Concejo Vecinal de la zona 1, abierta a un barrio al que entiende que hay que oír. Por esos días también se discutió el tema en una asamblea organizada por la Comisión Plaza 1, integrada por gente del lugar. Según el jerarca, en Neptuno “estarían operativos” tres de siete gimnasios y una de dos piletas, motivo por el cual no le parece descabellada una habilitación parcial, si en algún momento existiera un proyecto serio. Si bien subraya que nada de eso se compara con la gestión de “una plaza o un espacio público”, tras el baño de realidad deja la puerta entreabierta: “Nada está descartado”.
Sobretodos y championes
El juez González ya homologó el convenio celebrado entre Creimer y la IM, firmado el martes 14 en el hall del viejo club. El documento no representa más que la paz transitoria entre dos partes que seguramente terminen litigando. Es que síndico y comuna efectuaron el traspaso del bien, pero no se pusieron de acuerdo en su propiedad, divergencia notoria desde el principio de esta historia. El abogado se encamina a reclamar ante la Justicia un resarcimiento porque el predio devuelto tiene edificaciones que inicialmente no existían. En cambio, la administración departamental interpreta que le pertenecen. Las cartas quedaron casi a la vista en el convenio, ya que las partes dejaron constancia escrita de su discrepancia: la IM declaró que no debe dinero alguno y Creimer se reservó el derecho a accionar judicialmente.
De la suerte del síndico dependerá el pago de al menos parte del tendal de deudas que dejó el club. Los primeros lugares de la fila de personas acreedoras son de ex trabajadores y ex trabajadoras. Se supone que Zúñiga y Carlos Giorgio, quien lo acompañó hasta el final de la guardia gremial, deberían estar a la cabeza. Difícil situación la de ambos. El mismo convenio en el que Creimer se reserva el derecho de reclamar un dinero que podría permitirles cobrar fue el que provocó su desalojo (ver recuadro). Mientras hombres y mujeres de derecho recorrían abrigados las instalaciones vacías y se aprestaban a firmar papeles, los otrora funcionarios embalaban pertenencias y las acumulaban a la intemperie, sobre la vereda de la calle Juan Lindolfo Cuestas.
Profecía autocumplida
Además de representantes de la División Asesoría Jurídica, en la delegación de la IM estaba Gabriel Peveroni, coordinador de la Oficina Montevideo Audiovisual, que depende del Departamento de Cultura y asiste a producciones audiovisuales en tres áreas. Una de ellas es la de “locaciones”, y abarca la tramitación y la coordinación de “los permisos de filmación para rodajes de cine, televisión y publicidad”, según se explica en el sitio oficial. Ocurre que, en el ex club, en marzo, comenzó el rodaje de una película a cargo de la productora Mother Superior Films. “El acuerdo que teníamos con Creimer era, durante un mes, tomar posesión del lugar para poder hacer la filmación”, le contó a Garra el productor Ignacio García Cucucovich. Sin embargo, el desalojo no alcanzó a la película. “Peveroni nos dio el okey” para retomar el rodaje tras la toma de posesión de la IM, acotó el productor, que también dijo que “la transición” le deja “algunas dudas” y espera que los tiempos administrativos se aceleren: “A fin de mes debería estar filmando”.
Los plazos establecidos inicialmente para completar el rodaje no pudieron cumplirse por la pandemia de covid-19, hecho real que parece haberse inspirado en la ficción. Es que la película en ciernes se llama Virus 32 y, según García Cucucovich, se gestó “mucho antes” de que llegaran las primeras noticias del nuevo coronavirus desde China. “Es una película de terror. Se desarrolla en una pandemia”, cuenta el empresario. Una actriz interpreta a “una cuidadora” y “empiezan a entrarle por las ventanas los zombis y la empiezan a perseguir”. La experiencia de Zúñiga y Giorgio, que durante 16 meses custodiaron mil puertas y ventanas para evitar ocupaciones y vandalización, no le hubiera venido mal.
Crónica de un desalojo
Son casi las 11.00 de uno de los días más fríos del año. Creimer y Zúñiga conversan dentro del hall del club, a la espera del arribo de la delegación de la IM. Justo cuando se alejan por un pasillo oscuro, alguien toca la puerta para dejar un montón de cedulones. Los papeles quedan por ahí, como empezaron a quedar desde mucho antes del cierre de un club que se desangró durante décadas, hasta sumirse en el caos económico y administrativo.
Zúñiga, que fue contratado unos meses antes de la liquidación, le puso el cuerpo al desgobierno con jornadas laborales que define como de “24 por 24”, sin las cuales el Neptuno ni siquiera hubiera podido sostener los pocos servicios que prestó en el último tiempo. Abrir las puertas todos los días para cientos de personas, tener calderas en funcionamiento, mantener una piscina, las cañerías, saber qué pasa en cada rincón de un mastodonte de 16.000 metros cuadrados... Habla por sí y por otra gente que trabajó hasta el final, aunque sólo él y Giorgio completaron la guardia gremial que trató de garantizar el mantenimiento básico hasta la semana pasada.
A la hora señalada, Valentina Crucci y Sebastián Radiccioni, de Jurídica de la IM, se presentan ante el síndico, acompañados de policías. El resto de los presentes salimos a la calle, hacia donde el edificio expulsa a otras personas inquilinas. Por una puerta que conecta con el subsuelo, aparecen una hija de Zúñiga y un nieto de Giorgio. Ya había salido un veterano que cuida autos en la garita de Cuestas y la rambla 25 de Agosto. Al rato, saldrá un tipo joven, que cuando llegó al lugar estaba en situación de calle: “Vino empapado y no teníamos ropa para darle ni nada, pero le ofrecimos un cuartito que hay donde se guardaban las bicicletas y demás para que no se muriera de frío”, cuenta Zúñiga. Él y Giorgio, en cambio, tienen casa a donde ir.
Si bien no hay violencia física, la tensión crece. Zúñiga maldice a la IM en voz alta cuando se da cuenta de que, independientemente de la continuidad del rodaje, la guardia gremial se deberá ir. Le pregunto si no era un poco ingenuo pensar lo contrario: “No creí que fueran a actuar tan así”, dice, convencido de que el gobierno departamental jugó un papel “vergonzoso” en el proceso. “Creimer nos avisó porque le habían avisado a él, pero nadie nos notificó. La IM sabía que había gente haciendo la guardia, no fueron capaces de notificar”. Recuerda reuniones con Nopitsch realizadas con la intermediación de la Federación Uruguaya de Empleados de Comercio y Servicios, sindicato en el que el lanzamiento cayó mal.
El productor de Virus 32 se pone incómodo cuando entiende que la toma de posesión de la administración comunal, con la que negocia la continuidad de su proyecto, es la misma que determina la salida de los ex trabajadores del club. Se propone ofrecerles tareas si se reanuda el rodaje, sobre un terreno que conocen mejor que nadie. Zúñiga no tiene claro qué haría en tal caso, pero siente una gran estima por la gente de la productora, que al instalarse en Neptuno les devolvió la luz y el agua que no tuvieron durante cerca de un año de guardia gremial, además de proporcionarles tareas útiles para hacer un mango.
Un viejo cantinero reaparece para ayudar con la mudanza. Un viejo socio mira. Un par de camiones utilitarios paran en doble fila. Se acumulan las bolsas y las pertenencias. Hay colchones al aire libre, poderoso símbolo de un tiempo duro. Gatos no veo, aunque se huelen. “No los pude agarrar”, lamenta Zúñiga.