Fabián Yantorno abandonó la práctica activa del fútbol y casi enseguida empezó a calzarse el buzo de ayudante técnico de Bruno Piano, el flamante entrenador de Villa Española, que disputará el torneo de la Primera División criolla cuando el calendario lo permita. Se crio en Danubio, pero debutó en Bella Vista allá por el durísimo año del cambio de milenio. El técnico era el Checho Sergio Batista, quien, entre otras cosas, terminó dirigiendo la selección argentina. Jugó unos cuantos años en los países donde se originó el deporte más hermoso de todos. Vistió la verde del Hibernian de George Best. Volvió a Uruguay para jugar en la Institución Atlética Sud América, que se fue convirtiendo en un nido. Quizás en el buzón de Villa Muñoz, otrora llamado el tercer grande, haya desarrollado lo más constante de su juego, lo más asentado. Lo que quedará en las retinas de unos cuantos.
Cuando finalizó el partido que definía el último ascenso de un año rarísimo y que sería su último partido, el Pechu Yantorno se cruzó en el medio de la cancha con Joaquín Pereira, figura del campeonato. Se cruzaron las generaciones, se abrazaron en un punto y así el Pechu terminó de entender que hasta ahí llegaban sus pies calzados con tapones. En un abrazo colectivo cerca del córner, con una copa destartalada que significaba que la vieja IASA volvía a Primera, se lo terminó de decir al resto de los compañeros. No hicieron otra cosa que alzarlo al cielo con la copa. Los folclóricos buzones volvieron a la Primera y Fabián Yantorno jugó su último partido. Lo cuenta en Garra.
A pesar de ser muy reciente y de no tener casi espacio entre dejar un rol y asumir otro, ¿cuáles son las sensaciones?
Me viene pasando en acciones. Por ejemplo, salimos a andar en bicicleta con la familia y se hizo tarde y entendí que al otro día no tenía que ir a entrenar y, por lo tanto, tampoco importaba qué hora era. Si me quedaba doliendo el gemelo no pasaba nada. Mientras estás jugando tenés algunos prejuicios. Antes pensaba cómo iba a ser el momento de dejar de jugar, porque hasta hace unos días todo lo hacía pensando en el fútbol, las horas de sueño, la hora de la cena, la hora de acostarse a dormir. Obviamente, desde que tenemos a las nenas, también la vida tiene que ver con los horarios de ellas. Pero en estos días son sólo los horarios de ellas. No corrí en todos estos días. Para mí eso era impensado. Estar una semana sin correr era impensado. Encima, ya con alguna nana, si no entrenás te empieza a doler todo. La otra noche veníamos en la ruta medio trancados, y capaz que antes me estresaba porque querías llegar a descansar para ir a entrenar lo mejor posible al otro día. Esa noche disfruté, las dos nenas atrás durmiendo, nosotros tomando mate a las once de la noche con mi compañera. Antes era llegar, ponerse hielo, las recuperaciones, el cansancio, los dolores.
¿Cómo te pegó la última lesión?
Me sirvió para darme cuenta de que no quería volver a jugar. Desde el primer momento, nunca pensé que me iba a retirar así. Si no le ponía esa cabeza capaz que todavía estaba rengo. Me acuerdo de que estaba preocupado, pensaba en los porqués: ¿Por qué nos lesionamos? O ¿qué me están queriendo decir acá? Hasta que me llega el mensaje de un amigo que era distinto al típico mensaje motivador, me decía algo sobre disfrutar de la familia. Y claro, era eso. Pasaba todo el día con las gurisas. Empecé a disfrutar de otra manera otras cosas. Disfrutar de estar con tu familia, ¿qué otro propósito tiene la vida, realmente?
¿Qué traés de esa época?
El liceo nocturno no era común como ahora, era más bien para gente que trabajaba o gente grande que decidía terminar el liceo. Hoy es más común, en aquella época el nocturno era sólo en un par de lugares. Cuando me subieron a Primera me tuve que cambiar para el nocturno, y obviamente era el más chico. En Bella Vista había un montón de gente más grande, también. Con algunos incluso todavía hablo. Era una época en que no estaba tan mal visto dejar el liceo. Era al revés que ahora; ahora eso cambió, por suerte. Antes, si te dedicabas al fútbol la mayoría dejaba todo. Y si no lo terminabas en esa edad, después se puede, pero cuesta un montón. Debuté contra Cerro en el Saroldi porque el Nasazzi lo estaban arreglando. También era el tiempo de esa transición de las canchas horribles a los riegos automáticos, al pasto de invierno y verano. Me acuerdo de que entré por la Momia [Rodrigo] Lemos. Mi viejo, que es bolso, me decía, “yo te tenía fe con el fútbol, pero nunca pensé que ibas a entrar por la Momia Lemos”. Al otro día fui y se lo conté en el vestuario. El Checho Batista era el técnico, fue el tiempo en que trajo a [Alejandro] Mancuso, al Lagarto [Juan Ramón] Fleita; jugaban el Gallego [Adrián] Berbia, [Fabián] Pumar, Juan Morán, Lalo [Gonzalo] Romero, Galgo [Diego] Emanuele, y el Bola [Álvaro] González, Henry Ariel López Báez, Dani Gamarra, un zurdo que jugó en Colombia y se quedó a vivir allá, y había un diez, un viejo diez que jugó en Rosario Central, Rodolfo Falero, que jugaba mucho.
¿Qué vino después?
Me fui a Italia, al Sambenedettese, en la C. Fue una linda experiencia. Volví a jugar en Miramar. Los arqueros eran el Uva [Sergio] Migliaccio, Gonzalo Noguera, y el Flaco Mauricio Caro. Eran todos de calidad, pero en ese tiempo empezó a subir a Primera Damián Frascarelli. Cuando asumió Beethoven Javier, entendió que el mejor era él y la terminó rompiendo. Beethoven era un maestro, era un docente. Repetía cada tanto una anécdota de Eusebio borracho queriendo mear debajo de la mesa en una entrega de premios. Otra de haber jugado contra el Santos de Pelé, y que el muchacho dio un salto para pararla con el pecho y antes de caer ya le había tirado un caño. De Miramar me fui a Escocia. Primero al Gretna, un equipo chico que había subido a Primera. Solo. Yo pensé que me manejaba con el inglés, pero como era un pueblo, era más difícil entenderlo. Como si nosotros nos pusiéramos a hablar en lunfardo y alguien tuviera que entenderlo. Después me fui a un equipo de Edimburgo, el Hibernian. En Edimburgo hay dos equipos clásicos, el Hearts y el Hibernian. En el Hibernian jugó George Best. Jugó George Best, o sea… Terminé en Inglaterra en el Hartlepool, también, la cuna del fútbol. Me vine para la IASA hace diez años. Sólo me fui un año más a Bucaramanga, en Colombia, y después siempre en la IASA.
Que pasó a ser una parte importantísima de tu vida.
Nos mantuvimos en Primera División el año de los 100 años, en 2014. Como la mayoría de los equipos, pocos hinchas, familiero. Vas a la tribuna y los conocés a todos. Y los hinchas son dirigentes, o fueron, o van a ser. Y son hinchas porque el padre era hincha o el abuelo, fundador. No hay muchos nuevos hinchas. Sólo una historia me pasó con un pibe que se llama Thiago. Me contactó el padre para contarme que le había gustado el color de la camiseta y se había hecho hincha de la IASA, el gurí. Lo operaron del corazón, le llevamos una camiseta, salió todo bien y terminó saliendo con nosotros a la cancha. Ese sí que se hizo hincha por el color de la camiseta.
¿Hubo sentimientos especiales sabiendo que eran los últimos partidos?
Al haber descendido tenía un sentimiento de revancha zarpado. Desde el momento en que descendimos. Encima, ese año me fracturé la tibia y me comí todo el año afuera. Cuando volví, erré un penal en la definición y descendimos. Me quedó un sentimiento de revancha que era personal pero que también era institucional. Cuando descendimos pensaba en los pibes de la tercera que quedaban flotando, en los que venían de inferiores con la ilusión; el equipo perdía captación, el presupuesto iba a ser otro, y con los compañeros incluso me pasaba de pensar que capaz que alguno enganchaba pero capaz que otros no. Estos días me mandaron mensajes jugadores de esa época que todavía están en la pelea.
Al final del partido con Rampla Juniors, cuando consagraron el ansiado ascenso, te fundiste en un abrazo con Joaquín Pereira, una figura del equipo de otra generación. ¿Fue como un legado?
Joaquín es de los jugadores que quedaban del año del descenso. Es un gurí que la deja chiquita, que se fue a la B y se quedó a pelearla. Yo lo había sentido como una piedra en su camino más que en el mío. Después la empezamos a remar juntos. Hubo otros que intentaron dos años seguidos y estaban en este plantel. Hubo buenos momentos, malos momentos. Cuando terminó el partido y lo vi en la cancha, nos abrazamos y nos dijimos de todo, muy emocionados. Fue un gran partícipe y artífice de este ascenso. Yo le decía que no jugaba más y le agradecía; hasta ahora me emociono. Después nos fuimos a un rincón con la copa y les agradecí a todos, a los que estaban de aquella época, a los que la habían remado dos años y a los más recientes. Ahí les dije que no jugaba más y me retiré.