Aunque en esta no lo vi, me lo imagino trancando con la cabeza, yendo una y otra vez, dejando sus manos en la cintura para tomar aire para la próxima, la que viene, la que no vendrá. Es que el Canario iba siempre a muerte con la cabeza, yendo al suelo y mandándose para adelante con lo último que tenía, para tratar de ganarle a la muerte. En toda la cancha, en todas las canchas, en toda la vida.

Dejó el mundo con la camiseta de la vida empapada, dando todo, sin sacar el cuerpo nunca, poniéndole cabeza siempre, trancando y peleando todas, yendo al piso para levantarse y mirar el arco de enfrente.

Fue en su tierra, en la Santa Lucía de cada uno de sus días. Estaba en el área del hospital, con el cuore a mil, con la sangre caliente, las piernas lustrosas, las medias bajas, la camiseta por fuera del pantalón, cuando la parca -mala bicha la muerte que nunca juega limpio- lo garroneó en el área de la esperanza. Fue todo en un instante. Un empujón brutal, un golpe seco, una distracción, y en un abrir y cerrar de ojos la muerte lo clavó como un zapato viejo con apenas 63 años. Y no hay vuelta, no hay protestas, no hay nada: literal y metafóricamente Rosario Martínez dejó el corazón en su vida.

Que quede escrito que el santalucense fue un futbolista de destaque en los campos del interior, particularmente en Florida, donde brilló con la albirroja camiseta que adoptó casi como propia, y con la que fue campeón del Sur y vice del Interior. Llegó a la selección floridense jugando para Quilmes, club con el que logró ser el mejor del Interior.

Extraña mezcla de santalucense-floridense, Rosario empezó su carrera como director técnico en el Marcelino Briano dirigiendo al histórico Wanderers de Santa Lucía, y después se fue a la Piedra Alta a preparar al Atlético.

Entrenaba, dirigía y procuraba hacer jugar a sus equipos como él jugaba: concentrado, comprometido, esforzado, y evolucionando a través de ciertas seguridades básicas.

Sus convicciones en la cancha eran sus convicciones en la vida. Frontal, con un gran ejercicio de la discusión a través de su razón, Rosario Martínez defendió desde el otro lado de la línea lo que él definía como modelo del fútbol uruguayo. No lo encandilaban las luces de la estética del toque, ni la exitosa promoción de la propuesta de Pep Guardiola, y a través de su cuenta de Twitter, y también de los micrófonos, era capaz de defender y argumentar con certera capacidad de exposición los principios que defendía, ante los lugares comunes y definiciones copiadas de otros con los que se le pretendía etiquetar. “Parece q los equipos ‘que juegan al Fútbol’ tienen prohibido marcar y defender bien; todos los días se aprende algo nuevo, gran verdad!”, sentenciaba desde su cuenta de Twitter razonando por el absurdo.

“‘Mirar el arco de enfrente’, ‘tenencia de balón’, ‘protagonismo’, ’intensidad’, ¿cuál será la próxima palabra a expresar para ser ‘moderno’?”, trancaba Rosario en las canchas de la dialéctica futbolera.

Rosario Martínez dirigió en Uruguay, Ecuador, Guatemala y Bolivia, con éxitos repetidos de acuerdo a su concepción de lo buscado. Además, obtuvo el reconocimiento de haber sido elegido por dos temporadas consecutivas, en la 2010-2011 y en la 2011-2012, como el mejor entrenador por los votos obtenidos en la encuesta Fútbolx100 de El Observador cuando dirigía al Centro Atlético Fénix, club al que además dirigió en la Copa Sudamericana.

Condujo a los planteles principales de Wanderers de Santa Lucía, Atlético Florida, Olmedo de Ecuador, Xelajú de Guatemala, Independiente Petrolero, Real Santa Cruz, Real Potosí y Guabirá, de Bolivia, Universidad Católica de Quito, Fénix, Racing, Liverpool, Progreso y Rampla Juniors.

Trabajó como director técnico alterno en Nacional y en Peñarol, como ya lo había hecho en El Tanque y Bella Vista, y también estuvo en las formativas de Danubio.

Rosario Martínez fue especialista en sacar de los pelos a equipos que estaban peleando el descenso, pero con expectativas de los mejores logros siempre de acuerdo en su método.

Rosario dirigió por última vez a Rampla en 2019 y se siguió preparando para el próximo desafío, con la defensa bien paradita, metiendo y mirando para el arco de enfrente.

La muerte lo garroneó, lo agarró del corazón, pero su espíritu seguirá vigente.