El sábado en el estadio Maracaná se habrá de definir esta controvertida edición de la Copa América, pensada para el año pasado para jugarse en simultáneo a la Euro, y finalmente realizada en Brasil, en medio de la pandemia. No estará Uruguay, que quedó sin competencia a causa de una definición por penales dos instancias atrás, en los cuartos de final, pero viendo la paridad de la competencia en la que, a excepción de Brasil, los demás debieron recurrir a la definición por penales, no hubiese sido inverosímil que el sábado estuviéramos esperando otra recompensa del camino.
En esta coyuntura tan especial de selecciones sin tiempo ni ensamble y con la covid-19 como antiseleccionador, nos frenamos como en la de 2019 en los penales de cuartos de final, con un récord de partidos bastante parecido: esta vez fueron dos triunfos, dos empates y una derrota, mientras que aquella otra, con un partido menos jugado, reportó dos triunfos y dos empates.
Más allá del disgusto fogoneado y de la prevalencia de especialistas e hinchas con redes sociales, que tienen como único fin y objetivo irreal el de ser campeones in eternum, más allá de la enorme frustración de quedar sin más por los penales, no parece que haya existido tanta defección.
Los pozos del camino
Si desde 2010 abrazamos la idea de que la recompensa está en el camino, es necesario pensar que en ese camino habrá recompensas valuables en éxitos deportivos, pero que necesariamente habrá muchísimos más fracasos y frustraciones por no ganar ese único primer lugar con el que se equipara el éxito de estos días.
Es necesario generar un camino, avanzar en un camino y ahí, en ese día a día, ir buscando esas recompensas que serán valederas para los individuos y también para el colectivo agrupado por determinadas características, que los hace confluir en ese sentimiento en común.
La frase fue presentada al pueblo por el maestro Óscar Washington Tabárez el 13 de julio de 2010 a la vuelta de la gesta de Sudáfrica y era una adaptación del entrenador de la dedicatoria de una vecina de Kimberley, Sudáfrica, que en un libro le había sentenciado: “The journey is the reward” (el viaje es la recompensa). Apenas un tiempo después, Tabárez explicó lo que sintió ese día en que el pueblo uruguayo recibía como campeones a quienes habían terminado en el cuarto lugar de una competición que no era para nada ajena a la historia de los uruguayos: “Y a mí se me ocurrió decir que era un homenaje a los muchachos, pero que no hay que festejar sólo los triunfos, porque es posible que en algún momento no se consigan... Y entonces me acordé de esa frase, ‘el camino es la recompensa’. El festejo permanente es por tener una actividad en la que pueda, si las cosas salen medianamente bien, dar alegría a los demás. Ahora, cada vez que juega la selección de Uruguay, se ve esa expectativa, esa ansiedad, y muchas veces cuando viene la frustración, cuando viene una derrota o un empate, aparece el reconocimiento de lo que han hecho estos muchachos, y entonces se encuentra el camino del medio. Creo que este es un salto cualitativo en nuestra cultura deportiva”.
La frase es de 2010, pero el camino empezó el 8 de marzo de 2006, cuando el entrenador volvió a dirigir la selección uruguaya con un proyecto, el de la “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas”.
Todo conectado
Hace 15 años, Tabárez dejaba registrado en su diagnóstico que “Las selecciones nacionales han sido inconexas. A nivel de la selección mayor no hubo continuidad de la organización ni de las estrategias, luego de llegado el tiempo de determinada meta, generalmente vinculada a la disputa de los campeonatos mundiales. Tampoco ha existido la coordinación y la consecuente continuidad entre la selección mayor y las de nivel juvenil, que aportan talentos a aquella. Ese tránsito natural de un talento desde las selecciones juveniles hacia la mayor no se ha enriquecido más que en algunos períodos determinados, por lo que ese proceso siempre ha sido históricamente discontinuo”.
Como respuesta a tal déficit y carencias estructurales y organizativas –y hasta filosóficas–, el plan apuntaba a establecer políticas de selección y dar permanencia y continuidad a su organización, elevar los rendimientos deportivos y acercar la expresión futbolística de las selecciones nacionales a nivel del fútbol de élite internacional. Además, y asociado a lo anterior, la competición será parte imprescindible de la preparación y evaluación de los equipos y de la formación de los futbolistas, por lo que no debe quedar limitada solamente a las competiciones oficiales internacionales.
Haciendo escuela
Desde aquel marzo de 2016 hasta nuestros días se hizo foco y naturalizó el proceso de formación y selección de nuestros futbolistas para vestir de celeste, y se había logrado. La covid-19 y el desarrollo de la pandemia cambiaron todo para todos, pero en particular para Uruguay supuso una variable sin antecedentes en los últimos tres lustros.
Es muy difícil demostrar que los logros de la selección no se habrían alcanzado sin el proyecto que han encabezado Tabárez y sus colaboradores, pero subjetivamente la comparación con el pasado es enorme. La adhesión de jugadores de primera línea, la disciplina del equipo en el juego y fuera de él, la organización al detalle de la mayoría de los aspectos, y los procesos graduales de renovación con la base de un trabajo de años en las selecciones juveniles han sido decisivos hasta que el almanaque llegó a otro 8 de marzo, el de 2020, con los primeros casos de coronavirus en Uruguay, y todo cambió para las selecciones y para cada uno de nosotros.
Tabárez consideró que ha sido un daño muy grande, porque “nuestra forma de trabajar y de crecer ha sido con procesos de trabajo que implicaban mucho tiempo”.
Hasta ahora, el proceso de decantación para ser uno de los 11 siempre ha sido el mismo: observación, preparación, básicamente en los procesos de selecciones juveniles, incorporación a la selección mayor e integración, sin apuro, a la oncena mediante amistosos preparatorios.
Casi no ha habido excepciones en la integración de nuevos jugadores a un grupo que dinámicamente se ha transformado en el núcleo o elenco estable. Este año, y en particular en estos siete partidos que se han jugado entre el 3 de junio y el 3 de julio por Eliminatorias y Copa América, han sucedido cosas que nunca habían pasado en 15 años. Citaciones de futbolistas que nunca habían participado en la sub 20 y ni siquiera habían estado en fechas FIFA, e incluso se produjo la titularidad de esos futbolistas que debieron ser presentados unos días antes del primer partido.
Seguramente a varias de las diez selecciones de la Confederación Sudamericana de Fútbol les sucedió algo similar y esto determinó su participación en la Copa América, pero seguro a ninguna le pesó tanto como a la selección uruguaya, que desde hace 15 años y con el mismo método de trabajo promueve relevos en su ensamble variable de cada ciclo de competencias.
Tanto gusto
De los 26 futbolistas que viajaron a Cuiabá, Brasilia y Río de Janeiro para jugar la Copa América, había 17 que dos años antes jugaron en Copa América de Brasil 2019, lo que marca la secuencia de trabajo. Asimismo, se produjo una situación absolutamente nueva desde el torneo continental de 2007: nunca, en todos los años de Tabárez al frente de la selección, habían estado en la delegación futbolistas que nunca hubiesen jugado ni un minuto con la selección absoluta, como aconteció esta vez con Brian Ocampo, Camilo Cándido y Sergio Rochet, o que no hubiesen tenido su bautismo en partidos preparatorios, como Facundo Torres y Fernando Gorriarán.
La otra peculiaridad fue que, por primera vez en estos 15 años, la selección estuvo 11 meses sin jugar desde el amistoso con Argentina en Israel –noviembre de 2019– hasta el postergado comienzo de la Eliminatoria para Catar 2022, en octubre de 2020.
Ahora los veteranos son los sub 20 de 2007 –Luis Suárez, Edinson Cavani, Martín Cáceres– y de 2009 –Sebastián Coates y Martín Campaña–, es decir, los de la primera promoción directa de aquellas selecciones que antes habían estado “inconexas” en su desarrollo.
El elenco estable, secuencia de trabajos, experiencias, el que hizo el camino, está conformado ahora por jovencitos como Federico Valverde (22), Rodrigo Bentancur (24), Matías Viña (23), Nicolás de la Cruz (24), Nahitan Nández (25), Giorgian de Arrascaeta (26) y José María Giménez (26), este último ya con dos mundiales sobre sus espaldas y con 67 presencias internacionales con la celeste.
Nunca había sucedido que hubiera incorporaciones directas a las competencias oficiales y que ingresaran a la cancha sin ningún antecedente, como en los casos de Torres (21) y Ocampo (22). Tampoco había antecedentes de jugadores sin ninguna presencia que conectara inmediatamente con otras selecciones; es el caso de Gorriarán, Rochet, Cándido y, para el plantel de las Eliminatorias, Juan Ignacio Ramírez.
Tampoco había habido tantos nominados del campeonato local para partidos por los puntos, que llegaron a ser cinco: Rochet, Cándido, Ocampo, Giovanni González y Torres, uno solo de los cuales (González) había participado con anterioridad.
Para establecer otro punto de referencia, en el Mundial de Rusia, 21 de los 23 futbolistas habían pasado por selecciones juveniles, con el récord de Gastón Silva, participante desde la sub 15 y que además jugó los mundiales de sub 17, sub 20 y el absoluto. Solamente Maximiliano Gómez y Carlos Sánchez no habían estado en procesos de juveniles, aunque Sánchez sí había participado en todo el ciclo entre mundiales después de Brasil 2014.
La Copa América ya fue para Uruguay. La pandemia no, pero en adelante el camino está trazado con la meta de Catar 2022. La expectativa de conseguir la participación en cuatro mundiales consecutivos nos enfoca ahora en setiembre, y ojalá sea con una recompensa.