Cuando terminó el partido que por el Mundial de fútbol playa se estaba desarrollando en Moscú -en el que Uruguay le ganó 7-6 a Portugal, el vigente campeón del mundo-, yo estaba solo, en el comedor/oficina de donde habito/trabajo. Estaba yo, y mis lágrimas, generadas por la emoción de una serie de hechos acaecidos a 13.295 kilómetros.

Otra vez, como miles de uruguayos y uruguayas en el tiempo, he tenido el privilegio de ser testigo de un acontecimiento tal vez menor en la historia de los resultados deportivos, pero inolvidable y marcante para algún porcentaje inestimable de los tres millones y medio.

En los últimos tres minutos, de los cronometrados 36 que se juegan en un partido de fútbol playa, nuestras gargantas amasaban el irrefrenable y entrecortado grito de “¡Uruguay nomá!”. Una vez más fluiría como lava hirviente del volcán de nuestras vidas, sabía que se me entrecortaría la voz, que aflorarían las lágrimas y que la más profunda irracionalidad de sentirse parte de un ser uruguayo -moldeado por un amasijo de vidas, culturas y expectativas que terminan confluyendo en un ícono celeste- confortarían una vez más una parte de mi vida, de nuestras vidas.

¿Cuántos seríamos los que estábamos esperando ese “¡Uruguay nomá!” como recompensa de ese sinuoso trecho del camino, haciendo equilibrio, con temple e idoneidad por el pretil que nos hace caminar, desde el esfuerzo y las ganas, hasta el poder hacerlo? ¿Mil, diez mil de nosotros, a la hora del almuerzo o del corte en el laburo, esperando la hazaña?

Pero ¿es hazaña una victoria épica, lograda con tesón, preparación, esfuerzo y sacrificio, cuando se piensa, se planea, se ejecuta dando todo de sí? ¿Es presuntuoso pensar que en una competencia entre dos colectivos aquel con menos desarrollos técnicos, logísticos o económicos le pueda ganar a ley de juego a su oponente si no ha dejado detalles en su preparación, si el esfuerzo, la adhesión y solidaridad son un ingrediente potenciador de sus facultades técnicas?

¿Cómo hizo la selección uruguaya de fútbol playa para en esta situación límite deportiva -ganar o quedar eliminado del Mundial- derrotar a un equipo poderoso que venía con las credenciales como para volver a ser el mejor? ¿Lo hizo porque tiene garra y se cagaron de frío y lluvia, congelándose en pleno invierno entrenando noche y día en la playa, sacrificando horas de familia, de estudio, de trabajo?

No, lo hizo porque se preparó para potenciar sus destrezas técnicas, sus virtudes físicas, su juego y vida asociada como colectivo.

Definitivamente el concepto de garra no puede asociarse al de realismo mágico, como parece que concluyen unos cuantos cuando utilizan el recurso de apelación a algo que aparentemente es una potestad y condición de los uruguayos, que más que charrúas son descendientes de nativos criollos, españoles, portugueses, italianos, rusos, eslavos y un crisol enorme de nacionalidades que se moldearon en uruguayos.

La garra es la acción continuada en el tiempo de dar todo, de dejar todo, el máximo esfuerzo, pero buscando los umbrales de la perfección en el sentido de “lo mejor posible”. Garra es ejecutar con idoneidad, preparación y optimización el posible virtuosismo colectivo o individual de que un grupo o un individuo pueda disponer.

Unas semanas atrás Garra entrevistó, a través de Agustín Lucas, a German Parrillo, el técnico de los celestes con arena: “En este deporte está la posibilidad de salir campeones del mundo o quedar afuera en la primera fase. El uruguayo juega a nivel del rival: jugás contra Brasil y le hacés tremendo partido, jugás contra Islas Salomón -como nos pasó en un Mundial- y perdés, pero después le ganás a Emiratos Árabes y a Portugal, y después a España. Nos pasó ahora con Bolivia, habiéndole ganado a Argentina y a Chile. Podemos quedarnos en la serie o llegar a la final, por eso nosotros planificamos para ser campeones del mundo”.

Este martes, en la entrevista final de la FIFA, Parrillo respondió ante la inquietud periodística acerca de hasta dónde podía llegar este equipo, que “no tenemos límites”. Y yo, de nuevo, entre lágrimas mientras recibía su, mi y nuestro “Uruguay nomá” repetido con el que cerró su alocución, interpreto que no tenemos límite de prepararnos, de mejorarnos y de plantearnos como expectativa tratar de llegar lo más alto que se pueda llegar.

¡Uruguay nomá!