La primera presentación celeste en Doha no difería, en cuanto a condicionantes previas, de los 13 encuentros que se habían jugado antes de que Uruguay enfrentara a Corea en el estadio Ciudad de la Educación. Sin embargo, el empate final ha dejado disconformidad por la prestación, por el planteo y por el intento de desarrollo de juego de los uruguayos.

Algunos apuntan a Diego Alonso, tal vez por su innecesario y exagerado mensaje de que venía a ser campeón mundial, cosa que seguramente piensan e intentan todos. Otros, por un planteo que entienden que fue conservador. Y otros, por la innecesaria y a destiempo comparación con el maestro Óscar Tabárez, a quien inopinadamente cesaron de mala forma y que fue el gestor y ejecutor del renacimiento de las selecciones en este siglo. No tiene la culpa Alonso del equivocado proceder de quienes removieron a Tabárez.

La falta de una adecuada valoración de las posibilidades coreanas, y hasta su descalificación previa, fue otra de las variables que, amplificadas o no discutidas por los especialistas, ponen en el público perturbación y desaprobación.

El cuestionamiento, al parecer, versa sobre la estrategia de juego, sin tener en cuenta, como debería ser, la buena actuación y posibilidades del rival. Arriesgar más con otro posicionamiento en campo u otros futbolistas entre los 11 tal vez hubiese conducido a un mejor resultado, pero también a uno peor, y para la peligrosidad de la fecha inaugural da la sensación de que es mejor quedarse con el medio vaso lleno.