Cuando se ven los pingos, cuando el pescado se termina de vender, cuando se escribe el diario del lunes, cuando están todas las cartas sobre la mesa, donde se pagan los premios, cuando las papas queman, los brazaletes dejaron de ser visibles. Podrían haber tenido la visibilidad más grande del planeta, un partido de fútbol en el Mundial. Y así aprovechar un gol de Gareth Bale, el primer gol de Gales después de 50 años en un Mundial, lo que lo pone nuevamente entre los mejores si no el mejor jugador de la historia de ese país; o un pase de gol de Harry Kane, el muñeco de torta infalible del área en el debut con goleada de los ingleses, o uno de Cody Gakpo en la hora para Países Bajos frente a la dura Senegal. Pero no.

Hay muy pocos futbolistas masculinos que se hayan declarado abiertamente homosexuales (mucho menos queer), o que apoyen la causa mundial de los derechos sexuales de la gente. Se pueden contar como una lista mundialista: Justin Fashanu, Olivier La Flecha Rouyer, Arnol Smit, Liam Davis, Antón Gysén, Yoann Lemaire, Thomas Hitzlsperger, Robbie Rogers, Andy Brennan, David Testo, el uruguayo Wilson Oliver y últimamente el australiano Josh Cavallo. A ellos habría que sumarle las declaraciones de los alemanes Manuel Neuer y Mario Gómez, y de los franceses Antoine Griezmann y Olivier Giroud a favor de la lucha con los colores del arcoíris.

La federación alemana sostuvo, ante la insistencia de su arquero Neuer, que no tenía problema en pagar la multa correspondiente por el uso del brazalete en protesta por las injusticias sociales en el mundo y particularmente en la sede del Mundial corriente. Algo similar pasó con el jugador, que manifestó lo mismo, y con otras federaciones europeas que pusieron el dinero de por medio, pero no los puntos, y ante la amenaza de amonestación por el uso del brazalete (que fue chequeado indiscriminadamente por el línea en el partido Alemania-Japón), decidieron dejarlo de lado. Ni el gol de Gareth Bale fue empuñado en un brazo de colores, ni uno de los goles de la expectante Inglaterra fundadora del juego en su ballet del debut, ni en una de las atajadas de Neuer ante la sorprendente selección nipona, ni Gakpo entrando en los fatídicos minutos finales contra Senegal pudo reivindicar que en la hora también se ganan unas cuantas luchas. La FIFA, en la voz tenebrosa de Infantino, declaró que el fútbol y el Mundial deben estar alejados de cualquier manifestación política e hizo caso omiso a la declaración de colectivos y referentes de que esta manifestación no es tan solo política sino que es social y de derechos. Aunque alejar al fútbol de la política también es política, ¿cierto?

Apoyado en los bombardeos del comité organizador, amenazó con sanciones deportivas como una tarjeta amarilla apenas empezado el juego al capitán del equipo que llevara el brazalete, que hasta tenía un eslogan “One love” que muy muy muy atrás llevaba de alguna manera, la lucha de la mujeres, las trans y las disidencias de los barrios pobres de los países del mundo. La futbolista inglesa Alex Scott, que realizaba una transmisión por televisión para su país, sí utilizó el brazalete de la diversidad, quizás ateniéndose a sanciones económicas, en este caso no deportivas, como primó en la amenaza. De todas maneras, más que nunca los varones éramos los responsables de ponernos en la piel de otros y otras por alguna vez y no en el ombligo.

Los futbolistas iraníes junto a su pueblo en la hinchada dejaron el himno en mute ante lo que quizás sea la máxima expresión política y diversa, aunque interna, de varones a favor de derechos de las mujeres en este caso, en particular de Mahsa Amini, una kurda iraní de 22 años detenida y matada por violar el estricto código de vestimenta que obliga a las mujeres a llevar el velo en público.

Los australianos, los “socceros”, que habían realizado importantes declaraciones y pedidos públicos al gobierno qatarí, ingresaron al campo de juego, ese espacio de batalla donde una manifestación puede cambiar el mundo, con un brazalete azul y sin ningún atisbo manifestante. El arquero Manuel Neuer, ante su insistencia con la causa y el hecho del uso del mentado brazalete, aparecía como el último héroe posible, la mano de Dios con guantes, un brazo del Diego. Pero la selección alemana, ante la amenaza de la sanción deportiva, también se inclinó por un fútbol en silencio. Sin el brazalete diverso, posaron frente a las cámaras tapándose la boca, en una performance visual inédita para un Mundial.

Hasta aquí las pantallas que pasamos en cuanto a diversidad en cancha. ¿Nos queda algo por esperar más que estadísticas? Ganó la monarquía y calló el hombre. Por suerte el fútbol ya no es tan sólo nuestro.