Jugadora de Nacional e integrante de la primera selección uruguaya femenina de fútbol, para Natalia Moreira el fútbol es lo más grande.
Corría 1994 cuando, por casualidad o por suerte, Natalia Moreira, de 14 años, concurrió a ver un partido femenino de fútbol y terminó jugando. A Chispita, como la llamaban sus compañeras –porque se enojaba y se le ponían los cachetes colorados–, siempre le gustó jugar a la pelota.
Su tía, que conocía bien cuál era la pasión de esa adolescente, la invitó a ver un cuadrangular de fútbol femenino en el que dos de los cuadros que se presentaron fueron Nacional y Danubio. Su familiar se ofreció a llevarla al barrio Abayubá, donde sería ese evento, para el que Moreira se vistió “como para salir”: botas de gamuza, pantalón y remera prolija.
Al llegar al lugar sucedió lo inesperado: Nacional no llegaba a la cantidad de jugadoras, tenía solamente cinco, y entonces la directora técnica, apodada Bebota, invitó a las jóvenes que estaban de espectadoras a jugar. Natalia accedió sin dudarlo ni un segundo, y con sus botas de gamuza, un short prestado que le quedaba enorme y una camiseta también prestada salió a la cancha para disputar un partido formal por primera vez.
Por su buen desempeño, cuando terminó la disputa, integrantes de Nacional fueron a hablar con sus padres para halagar su juego y consultarle si quería jugar. Natalia aceptó y la ficharon. El domingo siguiente jugó su primer partido oficial como futbolista de Nacional.
Ese día le quedó grabado para siempre porque pasó de admirar el deporte y jugarlo como pasatiempo a ser protagonista y tomarlo como una responsabilidad y comodín: defender al equipo del que es hincha desde siempre. En ese primer cotejo, que fue en la cancha de Rampla contra Liverpool, hizo dos goles. “Entré en el segundo tiempo, hice el 1 a 0 y el 3 a 1, entonces me quedé en el plantel mayor, a pesar de que había juveniles”, recuerda.
Creer en vos
A diferencia de la mayoría de las pioneras, Natalia tuvo la dicha de que su familia la apoyaba incluso aunque volvía tarde a su casa de los entrenamientos. “Pero en esa época no estaba ese miedo por volver tarde”, explica.
A pesar de esa “ventaja”, la realidad no era del todo satisfactoria. “Te apoyaban pero no creían mucho en vos. Mis padres sabían que yo siempre iba a querer una pelota, para cualquier evento yo prefería eso como regalo y estaba todo bien con eso, pero más nada”, sostiene.
“Me daban permiso de ir y demás, pero no me acompañaban, sobre todo al principio. Después sí, mi madre se quedaba afónica todos los partidos”.
En este sentido, una de las tantas anécdotas que tiene de su época como jugadora refiere a una de las primeras veces que su padre fue a verla jugar, en una final Nacional-Rampla en la cancha de Huracán Buceo. “Él me contó que había dos personas, que no las conozco pero siempre iban a nuestros partidos a vernos. Yo estaba de suplente y entré, fui a patear un tiro libre y uno de ellos dice: ‘Esto es gol, la Chispita lo hace’. Mi padre murmuró: ‘Imposible”. Y esas dos personas le respondieron: ‘Usted no conoce a la muchacha que va a patear’, mi padre respondió: ‘Sí, es mi hija’”. Natalia pateó y, fiel a su estilo, logró el gol de tiro libre. “Mi padre no lo podía creer. Ellos me daban permiso de ir y demás, pero no me acompañaban, sobre todo al principio. Después sí, mi madre se quedaba afónica todos los partidos”, recuerda.
Jugando en Nacional coincidió con Natalia Belando, su pareja actual. Había una categoría mayor y la integraba a pesar de que ella tenía 14 y recién empezaba, y las demás tenían alrededor de 37 años y jugaban desde hacía tiempo. Con Nacional salieron campeonas del Torneo Uruguayo de 1997 y 1998.
Las instancias más importantes con el conjunto albo siempre fueron los clásicos con Rampla. “Se vivían desde antes. Ya sabías en qué fecha te tocaba y pensabas sólo en eso”, cuenta. Representando a las tricolores también tuvo la oportunidad de jugar contra la selección de Canadá en el Parque Central.
De ni pensarlo a vivirlo
Así llegó el momento de integrar la primera selección uruguaya, con la que viajó al primer Sudamericano, algo que no había imaginado jamás. “No pude jugar mucho porque era la más chica, recién había cumplido 17. Había gente muy grande, el director técnico me decía que la oportunidad era para ellas porque ya no iban a jugar más, pero formar parte fue tremendo”, cuenta.
“Las de Nacional éramos las más jóvenes, pero casualmente yo era la más chica. Eso fue genial, estuve en el banco los primeros dos partidos y en los siguientes jugué, contra Bolivia estuve unos minutos”, agrega.
Natalia fue al amistoso en Mar del Plata previo al Sudamericano y después viajó al torneo, pero lo que más presente tiene es el día que, en el Charrúa, donde practicaban, comunicaron en un almuerzo quiénes eran las 27 que vestirían la celeste. “[Julio César] Penino era el director técnico y en la mesa dijo quiénes iban al viaje. Quedar en esa lista fue espectacular”, expresa.
Al regreso, Central Español la compró por un par de championes, un bolso y un equipo deportivo. Allí jugó dos años más y a los 20 debió retirarse porque el trabajo le impedía jugar: vivía en La Paz y el entrenamiento era tarde, trabajaba en la fotocopiadora frente a la Caja de Jubilaciones y no le daba el tiempo.
Nada le impidió seguir enamorada del fútbol. Ese deporte que siempre le apasionó pudo disfrutarlo en primera persona. Y fue protagonista de nada más y nada menos que la primera generación de jugadoras de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Actualmente juega al fútbol 5, a pesar de que sus tobillos lo sufren por algunas lesiones que tuvo.
“Con Central Español arreglé por los championes y el boleto, porque era muy importante para moverme del trabajo a la práctica”.
Respirar fútbol
Esa época de gloria para las mujeres que abrieron el camino del fútbol femenino uruguayo tuvo mucha luz pero también oscuridad. La vestimenta, el boleto y otras necesidades básicas siempre faltaban. Natalia fue una de las pocas que pudieron contar con apoyo económico del club.
“Con Central Español arreglé por los championes y el boleto, porque era muy importante para moverme del trabajo a la práctica. Ahora sabemos que equipos como Defensor dan los viáticos; eso es muy importante”, considera la pionera, a la que le hubiera gustado nacer en esta época: “Veo la ropa que usan las chiquilinas. A mí el short me llegaba abajo de las medias, no se me veían las rodillas, tengo el 21 y no se me veía el número, porque los equipos que usábamos eran de los varones. Me hubiera encantado haber nacido en esta época y disfrutarlo así. Lo que pasa en España: 80.000 personas viendo un clásico, todo eso fue normal”, considera.
“Tuve la suerte de jugar en Nacional. Si hubiera sido en otro cuadro no había problema, pero fue genial que justo me haya tocado en el cuadro de mis amores”.
Desde que juega al fútbol 5 se da el gusto de tener indumentaria acorde, y para uno de los equipos en los que jugó tuvo hasta tres conjuntos distintos. “Además, yo no tengo problema si pierdo, me encanta ir y jugar, si ganamos genial y si no, no importa”, explica. A esta pionera se la puede encontrar mirando fútbol de cualquier liga en la televisión. “Yo vivo el fútbol, escucho el himno de la selección o las canciones de Nacional y me emociono, ahora empezamos a llevar a mi hijo y me encanta, respiro fútbol, amo la pelota”, agrega, como si fuera necesario aclarar que el fútbol es central en su vida.
“Tuve la suerte de jugar en Nacional. Si hubiera sido en otro cuadro no había problema, pero fue genial que justo me haya tocado en el cuadro de mis amores”, finaliza Natalia con nostalgia y agradecimiento. Sabe que jugó en la época más complicada para las mujeres. Ese tiempo en el que, para disfrutar del juego, debieron enfrentarse con muchas piedras en el camino. Las fueron corriendo para un costado, lo necesario para abrir el camino a las que vinieron después, las que ahora tienen indumentaria propia.