Siempre hay que levantarse. Superar obstáculos. Salir del laberinto. Buscar hasta encontrar el camino de la felicidad. Iván Loriente estaba a punto de rendirse. Lesiones duras que le fueron quitando protagonismo en un Olimpia donde era suplente y entraba poco. Estaba estancado en su carrera deportiva y –para colmo– sufrió la pérdida de uno de sus hermanos. Los golpes eran más dolorosos que chocar en la cortina con el rival más grande y fuerte que puedan imaginar.
Una llamada de Pablo Ibón, gerente deportivo de la institución de Villa Biarritz, presentó una luz en la oscuridad. Biguá lo quería. Tras ocho años por otros barrios, tenía la inmejorable chance de volver al club que lo formó. La decisión fue sabia. El pequeño vaso de agua en el desierto se transformó en un océano donde ahora nada con la alegría de ser bicampeón de Liga Uruguaya y segundo en la Basketball Champions League America.
Es casi irrisorio que en dos años haya cambiado tanto la carrera –y la vida– de una persona. Pero también es un premio a haber aprovechado ese guiño que el destino le tenía guardado. Prepararse para un desafío en el que no podía fallar. Y ahí estuvo Iván. Estoico. Aguantando el temporal.
Ahora anda con la red colgada en el cuello, rodeado de copas y con una sonrisa imposible de disimular. “Estoy viviendo el mejor momento de mi vida”, dice. Y se nota, Beco.
Públicamente siempre reconociste a Pablo Ibón. ¿Por qué tanto agradecimiento?
A Pablo lo admiro y lo quiero. Terminé muy complicado en Olimpia en lo personal. Venía de una lesión grave y perdí a mi hermano. No quería nada. No sabía si iba a seguir jugando. Fue muy duro. Ibón me pidió para volver a Biguá y lo valoré muchísimo. Era una oportunidad única, lo quería hace mucho tiempo. Nadie me llamaba y él no sólo confió en mí, sino que hizo que todo el resto también lo hiciera. Se la jugó en un momento que era difícil, estoy muy agradecido. En mi familia saben que él tiene mucho que ver con mi presente.
¿Sentís que te estabas perdiendo en el radar de jugadores del básquetbol uruguayo?
Es una gran realidad. Era suplente en Olimpia y no estaba jugando bien. Por un montón de motivos estaba muy lejos de lo que soy capaz de dar. No venía haciendo las cosas bien ni en el básquetbol ni en la vida. Cambié cuando se dio esta oportunidad. Me prometí trabajar duro física y mentalmente. No podía fallarle ni a Pablo ni a Biguá. Sentí que era mi última chance en el básquetbol. No iba a tener otra tan linda y no la quería desaprovechar. Dos años después, te puedo decir que estoy pasando el mejor momento de mi vida. Esto para mí no terminó, quiero seguir creciendo como jugador y como persona. Lo bien que me está yendo en el deporte me marcó para tomar las decisiones diarias.
¿De dónde sacaste fortaleza para levantarte y cambiar la realidad?
El apoyo de mi familia siempre fue fundamental; somos muy unidos y las alegrías que pude llevar a casa en días grises me hicieron muy feliz. Nosotros perdimos un hermano, pero a mis viejos se les fue un hijo. Entonces también había que brindarles apoyo a ellos y formar un equipo sólido para salir adelante. Me motivó muchísimo el llamado de Biguá para levantarme y dar lo mejor de mí. No sé qué hubiera pasado si no llegaba. El básquetbol es mi vida; me hace feliz, me encanta entrenar, me hace bien y me distrae. Por eso aproveché todo al máximo.
Te veo más maduro en la cancha. ¿Puede ser?
Soy calentón, pero antes explotaba muy rápido, por cualquier cosa. Hacía estupideces que ahora las veo y me avergüenzan. No había necesidad. Quedaba horrible para mi imagen, me sacaba de partido e incluso eso me podía llevar a que un equipo dejara de contratarme. Maduré. Cambié la cabeza. Me enfoqué en mi trabajo y en lo que tengo que hacer para darle lo mejor al equipo. Me enojo cuando a un compañero le quieren ganar de vivo. Me sale natural saltar por ellos. Eso lo voy a hacer siempre. Pero he cambiado en otros aspectos, tanto Pablo Ibón como Nicolás Mazzarino me hablan mucho y me hace bien escucharlos.
¿Cómo vivieron los primeros días después de ser campeones?
Recién ahora nos está cayendo la ficha de todo lo que logramos. Fue muy redondo. Nos vamos dando cuenta y lo empezamos a disfrutar. Desde que empezó la temporada nos marcamos muchos objetivos y los fuimos cumpliendo casi todos. Quedó la final de la Champions; nos fuimos con la espina, aunque para nosotros fue como ganarla por el nivel que alcanzamos y los rivales a los que superamos. Este equipo se puso metas en la cabeza y fue por todo. Jugamos a un nivel muy alto, de igual a igual contra todos. A nivel de Liga Uruguaya estuvimos muy arriba: perdimos sólo siete partidos en el año. Tiene mucho que ver la seriedad de los entrenamientos, el compromiso de 11 meses durísimos. Más allá de la calidad de los jugadores, hubo clase humana. Nos llevamos muy bien. No había egoísmo y todos tirábamos para el colectivo. Eso sumó muchísimo en el día a día. Sumamos factores que nos hicieron fuertes basquetbolística y anímicamente. Ojalá se pueda repetir el plantel para la próxima temporada.
¿Qué le aportó la llegada de Diego Cal junto a Nicolás Mazzarino a un plantel que venía de ser campeón?
Primero hubo esfuerzo de los dirigentes para repetir gran parte del equipo, apostaron a nosotros un año más. Diego y Nico no quisieron inventar nada. Pusieron su buen trabajo. Aconsejaron y transmitieron confianza. Los dos mostraron mucha humildad. A Mazzarino lo aprovechamos mucho para escucharlo. A Cal quizás le costó un poquito entrar y hacerse respetar. Pero en este plantel nadie lo molestó ni le faltó el respeto. Confiamos en lo que podía dar. A la larga, sacó lo mejor de nosotros. Mantuvo una rotación muy buena en el año para llegar a las finales de la mejor manera. A veces parece chiquito, pero es un entrenador joven que sabe muchísimo y es un honor tenerlo.
¿Son conscientes de que lograron un estilo de juego moderno que es difícil ver en Uruguay?
Quizás sí. Cuando volvía a ver los partidos me daba cuenta de que jugábamos muy lindo y muy bien. Eso tiene que ver con el plan de juego que presentó el cuerpo técnico, con la clase de jugadores que teníamos y con que estaba muy claro el rol de cada uno en el equipo. Al tener muchos tiradores era una de las fortalezas lanzar a distancia; confiábamos mucho en eso. De hecho, terminamos la Liga Uruguaya tirando más triples que dobles, lo cual no es tan común. Tomábamos buenas decisiones, con paciencia y ocupando bien los espacios para esperar el momento del tiro.
¿Es difícil resignar cosas de tu juego para potenciar al colectivo?
Ese proceso se dio natural por el plan de juego que marcó el cuerpo técnico. Había que respetar las formas para que nos fuera bien. Sé que hay otras cosas que también puedo hacer, como salir de una cortina y tirar, o jugar un pick and roll, pero también estaba claro que otros compañeros lo hacían mejor, y eso beneficiaba al equipo. Yo me comprometí a defender siempre al mejor del equipo rival. Es algo que me gusta y sentía que podía contagiar cosas positivas desde ahí. Ser el líder defensivo era un lindo desafío, me motivó mucho. Siempre trato de ver al oponente, dónde está su debilidad. Hablo con los entrenadores, pido muchos videos de los jugadores que voy a defender y ahí armamos el plan defensivo. En ataque no tenía que inventar nada, sólo esperar con paciencia lo que generaban los demás, ocupar los espacios y meterla cuando me tocara tirar a pie firme. Sabía que la bola me iba a llegar.
La mayoría de los jugadores del plantel fueron formados en la cantera de Biguá ¿Qué aportó eso?
Suma mucho cuando vos tenés jugadores formados en el club: todos aprendimos a jugar de la misma forma. Alejandro Gava tiene mucho que ver; a veces no sale tanto su nombre, pero hace un trabajo bárbaro en la formación. Nosotros nos sentimos bien acá, amamos al club y somos felices jugando. Me quedo con una frase que me marcó desde el primer día que volví, después de ocho años: darlo todo. Este equipo lo representó totalmente, entregamos hasta lo que no teníamos por crecer todos juntos. Es un lugar divino: trabajás cómodo, tenés todo, no te podés quejar de nada. Dar el máximo es la forma de demostrar agradecimiento a la institución.
¿Sentís que diste un paso adelante al estar a la altura en un torneo internacional?
Mi sueño siempre fue jugar en el exterior. Quizás en algún momento lo pueda lograr. Ojalá. Eso depende de mí. Este año fue clave para demostrar que podía jugar a nivel internacional. Es totalmente diferente, los rivales tienen calidad y físicos impresionantes. Se juega muy seguido y son partidos muy intensos. La concentración es fundamental, no podés fallar en nada porque los pequeños errores te los hacen pagar.
En los festejos del título estabas con la red colgada y tu hija en brazos. ¿Qué sentiste en ese momento?
A la familia la disfruto mucho, mis hijas son lo máximo. Hago todo por ellas. La más chica me mandaba videos cuando estaba en la Champions, me pedía que le trajera la medalla y la copa. Eso te motiva muchísimo para trabajar día a día. Pero a la vez no hay mucho tiempo para pasar con ellos durante la temporada, entre entrenamientos, partidos y viajes. Entonces cuando termina baja todo. Ver sus caras de felicidad me pone muy feliz. Aproveché ese momento de bajar la pelota y disfrutar. Son instantes que guardo en mi corazón.
¿Qué representa para un jugador cortar la red?
Es increíble. Quizás de afuera no parece. Pero se te pasan muchas cosas en la cabeza. Ahí te das cuenta de lo que estás logrando y lo importante que fue trabajar duro todo el año. Dejar de lado cosas de la vida personal. Cortar la red es algo único que no tiene explicación. Es una mezcla de felicidad y emoción. No se vive todos los días. Lo valoro porque no sé si me va a volver a tocar.
¿Cómo sigue la vida de Loriente campeón?
Ahora, descansar y volver a entrenar. Mantenerme en forma, seguir mejorando física y mentalmente. Madurar como jugador y persona. Ojalá que me pueda quedar en el club, sería un orgullo. Y me encantaría que se repita gran parte del equipo, porque no tengo dudas que podemos ir por el tricampeonato.