¿Por qué se suicidan los hombres del fútbol? Quizás es el barato recurso de la pregunta sin respuesta, pero es carísimo el precio de que se nos vayan así nomás. Porque, más allá de irse de sí mismos, quienes se suicidan se van de los otros y las otras. Antonio Machado dijo algo así como que “la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”. Pero quizás la muerte en estos casos, o en muchos –por no decir en todos–, es como la preescritura, es una presencia, un pensamiento constante con llamadas a la realidad todos los días.

¿Es lo mismo hablar de muerte que hablar de suicidio? Cuando la muerte llega el mundo para. El viento no hace ruido. La lluvia no moja ni hace más frío afuera que adentro. La muerte es un páramo inexplicable donde despertamos solos y solas. La muerte es despertar a la vez, es oscuridad, es pasar a la pantalla del recuerdo o del olvido.

¿Qué tiene que ver la muerte con el fútbol? ¿Y el fútbol con el suicidio? El fútbol es parte de la cultura de muchos países como el nuestro. También son parte de nuestra cultura la política, el carnaval y los suicidios; las desigualdades, la descriminación, el olvido y el recuerdo. Quizás a estos jugadores o técnicos como Gastón Machado, como Waldemar Victorino, como el Morro Santiago García, como Willy Martínez, qué dolor, querido back central; como Robert Enke, como Mirko Saric, como Justin Fashanu, los habitó el olvido o el recuerdo, aunque a este último lo corrieron otras presiones al precipicio: Justin se suicidó por la presión de un mundo homofóbico sobre sus zapatos de fútbol y su revolución de decirle al mundo que era gay.

Nunca supimos bien qué le pasó a Robert Enke, aunque supimos que la pérdida de su hija de dos años le abrió el arco inabarcable del vacío. Mirko fue mucho más cercano: un pibe de 21 años que la rompía en San Lorenzo se fue al cielo de los íconos. El Huevo Julio César Toresani, sí, aquel al que el Diego le dijo que lo esperaba en Segurola y Habana –donde todavía vive un alma del 10–, se retiró de esta vida después de dirigir a Rampla Juniors.

En otros tiempos, otro riverense aquejado por las deudas del fútbol mismo, las económicas, las otras, fue el caso de Gilson Madruga. Jugaba de lateral en el club Frontera de Rivera. El 2 de octubre del 2000 apareció muerto en Santana do Livramento. Los jugadores llevaban seis meses sin cobrar.

Es un viaje el profesionalismo y la ilusión de ganar siempre. Porque es imposible ganar siempre, porque hay un día en que hay otro que gana, o son más los días de perder que los de ganar. ¿Y después? Esperar en el banco de suplentes de la vida que aparezca una nueva camiseta para volver a soñar con algo. El resto es todo secundario, primero el fútbol, segundo yo, tercero yo también, pero los goles se los dedico al resto. Porque si no me comen el puesto, que es el trabajo, que es el salario, que es la fama, la corta fama del Instagram, la eterna fama de los barrios y los pueblos.

A todo aquello que puede ubicarse en pérdidas, deudas, presión social, presión familiar, olvido y soledad hay que sumarle la visión de la masculinidad sobre las cosas. ¿Qué les pasaba a estos hombres que se quitaron la vida? ¿Qué le pasó al Morro en su apartamento de Mendoza, donde es eterno? ¿Cuánto tenemos que ver los otros y las otras, quienes nos quedamos con la muerte que nos deja quien se va?

El recurso de la pregunta sin respuesta nos estalla en la cara. Mientras se discute en los escritorios la vuelta al fútbol en Uruguay, o se habla de millones de dólares en Arabia Saudita, un director técnico se suicidó en Rivera. Gastón Machado, un profesional humilde, un trabajador incansable. Quienes lo recordaron lo hicieron como un amigo, como un cercano, como un tipo bueno que buscó paz en ese estado intangible de la existencia.

¿Qué tipo de silencio es el silencio de los hombres? ¿Qué tipo de opresión es el mandato de ser guapo y de bancársela frente a la vida? ¿Dónde se guardan las lágrimas que no se lloran cuando te echan de un cuadro? ¿Dónde se queda la rudeza que te secó la piel cuando nadie te llama? ¿Dónde viven los cracks? ¿Dónde mueren? Los cracks también mueren como Gastón. En la épica de vivir en el recuerdo para zafar del olvido. Vivir en el recuerdo que sólo sienten los demás.

Datos de suicidios en Uruguay

En el año 2022 se registraron 23,2 muertes por suicidio cada 100.000 habitantes en el Uruguay, lo que implica 823 fallecimientos en el año. De ese total, 78% fueron hombres y 22% mujeres.