“Tú siempre existes dondequiera pero existes mejor donde te quiero”. La frase de Mario Benedetti está en su novela Gracias por el fuego, pero también en su poema “Corazón coraza”.

Del bolsillo de la mochila saco algo. Un sentimiento, una frustración, una esperanza. El drive de la vida me permite recuperar aquel papel lleno de raras sensaciones, bastante indescriptibles, y esos garabatos me permiten identificar el dolor lacerante, de ausencia, de resignación, aunque asimismo es una señal viva, emotiva, de que la vida sigue.

En aquel tórrido diciembre en Qatar y en Uruguay, una ilusión ha quedado atrapada bajo el derrumbe, pero tiene que estar viva. No quiero que Luis Alberto Suárez deje la celeste. No así.

Cuando pasó lo que pasó, el gol surcoreano, la eliminación por no haber podido resolver las competencias anteriores, aun con el claro concepto de que es una contienda entre protagonista y antagonista y casi siempre uno se va a imponer sobre el otro, yo estaba quieto en mi escritorio. Ni escribía lo que iba a escribir, ni borraba aún lo que inevitablemente nunca se imprimirá, hablando de un mañana que ya no existía.

Ahí fue que lo vi llorar, ahí fue que supe que esto no ha terminado, que él está y que siempre una le va a quedar y nos va a sacar de los pelos de un lugar en el que no queríamos estar. Es un renacer permanente en su propio renacer. La racionalidad superada, la expectativa truncada por la biología, y ahí todo se convierte en una cuestión de fe, en un sincretismo que se concreta a través del Luis, el que todo lo puede, aunque no pueda, la deidad imperfecta, el héroe perdedor, el semidiós uruguayo.

Hoy te vi reír, Luis. Estabas ahí, llegando a reencontrarte una vez más con la celeste.

“Sepan que estoy muy agradecido por todo el cariño que he recibido, han hecho muchísimas cosas cuando uno no estaba acá”, dijo Suárez, apoyado en su sentimiento de disfrute “por esta etapa que estoy viviendo”, porque, pese a que “nunca se sabe qué puede pasar en el futuro”, la del martes en el Centenario “para mí va a ser una noche más de las inolvidables que viví en la selección”.

Gracias por el fuego, Luis.