“Cuando la tarea de todos se termina, la de ustedes recién está empezando”, me dijo durante la cena en un comedor del Instituto Nacional de Alimentación uno de los acompañantes de equipo que viaja con la caravana de la Vuelta Ciclista del Uruguay. Tenía razón. Los días son largos en la Vuelta, y el periodismo es ejercicio de observación mientras la carrera fluye por las rutas y de redacción cuando los ciclistas se bajaron de la bicicleta, los comisarios se fueron a descansar y los vallados de la llegada ya se desarmaron.

La tarea de escribir empieza ahí, cuando lo observado durante la carrera se puede bajar al papel, cuando la palabra de los protagonistas recobra vida en la grabación. La historia que se escribe es la de la carrera, con sus resultados y desenlaces, pero durante todo ese tiempo, la tarea de los que pedalean es sólo una de las tantas que se están ejecutando dentro de ese sistema al que todos llaman caravana, que tiene su órbita propia y que corre por una pasarela de asfalto, que minutos antes y minutos después tiene el mismo tránsito que cualquier otro día.

Gran familia

Además de los 155 ciclistas que comenzaron la competencia, se movieron con la caravana el doble de personas, como mínimo. A 80 les dio alojamiento y alimentación la Federación Ciclista Uruguaya (FCU), coordinando con intendencias e instituciones de cada departamento. Comisarios, inspectores de tránsito, choferes, personal médico y periodistas fueron acomodados en estadios, gimnasios, hoteles, hospedajes y cuarteles.

La mayoría de los 26 equipos contaron con un mínimo de cuatro acompañantes, pero algunos tienen estructuras más numerosas. Se puede estimar que el número de acompañantes fue mayor al de ciclistas, aunque no todos ellos viajaron en la caravana. Algunos se adelantaban y esperaban ya en meta.

Serapio amanece a las 6.00 un domingo, motivado, luego de pasar la noche en la Escuela Agraria de Trinidad. De todos modos, todos los días amanece a esa hora, duerma donde duerma. Emilio Manuel Muñoz Madeiro, Serapio, formó parte del pelotón, colaborando con la seguridad de los ciclistas, previniendo accidentes. “Me han querido llevar a trabajar a Brasil y también a Argentina”, contó con orgullo una mañana en la plaza, antes de la largada. “Es bravo dejar el terruño de uno. Me puedo ir un mes o dos, pero después hay que volver al rancho, a la casa de uno, allá, quieto”, confesó. La casa de él es en Mercedes, su terruño, aunque desde hace 13 años en Semana de Turismo se permite dejarlo para montar su moto, agarrar la bandera roja y salir a marcar los peligros en todas las rutas por las que pasa la Vuelta.

“Hay que estar en todos lados, marcando los peligros de las rotondas, de los canteros que hay en el medio de la ruta, limpiando la ruta si hay algún objeto que pueda provocar accidentes”, detalló. “Me pongo 50 metros antes, agito la bandera y les meto silbato”. A veces se lo ve aguantar estoico la pasada del pelotón, mientras él levanta el brazo con la bandera indicando que inicia un cantero central. “Es peligroso, de los dos lados me pasan. En las rotondas me pasan por derecha y por izquierda y bueno, quedate quietito que no te va a doler. Tirate para donde puedas. Pero está todo bien, es una gran familia”, valoró.

“Hoy va a ser un día de terror”, dijo el lunes 3 de abril cuando empezó a llover. La voz de la experiencia puede equivocarse, pero no esa vez. Tiene 68 años y alguna que otra etapa complicada ha visto. Tan complicada fue ese lunes, que fue de terror: etapa anulada por numerosas caídas y falta de médicos suficientes para atender al pelotón.

Sobre ruedas

El descampado no tiene construcciones a la vista. Apenas se divisa en algún punto de la ruta el mojón que marca el kilometraje. La descripción aplica a casi cualquier punto de las rutas nacionales por las que transitó la Vuelta. En esos paisajes la misma secuencia se repitió durante cualquiera de los diez días de carrera. La caravana multicolor la abría la policía caminera. Una moto, un auto, otra moto. Sirena prendida, tocando bocina y circulando por el carril izquierdo, a contramano, para pedirle a los vehículos que se aproximaban que bajaran la velocidad, primero, que se hicieran a un lado hacia la banquina, después, y que se detuvieran totalmente, por último, sin obstruir la ruta.

Detrás de ellos viajaba la camioneta en la que iba el presidente de la FCU, Pablo Quintana, etiquetada como Coche Insignia; luego, alguna camioneta publicitaria y la camioneta estudio móvil de Radio Ciclismo. Después, aparecían los primeros pedalistas. Si eran de una fuga, un puñado de corredores y con algunos vehículos detrás de ellos; más atrás el pelotón. Si el pelotón viajaba compacto, aparecían todos juntos, también acompañados por motos de la caminera que los escoltaban y llevaban a los comisarios que controlaron la carrera. Delante y detrás del pelotón, se veían vehículos con etiquetas de Director de Carrera, Comisario, Neutro, Organización, por nombrar algunas.

Walter Iraola fue la voz del servicio de Radio Tour. Enganchados a una frecuencia de FM que emitía desde el auto de un comisario iban todos los vehículos de la caravana. “La función que cumplo es dar información a los clubes y proporcionar equipos de comunicación para los jueces y la organización”, contó. Entre los comisarios se comunican por walkie-talkies para pasar información de la carrera. “Si hay diferencias, con una fuga, por ejemplo, se dan los números de los corredores que estén participando y las diferencias de tiempo que llevan”, explicó. Eso es fundamental para que los equipos puedan modificar su táctica de carrera, de acuerdo a lo que está sucediendo. “Si hay alguna fuga que el equipo considere que tiene importancia, al informarles a ellos las diferencias el director viene hasta el pelotón y les informa las diferencias a los corredores”, contó la voz de la radio. “También hay una moto información, que va tomando tiempos, de la fuga al pelotón, y va con un pizarrón, y pone la diferencia”, explicó Iraola.

Moviéndose para adelante y para atrás del pelotón, las motos con las cámaras de televisión, y también otra que cargó un cajón de plástico con botellas de agua para abastecer a aquellos ciclistas que no pudieran entrar en contacto inmediato con los vehículos de apoyo de sus equipos. Las botellas debían estar totalmente cerradas hasta el momento de entregarlas, una garantía para los ciclistas que deben evitar en su ingesta las sustancias prohibidas en la lista de la Agencia Mundial Antidopaje.

Un grupo de comisarios se adelantaba a la carrera y esperaba en un punto fijo de la ruta. Gabriela Baccino tomó una cinta papel y, con ayuda de sus compañeros, la estiró y la pegó atravesando la ruta. “Hacemos los embalajes Cima y Sprinter”, decía Baccino. Su rol fue el de jueza de llegada, su tarea: “ver las posiciones en las que pasan por la línea”. Primero, por supuesto, marcar la línea con la cinta pegada en el piso. Al verlos pasar, registraban el número de los primeros, los comunicaban por radio, y Radio Tour los informaba a los equipos.

Baccino aseguró que los momentos de mayor tensión y dificultad en su tarea se presentan “cuando son muy apretados los embalajes”, pero para eso el procedimiento es registrar en video todas las pasadas por embalajes con un teléfono celular, que les permite el replay casero, para no perderse detalle. También pasan nervios cuando “se complica para pasar, por el tránsito particular”. Una vez que el pelotón pasó la meta volante, tanto ella como el cronometrista se subían a sus autos y los choferes debían, con ayuda de la Caminera, pasar al pelotón nuevamente, para estar listos en el próximo punto de llegada.

Estar en todo

Federico, Gustavo, John y Marcelo forman parte del cuerpo de inspectores de tránsito de Canelones. La intendencia prestó apoyo a la organización, convocando a los cuatro a esta tarea que ya llevan varios años realizando. Algunos de ellos tienen más de una década. “La función básica nuestra es llevar a los comisarios. Ellos organizan la caravana y están observando todos los detalles que implique la competencia”, dijo Gustavo.

Entre otras tareas, los comisarios a los que llevan deben organizar la caravana, “que cada uno ocupe su lugar, que le es asignado por número día a día”, explicó Federico. También “controlar que los equipos no remolquen a los ciclistas cuando quedan atrás. Que el ciclista siga la competencia por sus propios medios y no con ayuda”, agregó. “Otra tarea que hacemos con los comisarios es volver al final de la caravana cuando se termina la etapa, a buscar a los rezagados, y los volvemos a acompañar hasta la llegada”.

Gustavo comentó que moverse cerca del pelotón “es peligroso” porque “puede pasar que haya caídas”, y eso los lleva a estar atentos permanentemente a distintos estímulos. Para Marcelo, poder colaborar con un evento que tiene años, que es un clásico, es una motivación. “Uno de niño salía a la ruta muchas veces a ver ciclismo, y hoy en día estás viendo de adentro todo lo que pasa”, remarcó.

“Estás aprendiendo lo que es el deporte”, dijo John. “Uno se imagina que es subirse a la bicicleta y el que tiene más aguante es el que llega primero, pero todo lo que pasa adentro de la carrera, los movimientos, las estrategias que arman los equipos, sólo lo aprendés si hacés el deporte o cuando lo estás visualizando ahí. Antes los veías pasar y te ibas a las casas. Ahora estás en todo”.

Los cuatro inspectores resaltaron la confraternidad con las personas que participaron en la Vuelta. También entre ellos, ya que trabajan en distintas zonas de Canelones y solamente en estas ocasiones tienen posibilidad de trabajar juntos y conocerse mejor.

Detrás de los ciclistas y los comisarios, un desfiladero de autos y camionetas, todos etiquetados con un número y respetando el orden asignado por los comisarios. Primero el coche de apoyo del equipo del ciclista líder de la vuelta. Segundo, el que le sigue en la general, y así hasta el último.

La gente no se va de la ruta hasta que la caravana se termina. Aplauden hasta al último ciclista, el que marca el inicio de un nuevo año según la tradición local. El público acompaña, grita y anima. El aliento va dirigido a los ciclistas, pero esa energía contagiosa es la que también reciben siempre todos los acompañantes y trabajadores del ciclismo. Para ellos, es una motivación más.