Un mundial juvenil organizado en un mes, un estadio veinteañero y con condiciones mundialistas que no utiliza nadie, 30.000 entradas vendidas para un partido de primera fase en el que no juega el local, un pueblo deprimido económicamente que saca la pilcha del rincón del ropero y se viste de poderoso, uruguayos y argentinos juntos, ingleses que hasta en la expresión deportiva de unos jóvenes del siglo XXI mantienen las características a prima facie de hombres del viejo imperio británico llegando a puertos ajenos con tabernas propias.

El Uruguay-Inglaterra en La Plata es mi primer contacto desde adentro con este torneo que, como en un world tour del Cirque du Soleil, o en una visita de un dignatario del primer mundo, llega con todo el paquete armado, desde el atril para la pelota hasta el último de los funcionarios y funcionarias tercerizadas que colman puertas y pasajes llenos de walkies talkies pero que no saben nada de su tarea específica, la que comandan damas y caballeros de tailleur y traje.

Con su escarapela patria, miles de argentinos van a Plaza de Mayo en Buenos Aires, mientras otros miles, también de escarapela, van al estadio Diego Armando Maradona de La Plata. Cuentan destacados historiadores argentinos que fue un 25 de mayo, el día épico de la Revolución de Mayo, que el pueblo argentino se pudo autopercibir como tal. Sentirse patria, sentirse pueblo, sentirse parte de una nación creciente. Ahora, 112 años después, ese pueblo tiene su mayor representatividad mundial en el fútbol, y además son los campeones del mundo.

Otro día, en otro pueblo y con otros componentes, el 9 de junio de 1924, los orientales, los nacidos en Uruguay, y otros a los que les decían tanos, rusos, turcos, gallegos, se autopercibieron como uruguayos.

A tal punto llega la implicancia de la pelota y la camiseta en nuestros pueblos que no hay pase de mayor transversalidad en nuestras respectivas sociedades que el fútbol y nuestras camisetas. Pero además, como en un envase de pulidor Bao, eso se repite para adentro hasta el infinito. Argentinos y uruguayos somos rivales y hermanos. En este caso, unidos por la globa, ojalá que hasta la final, donde esa unión se hará pelota.

Un mundial es algo único. No importa cuál. Lo es, y lo es porque los uruguayos jugamos desde que aprendemos a correr atrás de una pelota y combinando con uno o dos o tres de nuestros pares contra otros de igual condición estamos jugando cada día y a cada hora una final de un mundial.

Me encanta la teoría del sociólogo francés Marc Augé acerca del “no lugar”. La humanidad del siglo XXI vive comiendo donas de grasa sintética de los no lugares del mundo, mientras Saul Goodman nos cocina en blanco y negro haciendo de Gene en Nebraska. El mundo FIFA podrá matrizar su impronta definitiva de producto empaquetado con sus canciones pop world cup, con sus locuciones, sus monologuistas de traje y championes, sus órdenes, sus regulaciones y sus sonrisitas forzadas, pero no pueden con el know how del Río de la Plata. Entonces esa fábrica de no lugares que son los mundiales y toda la parafernalia queda exquisitamente rota cuando llega a nuestras tierras, y desde la barandilla de la tribuna hinchas y jugadores son capaces de discutir en el idioma universal de los gestos, mientras los sonidos de una caja de música de K Pop coreana pretenden ser la moña del paquete del gol o del minuto 45.

“¡No use su teléfono! ¡No saque fotos!”, me advierte un voluntario, que en su media hora de descanso estaba tomando mate con la pava eléctrica y su yerba con palitos, pero sin embargo no me dice nada de mi termo y mi mate y me arruina una posible novela corta que escribiría con todos mis problemas de mateína en el mundo FIFA.

Caen botellas, la grasa de los choripanes mancha la ropa dominguera de los asistentes, mientras los ingleses, como bucaneros en taberna de puerto ajeno, buscan camorra con los lugareños, aguantan como pueden el ataque uruguayo que les vence la valla y ahí el milagro remixado con manchas de yerba, caña con pitanga y tortas fritas. El DJ FIFA tiene preparado en el switch un touch en el que se dispara el Viruta con su Anarquía1 y lara/laralara/laralara/laralarairaaa - lara/laralara/laralara/laralarairaaa.


  1. Espectáculo presentado por la murga Falta y Resto en el Concurso de Carnaval de 2007.