“¿El entrenador qué hace? Convence. Si pudiéramos decir en una palabra lo que hace el entrenador, es convencer. Es difícil. Vos llegás a un lugar y hay 30 miradas críticas que buscan el error. Pero cuando llegás a una selección no son 30 miradas críticas, son 30 millones de miradas. ¿Cómo convencemos? La palabra y el ejemplo son los dos caminos que tenemos para convencer. Pero el procedimiento educativo más poderoso que tiene la sociedad ya no son las escuelas, son los medios de comunicación, que influyen más que la familia y la escuela, que son los elementos genuinos de educación. ¡Es una vergüenza que los medios de comunicación eduquen a la gente! Porque los medios de comunicación tienen intereses específicos, y la educación y la familia tienen expectativas diferentes que los medios. ¿Por qué digo esto? Porque el mismo argumento que se utiliza para amplificar un comportamiento en la victoria es el que se utiliza para condenar el comportamiento en la derrota. Y lo traduzco: si Neymar recupera la pelota, contraatacamos, hacemos un gol y ganamos ocho partidos seguidos, decimos: ‘Ah, colectivizó a Neymar’; pero el día que pierda diremos: ‘Este burro, en vez de hacerlo jugar a Neymar al lado del arco, lo hace perseguir al marcador rival’. En eso se especializan los medios de comunicación: en pervertir a los seres humanos. ¿Y esto dónde se verifica? En que lo que te hace importante cuando ganás es lo mismo que te hace estúpido cuando perdés”.

Hace exactamente seis años, en mayo de 2017, la Confederación Brasileña de Fútbol organizó un gran evento, Somos Fútbol 2017, que registró casi cinco horas de charlas y exposiciones de Marcelo Bielsa, Fabio Capello y Tite, bajo el título “Entrenando selecciones y clubes para el nuevo fútbol mundial”. Allí estaba el rosarino Marcelo Bielsa, que ya había dirigido a Newell’s Old Boys, Atlas y América de México, Vélez Sarsfield, Espanyol, la selección argentina, la chilena, Athletic Club de Bilbao, Olympique de Marsella y había sido contratado por Lille. En Uruguay estábamos embalados en la clasificación para el Mundial de Rusia y los juveniles sub 20 habían sido campeones sudamericanos después de 36 años. Eran dos caminos admirables y con distintas recompensas que estaban aún lejos de cruzarse.

La extensión del camino

Si todo hubiese seguido medianamente normal –es decir, si Uruguay hubiese llegado al Mundial de Qatar con el Maestro Óscar Washington Tabárez y su equipo haciendo su último baile–, por estos días o hace un par de meses estaríamos articulando, entre opiniones, razones, convicciones y posibilidades, la llegada de un nuevo conductor para las selecciones nacionales, y creo que muchos estaríamos encantados, felices y hasta sorprendidos de que quien sucediera al hombre cuyas ideas refundaron el fútbol de las selecciones nacionales fuera alguien de la capacidad, la personalidad y las ideas de Marcelo Bielsa.

Esta alegría de hoy no tapa aquel dolor brutal y casi innecesario de haber tronchado el final de la épica carrera al frente de la selección de Tabárez, pero de alguna manera nos genera la expectativa de una secuencia virtuosa, del sostén de una estructura reconvertida y solidificada fuertemente en este siglo, como es la de la celeste.

Aquella frase de Tabárez a la diaria –cuando aún no había dirigido ni una práctica, ni una nominación– de marzo de 2006, cuando expresaba: “Mi principal anhelo es que cuando me tenga que ir, sea por resultados, por dudas, por razones de edad o por lo que sea, esta manera de hacer las cosas sea continuada por otras personas. Si logramos dejar eso, será muy importante para el fútbol, pero fundamentalmente para los cambios culturales que pretendemos”, toma cuerpo de la mejor manera 17 años después, porque quien llegará para seguir desbrozando el camino es uno de los mejores conductores a nivel mundial y podrá dar sostén y preparar para el futuro uno de los mejores valores colectivos y socioculturales de Uruguay: su representación futbolística, atravesada por deportistas y pueblo.

La secuencia de la llegada de Bielsa, con sus ideas, su método, sus convicciones y su idoneidad manifiesta, es lo mejor que le puede pasar a la selección uruguaya.

El director técnico rosarino dice que el trabajo como entrenador que más valora es el de intervenir en el crecimiento del equipo y del jugador. “Cuando usted tiene grandes jugadores, es suficiente con no molestarlos demasiado. Si no los tiene, tiene que intervenir para desarrollarlos”.

Conservar la emoción

Cuando aún ni imaginábamos que Bielsa llegaría al Complejo Celeste, el rosarino difundía una serie de ideas y visiones sin saber que conectaban directamente con esta, su decisión de hacerse cargo de la celeste: “El futbolista sudamericano todavía tiene una ventaja y una desventaja respecto del europeo. El europeo está dispuesto al juego colectivo y a la integración con sus compañeros de equipo para superar al rival. Y los sudamericanos conservan la capacidad de emocionarse. El gran cambio que se va a producir en el fútbol es el desarrollo de la parte amateur del fútbol. La profesionalización del jugador llegó al tope, pero el jugador profesional, para ser buen jugador, tiene que tener una gran dosis de amateurismo. Sufrir por perder, tener amor propio frente al error. Los esfuerzos que hago como entrenador los vuelco en que sean adaptables a las necesidades colectivas del grupo. El secreto está en conservar la emoción como potenciadora de virtudes”.

Formas, derrotas y triunfos

La gran virtud que tiene la celeste como representación está en haber recuperado los niveles de juego, adhesión e identidad que le permitan darle competencia a cualquiera. De eso se trata, y no solamente de ganar o de ser campeón de América o del mundo. Se trata de sentir seguridad antes de cada partido, de cada campeonato. Ahí está todo el trabajo, la capacidad, la integración colectiva y los desarrollos individuales para esperar lo mejor, que a la larga podrá aunar victorias o incluso derrotas, que no serán indoloras o frustrantes pero dejan la sensación de seguir en el camino por esas recompensas que es imposible que siempre se traduzcan en triunfos y copas.

“Yo soy un entrenador que en líneas generales no ha tenido éxito. Eso lo demuestra mi currículum. Lo segundo es que en pocas oportunidades, salvo en la selección, me tocó dirigir equipos de élite. Entonces, necesariamente, el trabajo me reclamó más intervenir en el crecimiento del equipo y en el crecimiento del jugador. Cuando usted tiene grandes jugadores, es suficiente con no molestarlos demasiado. Si no, tiene que intervenir para desarrollarlos. No hay nada que uno pueda priorizar en la forma de ejercer su oficio que indique que ganar es indispensable. Es el eje de la intervención. Yo vivo como un fracaso no haber ganado. Gané muy poco. No pude ganar. Uno se va quedando sin argumentos si no gana. Y eso es cierto: los entrenadores, para justificar nuestra realidad, vamos atribuyendo al perfil positivo de nuestra labor. La vamos jerarquizando. Pero lo importante es certificar con éxitos deportivos la gestión de un equipo de fútbol”.

Que así sea, Bielsa.