Iban a la feria, iban al cine, salían a bailar, eran solidarios, se enamoraban, iban a un concierto… iban a la cancha a gritar un gol del club de sus amores. De los detenidos desaparecidos hay mucha información: edades al momento de ser detenidos, lugares de militancia política y sindical, circunstancias en las que desaparecen, lugares de detención. Hay que buscar. Para descubrir las pequeñas cosas que los hacían gente como cualquiera, hay que buscar en pedazos de su vida cotidiana, buscarlos entre su gente y comenzar a tirar de piolitas que traigan recuerdos para saber, por ejemplo, de qué cuadro de fútbol eran hinchas, si jugaban en el barrio o iban a la cancha, piolitas que pueden venir pintadas con los colores que alimentaban su pasión.

Piolitas franjeadas

El 20 de mayo recuerda los asesinatos, en 1976, de Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Withelaw. Un día antes fue la desaparición de Manuel Liberoff.

Manuel era un uruguayo más, a pesar de haber nacido en Argentina el 31 de marzo de 1921. Concepción del Uruguay como lugar de nacimiento, Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza” como lugar de estudios son señales de que nuestro país y Manuel estarían ligados.

Abrazó el estudio de la medicina y la militancia en el Partido Comunista Argentino. Se exilió en nuestro país, tramitó la nacionalidad uruguaya y aquí se graduó de médico. Se casó con Silvia Nemirovsky y tuvieron tres hijos: Benjamín, Liliana y Jenny.

Benjamín cuenta que Manuel “llegó a Uruguay cruzando en bote desde Colón a Paysandú por motivos de persecución política en Argentina, en 1943. Estudió Medicina y se graduó en el 49”. La familia vivió muchos años en Camino Maldonado y Veracierto. Allí Manuel mostró su solidaridad instalando una policlínica para todo el barrio. Cuando le pagaban, si lo hacían, aceptaba una gallina, verdura, lo que la gente pudiera.

El vínculo entre Benjamín y su padre le debe mucho al fútbol: “En el año 53 nos mudamos a Camino Carrasco. La cancha de Danubio estaba en la esquina, por eso papá se hizo hincha. Tiempo después fue jefe médico de Danubio. No había muchos médicos en los equipos. Por esos años se comenzó a discutir la construcción de lo que sería luego el estadio de Jardines. Papá no estaba de acuerdo con la localización. Él decía ‘es un pozo y vamos a vivir con problema de mal campo de juego’. Además, planteaba que la mejor zona para el estadio era donde hoy están las cooperativas de Covisunca o junto a la vieja planta de Radio Imparcial”. Aunque no fue escuchado, como buen hincha compró dos butacas para el nuevo estadio.

Son varios los recuerdos con el fútbol y van saliendo de la memoria de su hijo: “En el 50 fuimos de los que salimos a festejar Maracaná. Yo a babucha de mi padre”. Para Manuel el fútbol era un desahogo llegado el fin de semana. Como hincha era medio bravo, bastante “calentón”, vibrante, aunque cuando iba con su hijo a la cancha se cuidaba un poco en lo que decía.

Manuel fue uno de los hinchas de Danubio que estuvieron en Belvedere cuando un lío grande contra Liverpool en 1959 hizo que el equipo de la franja descendiera y que su cancha fuera suspendida un año. Benjamín cree recordar que el día del partido llovía, por eso no fue con su padre a verlo. No había buen clima. Al otro año Danubio subió ganándole el torneo de la B a River Plate. En aquellos años veían jugar a Maceiras, Sagastume, Bardanca padre, el Chueco Romero, Bentancour.

Era una época de grandes equipos en nuestro fútbol, por lo que no solamente iban a ver al club del barrio: “Fuimos a ver la final de la Intercontinental entre Peñarol y el Benfica de Eusebio. También se hacían unos torneos de verano que por lo general jugaban los grandes contra cuadros extranjeros. Me acuerdo de haber visto con él un partido del Dinamo de Moscú. Ahí vimos atajar a Yashin. Incluso lo vimos jugando con la URSS contra la selección”.

Manuel no fue jugador, pero su hijo recuerda haberlo visto en algún partido: “Papá jugaba donde hay una subestación de UTE, por la Facultad de Veterinaria. Me acuerdo de haber ido a verlo jugar, casi seguro en algún equipo que tuviera que ver con estudiantes de Medicina. Yo con el fútbol comencé muy chico, en un club de baby llamado Sideral. Luego papá iba los domingos a verme jugar en el Rayo Rojo, en los torneos que Nobel Valentini hacía en el Platense y que se pasaban por Canal 12”.

Pero los domingos no eran sólo de fútbol. “A papá le gustaba mucho la tarta de manzana de la confitería La Liguria. Los domingos de mañana era de tomar mate y comprar bizcochos, y nos sentábamos en la terraza, que tenía vista a la playa, y ahí conversábamos bastante. Las salidas a la playa con el auto eran las salidas favoritas”.

Fue miembro del Partido Comunista del Uruguay y dirigente del Sindicato Médico. Participó en el programa de televisión Conozca su derecho, los lunes de noche, en Canal 12, y en radio lo hizo en un programa en CX 42 dedicado a los temas de la salud de los jubilados.

Luego del golpe de Estado fue detenido y llevado al cuartel del kilómetro 14 de Camino Maldonado. La dictadura decretó su expulsión del país y volvió a Argentina. Revalidó su título de médico y, además de sus labores profesionales, también se integró al grupo de uruguayos exiliados en Argentina, siendo parte activa de la resistencia a la dictadura desde el exilio.

En marzo de 1976 se instauró la dictadura en Argentina y se intensificó la represión. Liberoff fue secuestrado el 19 de mayo en Buenos Aires. Un grupo de alrededor de 25 personas le destrozó el apartamento en presencia de su esposa e hijas. Manuel estaba convaleciente de una dura enfermedad. Desde ese día permanece desaparecido.

El futbolista desaparecido

En aquel partido bravo que Manuel vio en Belvedere, que significó el descenso de su querido Danubio, estaba en la tribuna de enfrente un jovencito hincha de Liverpool al que, de tan flaco le decían Plomito. Se llamaba Adalberto Soba. Al partido fue con un amigo, el Cabeza Héctor Olivera. Recordaba Héctor: “Mi padre no quería que fuéramos. El clima estaba raro desde antes. La Policía terminó tirando gases y nosotros quedamos debajo de la tribuna. Como en el lío rompieron todo, pudimos salir por un agujero que quedó en un muro”.

Adalberto Soba nació el 31 de octubre de 1944. Vivía en el corazón de La Teja. Como todo botija, jugaba al fútbol en el campito o en el patio de la escuela Washington Beltrán, donde le daba a la guinda de túnica blanca y moña azul. Ahí conoció a dos personas que serían fundamentales en su vida: a la que luego sería su compañera y madre de sus tres hijos, María Elena Laguna, y a quien luego sería un hermano de la vida, Héctor Olivera, el Cabeza.

Con Héctor anduvieron en mil y una recorriendo La Teja, el Cerro, Nuevo París, Belvedere. Juntaban figuritas, jugaban al fútbol en el baby. Y también terminaron yendo a ver a Liverpool siempre que podían. El Cabeza aún vive en La Teja y sigue yendo a la cancha. Ha visto a su equipo campeón, pero no olvida cuando estuvieron con Plomito en el estadio Centenario. Fue en la final del torneo Relámpago que Liverpool le ganó a River Plate en 1968, el primer título obtenido por el negriazul en Primera.

En el baby Soba jugaba de puntero izquierdo. Arrancó a ir a la Institución Atlética La Cumparsita, un club de La Teja que vestía camiseta celeste. Era un club comprometido y lo sigue siendo. En los años 60 y 70 contaba con cierta inclinación hacia los grupos anarquistas.

Carlos Pilo, gran vecino tejano y también hincha negriazul, nos cuenta que lo llevó luego a jugar a Unión Vecinal, que estaba en la Intermedia. Por ese tiempo Plomito arrancó a parar mucho en el bar La Razón, que aún se mantiene en la esquina de Carlos María Ramírez y Vicente Yáñez Pinzón. Emblemático punto del barrio, era un bar que frecuentaban muchos de los jugadores de uno de los principales equipos de la zona, el Club Atlético Artigas. Y Plomito fue a jugar con ellos.

En 1968, a sus 24 años, jugaba en la vieja Divisional Extra, la última categoría de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Jugó de lateral izquierdo los 12 partidos que hicieron que el Artigas ganara el campeonato de ese año.

Su militancia lo llevó a la Federación Anarquista Uruguaya (FAU). Ahí el contacto con sus amigos fue casi nulo. La militancia le restó tiempo a todo lo demás. Plomito y el Cabeza no volverían a ver juntos a Liverpool. Carlos Pilo recuerda lo que sí seguía haciendo Soba, aun clandestino: iba a ver a su querido Cumparsita. Muchos no lo reconocían en la muchedumbre que veía el partido. Y los que sí lo hacían, pasaban a su lado y apenas lo saludaban, disimuladamente. Adalberto, con otra apariencia, no dejaba de ir a ver a su club del barrio.

Dos meses después del golpe de Estado de 1973, luego de que fue requerido en Uruguay por las Fuerzas Conjuntas, Plomito se trasladó con toda su familia a Argentina y se integró al proceso de formación del Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Vivió en el barrio Haedo de Buenos Aires y trabajaba en una imprenta que tenía en el fondo de la casa. Para ese entonces con su novia de la escuela, Elena, habían tenido tres hijos: Sandro, Leonardo y Tania.

El 26 de setiembre de 1973 Plomito salió en la mañana. Iba a encontrarse con un compañero de militancia, Alberto Mechoso. Nunca se encontraron. Lo detuvieron en el camino. Terminó en el Centro Clandestino de Detención Automotores Orletti. Tenía 31 años. No se sabe dónde está.

Más piolitas negras y azules

Luis Eduardo Arigón Castel nació el 18 de febrero de 1926, hijo de Francisco y de Sabina Esther. De chico le decían Chumbo o Chumbito. Se casó con Sara Barroca y tuvieron dos hijas: Estrella y Sabina. En la casa de Sara, su esposa, en la biblioteca que era de Luis Eduardo, se mantiene un viejo banderín de felpa de Liverpool.

Su hija Sabina, la menor, recuerda de su papá el gusto por tomarse una copita de vino en la comida o de hacer una pequeña siesta antes de volver a trabajar, el placer de hacer un buen asado, o tocar el violín o la guitarra: “Siempre recuerdo que cuando llegaba de trabajar él venía subiendo y yo me asomaba y lo veía por el ojo de la escalera, y cuando llegaba lo agarraba y le decía ‘Beto’... esperando un beso. También me acuerdo de pararme arriba de los pies de él y caminar. Leía mucho, escuchaba música clásica y fumaba naco, ese tabaco que se envolvía en chala”.

Luis Eduardo era hincha de Liverpool, pero Sabina no sabe bien por qué: “De fútbol recuerdo haber ido con él a un partido que tengo grabado. Un partido que fui al talud, al estadio, él parado ahí mirando a Liverpool. En la época cuando el talud no tenía asientos… No sé por qué papá era de Liverpool. Por el barrio no era. Yo creo que era por la militancia, porque mamá siempre contaba que papá militaba por el Cerro, siempre por esa zona. Cuando quedó embarazada la mujer del hermano menor de papá, yo era chica. Y me acuerdo que papá lo embromaba y le decía ‘Lo voy a hacer de Liverpool al sobrino...’ y le regaló una camiseta. No sé si será de Liverpool hoy en día”.

Militante del Partido Comunista del Uruguay, el 14 de junio de 1977 Luis Eduardo fue detenido en un operativo. Fue su tercera detención y sería la última. Se lo llevaron a La Tablada, donde fue interrogado y torturado. Allí murió y lo desaparecieron. Aún preguntamos dónde está.

Del abuelo al nieto

Cuando a Plomito Soba lo secuestran, iba al encuentro de Alberto Mechoso. El Pocho había nacido en Trinidad, Flores. En Montevideo, vivió en La Teja y el Cerro. En esos barrios proletarios prendió en él la semilla anarquista, militando en el Ateneo Libre Cerro-La Teja. Con el tiempo su militancia se hizo más comprometida y se integró a la FAU, y a su brazo armado, la OPR 33, misma organización a la que pertenecía Plomito. Se exilió en Argentina, donde siguió militando hasta que fue capturado junto con Soba. La tortura era un nuevo pan de cada día en Automotores Orletti. Y lo desaparecieron. Su hijo, también llamado Alberto, apenas tenía seis años cuando dejó de ver a su padre.

Alberto hijo cuenta que en el barrio decían de su padre que era buen jugador de fútbol, que se entreveraba en cuadros del barrio. Uno de los más importantes, el Club Atlético Vencedor, uno de los principales clubes de La Teja y la Cachimba del Piojo. En su reglamento había un curioso artículo: “No podrán ser socios del CA Vencedor ni los milicos ni los carneros”. La familia Mechoso es una de las que ayudaron a su nacimiento.

Hay un Mechoso que aparece jugando en Progreso en 1953: su hermano, José Leopoldo. Otro hermano, Ricardo, también jugó. Si bien eran de La Teja y jugaron en Progreso, Alberto Pocho Mechoso era hincha de Cerro.

Su hijo pasó por varios equipos y también jugó en la primera de Progreso hasta 1989. Y el nieto de Pocho, Ezequiel Mechoso, heredó de su abuelo y de su padre la pasión por el fútbol. Actualmente es jugador de Racing de Montevideo, pero supo ser, hace algunos años, jugador de Peñarol y casualmente debutar en primera en la cancha de Progreso.

Ezequiel no llegó a conocer a su abuelo, pero no escapa al dolor que significa saber que cuando él jugaba en Peñarol, en el padrón de socios del club aparecían los nombres de los responsables de su muerte: Manuel Cordero y José Gavazzo. Por eso, el 7 de abril de 2021 el colectivo Hinchada con Memoria inició una campaña buscando que se saque a los represores del padrón de socios de la institución. Todavía se espera la resolución de las autoridades. Los requisitos exigidos por el club fueron cumplidos, se presentaron las firmas necesarias de socios, el petitorio, la documentación, todo en tiempo y forma. Pero Hinchada con Memoria sigue esperando.

Pocho Mechoso es uno de los pocos desaparecidos que fueron encontrados. Sus restos fueron identificados en 2012 en Argentina y traídos al país. Pero su hijo Alberto sigue considerando que su padre es un desaparecido.

Más piolitas

Quedan muchas historias por contar. Otro anarquista del PVP desaparecido en Argentina fue León Duarte. Trabajador de Funsa. Había cancha de fútbol dentro de la fábrica y se hacían grandes campeonatos internos entre las distintas secciones. Duarte trabajaba en la sección Batería, camiseta blanca, con una franja roja en diagonal. Jugaba en el fondo, de líbero, y no era muy habilidoso que se diga. Armando Arnone, desaparecido en Argentina, posa de golero en una vieja foto de un cuadro de barrio. Graciela, hija de Otermín Montes de Oca, nos cuenta que su padre no era muy futbolero, pero, eso sí, jugaba y bastante a las bochas en el Club de Bochas Belvedere.

También bochófilo y poco futbolero era Urano Miranda. Su vecino del Paso Molino, Raúl Méndez, lo recuerda como jugador de bochas y de básquetbol en Uruguay Prado, cuando ese club estaba en Tercera de Ascenso.

Javier Miranda, hincha confeso de Liverpool, nos decía que su pasión negriazul no nació por herencia de su padre, Fernando Miranda –desaparecido del que se encontraron sus restos en 2005 en el Batallón de Infantería 13–: Fernando era fanático de Nacional.

Daniel González, hermano de Luis Eduardo González, recuerda que su hermano siempre estaba con una sonrisa. En su Young natal o en Montevideo. Siempre riendo, siempre haciendo deporte. Sobre todo fútbol, al que jugaba muy bien. En Young jugó en un club llamado Zorrilla, donde jugaban un torneo de fútbol organizado por la parroquia. En Montevideo jugó al baby en un club de Malvín y ya más grande en las juveniles del club Plaza de Nueva Helvecia. Era en Colonia, pero le pagaban los pasajes. Dice Daniel: “Era mediocampista y jugaba muy bien, pero cuando entró a Preparatorio ya la actividad deportiva quedó en un segundo plano”.

Quedan muchas historias por contar. De los detenidos desaparecidos hay mucha información: edades al momento de desaparecer, lugares de militancia política y sindical, circunstancias en las que desaparecen. Pero falta la información más importante: ¿dónde están?