Diego Murzi es sociólogo, docente universitario, investigador del CONICET, entre muchas otras credenciales. El argentino trabaja el deporte desde espacios académicos con intención de intervención en términos de políticas públicas. Su tema central de investigación es la violencia en el fútbol. No le gusta “la idea de que la academia es un colectivo que piensa dentro de la torre de marfil o desde su casa”, entonces trabaja en los barrios, estadios, clubes, con los hinchas, los dirigentes y la policía.
En el marco de su visita a Montevideo con motivos académicos, conversó con la diaria sobre estos diferentes aspectos que rodean y hacen al fútbol.
Acercándonos al fenómeno de la violencia vinculada al deporte, ¿cómo diagnosticás la situación actual en Argentina y cuál es tu visión a nivel global?
Argentina tiene una particularidad en relación al fenómeno de la violencia en el fútbol. En primer lugar, era hasta hace poco el país donde más muertes había registradas en relación a la violencia en el fútbol. Ahora junto con Brasil están cabeza a cabeza, pero históricamente Argentina es uno de los países o quizá el más conflictivo en relación a la violencia en el fútbol o la violencia en los estadios. Desde la vuelta a la democracia, en Argentina la violencia en el fútbol se constituyó como un problema público, a diferencia quizá de otros países donde no es un fenómeno tan extendido.
Las barras bravas son pensadas por muchos como organizaciones delictivas, aunque yo tiendo a pensarlas más como un actor emergente del fenómeno de la violencia en el fútbol, que además tienen relaciones con actores de poder. Este aspecto las distingue de los grupos de hinchas organizados de otros países. Las barras en Argentina generan relaciones de intercambio con actores de poder como dirigentes deportivos, dirigentes políticos, funcionarios policiales, funcionarios del Estado, sindicales, entre muchos otros. A partir de eso, ponen en juego el uso de la violencia para obtener distintos capitales y eso las posiciona como un actor central dentro del mundo del fútbol, aunque no son actores institucionalizados ni ninguno de los actores institucionales la reconocen como tal.
¿Y frente a estos actores cómo actúa el Estado?
La mayoría de las políticas de seguridad están pensadas en torno a las barras, como un actor productor de violencia y de conflicto, pero esas mismas políticas están llevadas a todos los espectadores que van a la cancha. Existe la barra como el actor más conflictivo, el actor que reivindica la violencia y entonces es pensado por las agencias de seguridad, por el Estado e incluso por los clubes, como un actor que debe ser controlado y vigilado de forma permanente. Pero esa idea de la seguridad que está pensada para un grupo pequeño es extendida a partir de leyes y dispositivos del Estado a todos los espectadores que van a presenciar el espectáculo.
Esto convirtió a los estadios argentinos en espacios donde quienes concurrimos resignamos derechos de ciudadanía en pos de estas medidas de seguridad. Lo que digo es que en Argentina al hincha de fútbol, o al espectador, se lo piensa no como un sujeto de derechos que tiene que ser cuidado, sino como un sujeto de riesgo que tiene que ser controlado.
¿Y qué diferencias hay entre el escenario de Argentina y el global o regional?
Creo que la gran diferencia es el rol que tienen las barras, sobre todo pensando en Europa, donde existen también grupos organizados de hinchas radicales, pero la gran diferencia que tienen con Argentina es que son actores subalternos y que cualquier política que quisiera desplazarlos podría hacerlo sin tanta resistencia o sin tantos intereses en juego como hay en Argentina, donde tienen vínculos muy aceitados con los espacios dominantes donde se toman decisiones.
En Argentina la violencia en el fútbol es una mercancía política. Todo lo que ocurre en cualquier estadio, vinculado a la seguridad a partir de la centralidad que tiene el fútbol y la importancia que tiene para la sociedad, repercute muy directamente en los actores de gobierno. Ningún actor del gobierno quiere que haya problemas en un estadio de fútbol, porque eso implica una pérdida de capital político.
Es interesante, nadie quiere que pase nada. En Argentina está prohibido el público visitante desde el 2007 en las categorías menores, como el Ascenso, y desde el 2013 en Primera División, o sea, hace diez años que los hinchas no pueden ir de visitante a ver a su equipo. Ambas medidas en su momento fueron presentadas como temporales, como algo que se ponía en práctica hasta que las condiciones favorables estuviesen dadas. Finalmente, las condiciones nunca estuvieron dadas y de hecho cambiaron los gobiernos, dos veces el gobierno nacional y varios provinciales y esa situación nunca se volvió atrás.
Nadie quiere que pase nada y mi conclusión es que las políticas de seguridad en los estadios no están hechas pensando en el bienestar del espectador, ni en evolucionar a una experiencia más amigable o divertida, sino que están pensadas en proteger el capital político de los actores de gobierno. Toda la seguridad en los estadios está pensada para reproducir el status quo imperante, es decir, que nada pase, que no haya ningún quilombo.
Si se ve teóricamente, hay una lógica de pensar la seguridad en torno al orden público, una lógica heredada de la dictadura, de Seguridad Pública, por la que hay que cuidar los objetos, los edificios, el orden y que no se rompa nada. No se piensa en términos de seguridad ciudadana, con un paradigma más actual, en donde lo central son las personas.
¿Qué influencia tienen los medios de comunicación en la violencia en el deporte?
Son súper importantes por varias cuestiones. En la investigación de mi tesis doctoral analicé cómo aparecía el fenómeno de la violencia en el fútbol desde 1983 hasta 2019 y cómo el Estado dio respuesta a eso. La construcción del fenómeno de la violencia del fútbol, como problema público primero y como problema de seguridad después, estaba directamente influenciado por los sentidos sociales que eran vehiculizados por los medios de comunicación.
La primera ley penal de espectáculos futbolísticos del mundo se sanciona en Argentina en 1985. Leí las sesiones de debates en la cámara de Diputados y de Senadores y lo que opinaban los legisladores estaban directamente influenciados por lo que los medios de comunicación decían en ese momento.
Después, vi una relación directa entre las sanciones de distintas leyes o decretos y cómo estaban influenciados por los discursos sociales que circulaban en los medios de comunicación. Entonces, seguí la caracterización que se hizo de las barras a lo largo de esos 40 años –desde 1985 hasta ahora– y vi cómo han cambiado los discursos políticos muy vinculado a los discursos de los medios de comunicación.
Primero, se aprecia a las barras asociadas a la violencia en el fútbol como producto del enfrentamiento simbólico entre dos equipos que se odian y no se llevan bien. Después, aparece la cuestión más delincuencial; más tarde, los negocios; luego, la convivencia con los actores de poder; después, caracterizándolas como mafias. También vi cómo los actores de la seguridad se van haciendo eco de eso y repiten lo mismo. Entonces, en esa construcción de representaciones sociales, los medios son fundamentales.
“Hay ciertos discursos que dicen que ‘los futbolistas son lo más limpio del fútbol’, pero claramente eso no es así”.
¿Hay algún tipo de incidencia en el proceso de formación de los futbolistas que puedan minimizar los hechos de violencia?
Todos los estudios que trabajan sobre violencia del fútbol, si bien por un lado dicen que todos los actores del fútbol nos producen distintos tipos de violencia, en realidad se centran sobre los hinchas y los actores que tienen cierto poder de toma de decisiones, la policía o los dirigentes. Los tres actores que construyen el escenario violento: los hinchas, la policía y los dirigentes.
Por otro lado, hay ciertos discursos que dicen que “los futbolistas son lo más limpio del fútbol”, pero claramente eso no es así. Está en un medio en el que toma y muchas veces elige reproducir esos sentidos violentos. Vale aclarar que es bien distinta la violencia del futbolista de la de un barra o dirigente.
Los espacios formativos definitivamente no forman nada en relación a la violencia. La violencia es un elemento que está ahí, muchas veces incluso es potenciada como algo de lo que el futbolista tiene que sacar provecho.
Trabajando con la perspectiva de los entrenadores, ellos se reconocen como formadores de los futbolistas y muchas veces reproducen algunas de las cosas que a ellos le ocurrieron durante sus trayectos como futbolistas, entendiendo que el haber sido futbolista le justifica que ese trayecto haya sido relevante o exitoso. Muchas de las cosas que los entrenadores reproducen, como pedagogías, tienen que ver con recurrencias a determinados tipos de violencias y sobre todo de vulnerabilidades o precariedades.
¿Recordás algún ejemplo?
Algunos entrenadores me decían: “En mi época nos formábamos mejor porque vos vivías en la pensión del club y volvías de entrenar y había dos milanesas para diez, entonces nos teníamos que agarrar a trompadas para ver quién se las comía”. En vez de identificar eso como un problema, porque ahora hay diez milanesas, ese entrenador va a decir que debería haber dos, porque esa lucha va a generar que los que salgan triunfantes van a tener más temple o más elementos para llegar a ser profesionales. Una especie de selección natural: pasarla mal porque eso te genera más temple, te volvés más macho y más hombre en un proceso de pasar de niño a hombre.
En un proceso al que entran con 13 años y salen con 19 o cuando firman un contrato profesional. Y así una serie de cuestiones que nosotros veíamos vinculadas, aunque es fuerte llamarlo violencia.
Por más que labure sobre la violencia, no me gusta llamarle a todo “violencia”, pero sí ponerle el nombre que corresponde a cada cosa. En un espacio social para nada regulado como son las juveniles en Argentina –en Uruguay debe ser lo mismo– se identificaron un montón de prácticas que se hacen natural o habitualmente y terminan generando sufrimiento sobre los pibes y lo peor es que la mayoría de esos pibes que están ahí sufriendo después no van a llegar a ser futbolistas.