Fue una marea celeste. Desde el miércoles bandadas de hinchas de Uruguay decidieron cruzar a Argentina para ver a la selección juvenil en la semifinal mundialista. Una señora entrada en años es la que empieza a agitar en el puerto de Colonia: “Soy celeste, soy celeste, celeste soy yo”. La dejaron sola, pero como buena hincha, fue porfiada: siguió cantando y no pasaron muchos minutos para que aquello se pareciera a un sector de una de las tribunas del estadio Único de La Plata, donde otras señoras, señores y mucha, mucha chiquilinada revolea las camisetas entonando el “soy celeste”.
Camisetas y banderas uruguayas llegaron desde los barcos, alguna que otra en avión, pasearon por Puerto Madero, San Telmo, La Boca. Jugar una semifinal del Mundial que sea es un viaje hermoso. Esto es Uruguay. En la 9 de Julio había celestes. Cautos, más precavidos, cuidando el fanatismo como quien relojea al contrario. Es lindo, pero a la vez no es fácil copar la parada en tierras ajenas.
La autopista a La Plata tuvo algunos cortes y no le importó a nadie (o les importó sólo a los que llegaban sobre la hora). “Vamo a cantar”, pidió un niño a su papá, tocándolo suavecito, como quien reclama atención con cautela. El padre no tuvo reparos: “Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremo a ser campeones como la primera vez”. Una locura. Cientos y cientos cantando y saltando y agitando botellas o termos de mate, daba igual. Mirarse a los ojos con hinchas desconocidos se parece a la locura.
Las diagonales de La Plata confunden. Los bares, llenos. No hay quien no hable de Estudiantes, de Gimnasia, de Maradona. De Mundial, poco, salvo la banda de uruguayos que sólo hablan de lo que quieren. Como sea, es La Plata, una ciudad donde se respira fútbol, donde se sabe de fútbol, de esas ciudades que se parecen a los templos de la religión futbolera argentina, como Rosario, Avellaneda, Córdoba.
En la caminata al estadio la procesión es larga. Un veterano bonachón, ese pícaro al que tildaríamos (prejuicio mediante) de porteño, pregunta como haciéndose el sonso: “¿Quién toca hoy, el Indio Solari?”. Una barra explota de la risa. “Arriba la celeste”, dice el veterano, sabiéndose ganar la hinchada. Es una obviedad certificada: Uruguay cae simpático en Argentina.
La identificación con la celeste es con la camiseta. Van como tatuadas. Algunas tienen los nombres de los grandes, Luis Suárez, Edinson Cavani y hasta Federico Valverde, que es más bien un chiquilín con cara de bueno. Aun así, llaman la atención otros pétalos celestes que dicen Rodríguez por Luciano, González por Facundo o Franco, Díaz por Fabricio, el capitán. Son gurises recibidos de grandes en la piel del hincha. No es para cualquiera.
Esta celeste es de los pibes que conquistaron a la gente. Ya jugaron una final sudamericana y la perdieron: la dureza de besar la lona. Pero como la doña hincha de las postas, estos gurises porfiados llegaron al Mundial juvenil para ser protagonistas. Han ido creciendo partido a partido. Les pasó de todo: el avión que se retrasó, las duras lesiones, la expulsión dura de digerir. Pero acá están. En otra final que buscarán ganar.
Antes, otros pibes ya jugaron finales mundialistas. Se escaparon las dos: en Malasia 1997 se la llevó Argentina, en Turquía 2013 ganó Francia. El domingo, la tercera puede ser la vencida.
Italia será el rival de Uruguay en la final sub 20
En la otra semifinal del Mundial, Italia le ganó 2-1 a Corea del Sur y será el rival de Uruguay por levantar la copa. Los tanos empezaron ganando con gol de su goleador, Cesare Casadei, lo empató el coreano Lee de penal (así terminaron el primer tiempo) y llegando al cierre del encuentro, a los 86, Simone Pafundi puso cifras definitivas.
La final será el domingo a las 18.00 en el estadio Único de La Plata y previamente, desde las 14.30, Israel y Corea del Sur jugarán por el tercer puesto.