Fernando Rodríguez no atajaba mucho, pero le gustaba el puesto. Tanto en juveniles como después en Primera División, Fernando aprendió a ser suplente. Categoría 83 de Defensor Sporting, a Fernando le pusieron Gato. Quizás haya sido por su forma de arquear las cejas o por volar de palo a palo a pesar de ser suplente y siempre mantener la estirpe violeta, las ganas, el compañerismo.

El Gato atravesó las inferiores, se crió en Pichincha y fue amigo de todos. Al mismo tiempo, lo que dicen es que no era amigo de nadie. La confianza es un país donde la visa son los ojos, la gestualidad de las manos, la forma de estar o no estar. Desde botija al Gato le gustaron los fierros. Hay quienes aún lo recuerdan en su primera goma, un Peugeot 206 azul tuneado, escondiendo medio rostro tras el hombro del brazo izquierdo con el que agarraba el volante. El Gato ponía cara de seductor aunque no se le veían los ojos finos por las gafas, lo hacía rugir, el resto de los jugadores reía y él se alejaba riendo y haciendo sonar el caño de escape.

Los primeros autos que vendió fueron de compañeros del plantel de aquellas épocas. Les pedía los autos, los usaba para “quebrar” y los vendía aunque muchas veces la plata demoraba en llegar. Como había confianza y no había urgencia, la plata iba a aparecer. A veces venía con un nuevo auto, pedido a otro jugador de otro plantel, y se lo daba al que esperaba cobrar por la venta de su nave. Este se conformaba con el trueque hasta que la plata aparecía y el auto se devolvía. Lo mismo estaba pasando en otro vestuario y, así, las ventas más bien eran pasamanos. La más grande quizás haya sido la de la camioneta de Diego Forlán. Supuestamente esa camioneta la vendió dos veces el Gato, aunque nunca la terminó de entregar.

Tenía otra cosa Rodríguez y es que conseguía unos precios de locos: 5.000 o 10.000 dólares por debajo del precio de plaza, hacía historias de dueños desesperados o casos que sólo él encontraba por estar todo el día en eso. Así iba zafando para subirse en otro animal de la calesita que cada vez iba más rápido. Parecía un buen vendedor que además generaba confianza, los dueños de las automotoras empezaron a quererlo cerca y el Gato se terminó dedicando a eso. Al tiempo empezó a correr en otro tipo de intercambio, que era el de financista y afirmaba que le estaba yendo bárbaro.

Fue suplente de Martín Silva en Primera, también de Juan Castillo. Incluso en 2009, luego de salir campeón uruguayo en 2008, el Gato tuvo sus minutos de fama en Primera al atajar contra Nacional en las finales que se quedaría el albo. Silva aquejaba un dolor y Rodríguez se calzó los guantes hediondos y la número 12 con el apoyo de los compañeros que lo querían tanto, que vendían sus autos con él y apostaban sus ahorros a los intereses que le pudiera generar el financista del arco.

Al tiempo se retiró, se puso a entrenar arqueros de Defensor, pero la piola se venía manchando con los años y algunos ya se habían percatado de que el Gato, con un sueldo de Defensor, pagaba 2.000 dólares de alquiler en el Diamantis Plaza, y además se lo había visto en Facebook en las paradisíacas Islas Maldivas o en una competencia de Fórmula 1.

Con el tiempo fueron saltando las baldosas y estaban todas flojas. Abajo había gente con mucha mosca, como Forlán o como Matosas, a quien, según versiones, le comió entre 200.000 y 300.000 dólares que el entrenador le había dado para que su hermano recibiera los intereses mensuales que generaba ese dinero. Pero también estaban los de a pie, que habían ahorrado cada peso para invertirlo en un auto o en depositarlo con este amigo financista que prometía intereses de hasta 1.000 dólares por mes a cambio de utilizar los ahorros en otras martingalas.

Quienes en algún momento lograron comunicarse con él dicen que alegó que también había sido estafado y entonces todo se le había ido de las manos, vaya golero. Una vez, la esposa del Trufa Sebastián Ariosa lo vio en Paraguay, y lo filmó corriendo por una plaza de Asunción, le gritó un par de disparates y el Gato se hizo el otro, como si no la conociera. Otra vez un jugador lo esperó afuera del Diamantis y le propinó una buena golpiza, le robó los relojes y la plata que llevaba en el bolsillo. No recuperó los 15.000 dólares que le había dado, pero al menos se sacó la bronca. Así, de a 15, de a 10, de a 20.000 dólares, el Gato fue armando su pequeño imperio individual.

Se habrá comido dos millones de dólares, entre la F1, los restaurantes, los apartamentos caros, las playas paradisíacas. Fernando Rodríguez vivió una vida de película a costa de quienes vieron cómo sus únicos ahorros se perdían en el limbo de una sombrilla extranjera, en el escape de una cupé o en el ala de un avión. Lo más fuerte es que, en Facebook, Rodríguez subía todo, las fotos de los viajes, de las carreras y de los autos. Hay algo de morbo en aquello y hay algo de soledad porque en las fotos siempre estaba solo.

Nunca se supo qué fue lo que pasó. Hay quienes sostienen la fantasía de encontrarlo, hay quienes lo violentarían sin pensarlo, hay otros que le preguntarían qué pasó. Hubo un directivo de Defensor Sporting que honorariamente trabajó en la detención de Rodríguez porque nadie quería pagar un abogado que lo metiera preso. El hombre, a manera de devolución de lo que generaciones como la 83, 84 y 85 le habían dado como hincha, gestas inolvidables, resolvió ponerse al hombro el caso hasta que lo ubicaron entrando a Uruguay por el aeropuerto cuando ya tenía pedido de captura internacional. El Gato Rodríguez pasó seis meses en una cárcel de Colonia y al menos un año con domiciliaria.

Ahora está en Paraguay, donde parece que puede pasar desapercibido. Dolores, dólares, cantaba Lenine.