He escrito bastante –después de leer a otros bastante– acerca de la maravillosa conjunción de azar, emulación de victoria, honra y algún tendero con sobra de celeste, que han hecho de ese color, el del imaginario uruguayo –que no oriental– medio.
Es el color de cualquier representativo deportivo de este país. Uruguay empezó a vestir de celeste de manera casi azarosa y aleatoria el 15 de agosto de 1910 en Belvedere, que era cancha de Montevideo Wanderers Fútbol Club. Un delegado, Alfredo Le Bas, propuso que la selección uruguaya, que en aquellos primeros diez años del siglo XX había vestido muchas camisetas distintas, jugara de celeste en honor a la gran victoria del viejo River Plate FC de la Aduana.
Mucha tela por cortar
Como es común en estos tiempos de la posverdad, de la “poscamiseta”, se filtraron comentarios acerca de cuál sería la marca deportiva que habría de proveer la vestimenta de la selección uruguaya masculina en la próxima Copa América a desarrollarse en Estados Unidos. La filtración refería a Adidas como firma encargada de centenas de equipaciones para los partidos de junio y julio, dado que la licitación a la que llamó la Asociación Uruguaya de Fútbol para vestir a la celeste refería a: “Propuesta comercial para la provisión de toda la indumentaria necesaria para el entrenamiento, concentración, viaje y disputa de la Copa América USA 2024 para los jugadores de la selección uruguaya, cuerpo técnico y el staff de AUF”.
Después de la Copa América se volverá a definir, mediante un proceso licitatorio, qué empresa vestirá a todas las selecciones nacionales de la Asociación Uruguaya de Fútbol hasta después del Mundial de Estados Unidos, México y Canadá en 2026. La cuestión es que no fue Adidas, sino Nike, que por primera vez pondrá su logo y su estilo en el pecho.
Nike, la diosa de la victoria
El dato de la marca de una camiseta casi llevada al rango de símbolo patrio, en una sociedad que es capaz de tener discusiones bizantinas acerca de la interpretación del himno a marcha camión, o que no reclama más honor, más honor que morir por su bandera, no parece ser menor.
Tal es así que el celeste tomado casi por una coyuntura casual y gloriosa en honor al viejo River, que con ese color había derrotado al imponente Alumni argentino, se ha transformado, más de un siglo después de aquel 15 de agosto de 1910, en un color oficial. Aunque hay gente que cree que corresponde a las franjas de nuestra bandera, que tal como te enseñó tu maestra, siguen siendo azules.
¿Se han preguntado ustedes cómo los uruguayos nos arrimamos al mundo del fútbol hasta llegar a niveles insospechados en los cuales el fútbol termina siendo nuestro mundo?
La primera de las respuestas que podemos ensayar es la del cotidiano. El natural paquete del rito de iniciación, que una madre, un padre, la abuela bautizando al recién nacido en una religión de la que no hay apostasía posible. Una camisetita, una pelotita, un exagerado carné de socio, no faltan en el ajuar del recién llegado. Un año después no se exonerará al lactante del aprestamiento inicial y básico, de cómo golpear con sus pies ese elemento esférico, y siempre habrá una mano benefactora que arrimará al chiquilín o la chiquilina a los teatros y tablados del fútbol donde se escenifica la vida con la globa.
Será la misma mano, u otra, la que cariñosamente se soltará una vez resuelto y aprobado el gesto con la pelota. Y las dos reglas de evolución básica: gol y “con la mano, no”. Y en la educación inicial de las veredas y los parques, donde discurre entre los placeres la amistad entre moñas sueltas y frentes perladas persiguiendo pelotitas en los patios que día a día se transforman en el Centenario.
De ahí para adelante es un viaje sin retorno en el que nos apropiamos del fútbol, lo vivimos, lo sentimos y no distinguimos estadios, niveles ni dimensiones. Somos uruguayos y el fútbol es nuestro. Y mientras tengamos las aptitudes físicas para jugarlo sabremos todo acerca del desenvolvimiento posible en una cancha. Si nuestro lugar está fuera de ella, sabremos todo acerca de cómo articular el funcionamiento más aceitado, así como la elección de los mejores.
Aunque la marca te cueste. Y con la camiseta también
La celeste, aquella del 15 de agosto de 1910, era un juego de camisetas hechas por encargo a una tienda o una sastrería o similar que ya empezaban a ver que había un rubro en gran desarrollo: los uniformes para el fútbol.
Nunca la celeste tuvo marca o grifa exterior hasta bien avanzado el siglo XX. En ninguno de los Juegos Olímpicos y Mundiales en los que campeonó, ni en 1924, ni en 1928, ni en las Copas del Mundo de 1930 o 1950 ni en los primeros 11 campeonatos sudamericanos, Uruguay llevaba o vestía una marca de ropa en su camiseta.
La primera vez que jugó un Mundial con un logo fue en 1974 con Adidas, y la primera Copa América que ganó con una marca de ropa fue en 1983, con Le Coq Sportif. La de 1987 fue con Puma, la de 1995 NR y la de 2011 otra vez Puma. Antes había ganado el Mundialito y la Copa de Oro en 1981 con Adidas.
Durante 90 años, nadie podía comprarse una camiseta. Directamente no las teníamos, o teníamos el bien supremo de que un jugador nos había regalado la suya. Los niños, tal vez, fuimos los primeros privilegiados en sudarla. Mi primera celeste me la puse el 6 de enero de 1970, y era divina. No tenía marca claro. Pero era celeste.