En Uruguay un 30 de mayo siempre viene cargando los últimos días del otoño y ya hace el frío que marcará tarjeta recién 21 días después. Cuando la tarde deja correr sus primeras horas a veces está gris y húmedo, a veces hay un lindo solcito, otras veces llueve, pero nunca –que yo recuerde– ha estado tan oscuro y gris a las tres de la tarde como cuando, como reguero de pólvora, Edinson Cavani, nacido en Salto hace 37 años, hace circular por las redes sociales el anuncio de su retiro de la selección uruguaya.

Al principio, la primera vista quiere hacernos zorros viejos y una serie de neuronas se agolpan en piquete deseando que sea una noticia falsa de las que ahora pululan para tratar de sacar rédito de la usura del reconocimiento. Pero no. No es mentira, fue verdad y el Edin nos hace saber: “Hoy decido dar un paso al costado, pero siempre los seguiré con el corazón latente, como cuando me tocaba salir a la cancha con esta hermosa camiseta. Le mando un fuerte abrazo a todo mi pueblo. ¡Arriba la celeste!”.

Uno de los nuestros

Es increíble pero real el vínculo que uno puede generar a través de las emociones, como el que en estos últimos 18 años hemos generado con la celeste –y en particular con sus deportistas–, porque siempre ha estado vinculada a nuestras vidas.

El Edin es uno de nosotros. Es un poco un hijo, un sobrino, un ahijado de los sesentones, un viejo compañero de estudios de las cuarentonas, un tío crack de los veinteañeros. Lo queremos. Lo admiramos. Lo conocemos. Lo extrañamos. Lo festejamos.

Salvo los niños y niñas que aún no han iniciado su proceso de escolarización, no puede haber ni un uruguayo que se pregunte quién es Cavani. Por eso su decisión, su noticia deja una marquita en nuestras vidas.

Una marca en la historia

Sé dónde estaba cuando me avisaron y creo que me quedará marcado como la nochecita del 10 de octubre de 2009 cuando el Edin entró en los últimos diez minutos –recién empezó a ser titular para siempre en el segundo partido del Mundial 2010 ante Sudáfrica– y metió una loca carrera en diagonal a pase de Diego Forlán, lo tumbaron y antes de levantarse desde el piso ya decía: “Lo pateo yo”.

Sé dónde estaba y siento otra vez cómo explotó de alegría la noche de Sochi, tal vez la de su más inolvidable noche con la celeste, el 30 de junio del verano de nuestras vidas mientras soñábamos con el Mundial, del invierno de nuestros fríos pero de corazones calientes de emociones y abrazos de nuestra tierra. Esa noche de Sochi, esa tarde de nuestras pantallas, el Edin hizo dos golazos enormes y encima dio más de un cuarto de hora de ventaja porque debió salir lesionado para ya no volver a jugar en un Mundial que venía divino. Cómo olvidar esa noche, parado en los pupitres del estadio de Sochi mientras me desgañitaba gritando ¡Uruguay nomá! Después volví a la silla y escribí: “¡Qué jugador el Edin, por favor! Es un portento físico, es crac, solidario, metedor. ¡Tardamos tanto en reconocerlo!”.

¿Cuántos de sus 136 partidos con la celeste podríamos evocar, recordar, sentir su carrera, su despliegue por toda la cancha, su entrega sin igual? ¿Cuántos de sus 58 goles celeste gritamos y recordamos con única emoción?

Edinson, que como la enorme mayoría de los celestes contemporáneos llegó a la selección mayor proveniente de la juvenil (la sub 20 de 2007) en 2008 –pudo haberlo hecho antes de no arrastrar una suspensión del Mundial sub 20 de Canadá–, marcó su primera presencia con la celeste absoluta con el primero de los 58 goles con los que se despide, convertido en uno de los máximos goleadores de la historia de la selección uruguaya.

¿Por qué demoramos tanto en darle el reconocimiento masivo a Cavani como uno de los mejores jugadores uruguayos del siglo XXI? Parece que una vez más hay que buscar la respuesta por el lado de su compañero de juego y de pago, Luis Suárez, y su imponente carrera. No hay otra explicación, porque Cavani, ese potente futbolista lleno de calidad, ese jugador solidario con sus compañeros, gustosamente obediente de las directivas de quienes lo mandan a la cancha, enamorado de la entrega a la camiseta celeste donde le tocara ubicarse, goleador empedernido, hubiese sido el jugador más trascendente de Uruguay en el último lustro si nosotros y el mundo no hubiésemos puesto tanto el foco en Luis y nos hubiésemos dado cuenta, como parece que finalmente lo hemos hecho, de que ahí está él, ahí, de celeste, estaba él: Edinson Cavani.

Dueño de nuestros corazones

Es difícil concebir un delantero tan completo dentro de la cancha y con un perfil tan bajo fuera de la cancha. Tan medido, tan reflexivo, tan de abajo, tan determinante para todos nosotros.

Sé dónde estaba cuando Cavani, con juego, con ganas, con sensibilidad, con despliegue, con solidaridad y con goles, se ganó el corazón celeste de todos nosotros y nosotras.

Sé dónde estaba cuando le escribió a la celeste y a su pueblo. Esperaba por atención médica, parado y consternado. Sale el médico a dar la cara: “Estoy muy atrasado. Les pido paciencia a todos, por favor”. Y mientras otros patalean yo me quedo quietito y tengo ganas de decirle: “Se retiró el Edin, tordo”.

Tengo tanta paciencia como tristeza por no poder agradecerle con el culo helado contra el cemento, disfónico, con las manos rojas de tanto aplaudir por todo lo que nos hizo vivir de celeste.

Gracias, Edin, por todas las flechas celestes.

Te queremos.