Julio Mozzo nació en el kilómetro 16 en una familia humilde y laburante y se hizo hincha del Juvenil 16, el cuadro que lo acunó cuando se terminó el baby fútbol en el Málaga. Hasta el día de hoy son como una familia, actualmente juega en el senior del Juvenil 16 y señala que el año que estuvo sin dirigir después de dejar el fútbol, con el plafón bajo de la derrota, volvió a ese rincón querido para fortalecer la estirpe, el temple. Hasta se animó a volver a vestirse de jugador con los colores de Defensor Atlanta de Las Piedras: “Volví, fue divino, la gente te saludaba en las canchas: ‘¡Eh, Julio Mozzo!’, me gritaban, y muchos me puteaban, claro”.

Ya no está el bar Smidel. Es una lágrima de Montevideo un bar que falta. Pero ahí me meto en el barrio desde la lengua de 8 de Octubre hasta lo de Julio y su familia, donde abundan los banderines de Peñarol y de Central Español. En la puerta alguien le entrega una torta a su suegra que vive en el fondo. En el almacén de enfrente están las ofertas pintadas en el pizarrón. “Después me arrepentí, obvio”, dice Julio cuando le nombro la piña que le dio a Diego Mateo en un Peñarol versus Newell’s, amistoso de verano en Punta del Este. “Pero quedamos trenzados y pensé que me iba a pegar y, ante la duda, lo emboqué. Todo el mundo se acuerda, ahora con el TikTok y las redes sale por todos lados. Los de Central me lo mandan, es como que cuando llegué a Rosario Central ya era ídolo sin jugar. Después, igual me lo tuve que ganar con rendimiento, ojo”.

En Rosario Central fue muy querido y quiere mucho. “Llegué a un nivel muy alto, pero tuve una lesión que me llevó 16 meses de recuperación. Pensé que no iba a poder seguir. Pero al final jugué hasta los 40 años. Volver a jugar en Central fue duro, me sentía un exjugador, pero Central es hermoso, la gente me dio siempre un cariño enorme. Al cuarto o quinto partido me tiré a barrer una pelota y me cantaron “uruguayo, uruguayo”.

A todos lados menos a Grecia fue con la familia. En Grecia, dice, “estaba solo como perro malo”. “Pero después siempre agarrábamos el auto y nos íbamos, Mendoza, Córdoba, Buenos Aires, mi señora y los gurises, unas fieras, unos cambios tremendos. Una vez [fuimos] desde Montevideo a Tucumán, casi 3.000 kilómetros con el auto cargado. Íbamos felices. Hay cosas que nos marcaron”, relata.

La campaña de Mozzo

Julio Mozzo fue, en 2024, el entrenador campeón con la Tercera División de Peñarol, una categoría bisagra entre las juveniles y la Primera División. Hacía 24 años que el aurinegro no lograba el Campeonato Uruguayo, y fue de la mano de Mozzo, el muchacho de la calle Smidel, querido en Central Español y en Rosario Central y en Peñarol, a donde volvió después de hablar con Diego Aguirre: “Tuve una reunión con él y me dio la confianza y la tranquilidad para laburar, me transmitió esas cosas que a él lo hacen ser un ganador y que es lo que después les transmite a sus jugadores. Estoy muy agradecido con Diego. Era y es un gran desafío seguir formando jugadores, pero al mismo tiempo salir campeón y prepararlos para que suban a Primera. Es una categoría de transición y ese es nuestro laburo con el Pipi [Maximiliano] Bajter y el profe Enzo di Paulo”.

“Fue muy importante conocer al club”, dice Julio en el patio de su casa, donde yo tengo miedo de despertar a la suegra, pero él, que no levanta tanto la voz, me dice que me quede tranquilo.

Colgados están los banderines de los equipos donde jugó: “Es una felicidad enorme conseguir un logro como este”, continúa: “Después de 24 años que esa categoría bisagra, como es la Tercera, no lo conseguía, fue muy significativo. Al mismo tiempo haber cortado tres años consecutivos donde salió campeón Nacional es importante y además de la forma que se dio, con lo difícil que es. Se ganó Apertura, se ganó Clausura, se ganó Tabla Anual, se ganaron los clásicos. Casi los mismos jugadores habían perdido el año pasado la final, entonces para ellos también fue como sacarse esa espina”.

Foto del artículo 'Julio Mozzo, técnico campeón de la reserva de Peñarol: “Fue como sacarse una espina”'

Foto: Rodrigo Viera Amaral

El entrenador nombra al capitán Faustino Fernández, con quien se sintió identificado por ser “un tipo temperamental, serio, que llevaba el grupo adelante”. “Así te puedo nombrar un montón”, asegura, “como Lea Umpiérrez, que hizo 16 goles jugando de interior, con 12 o 13 asistencias. Llegó a un nivel muy alto y ojalá tenga la posibilidad de estar en Primera. Como el Apache [Franco] Suárez, Pablo Nongoy, Nahuel De Armas, Pipa [Agustín] Rodríguez, el hijo del Pipa [Ruben Rodríguez, arquero uruguayo recordado por su gran pasaje por Cerro], y los que bajaban de Primera, Kevin Morgan, Nahuel Herrera, Tomás Olase”.

Julio está a la espera de su renovación como entrenador principal de la Tercera División de un Peñarol que quiere volar alto. Con la cabeza de Diego Aguirre y la Copa Libertadores en el horizonte. En la Tercera los sueños se maceran de otra manera. Para eso hace falta corazón y asados, y un técnico que encuentra madurez y quiere crecer juntos a los suyos. “Tuve la suerte que, al haberme retirado, dirigí un club hermoso, como Villa Española. Después estuve un año parado, que la verdad no la pasé bien, y después Cerrito me abrió las puertas para dirigir la sub 17. Eso me ayudó porque, si bien fue muy importante pasar de jugador a dirigir en Primera División, sentía que me faltaba la experiencia de inferiores, para mejorar como entrenador. Este año en Peñarol aprendí muchísimo, y obviamente falta aprender un montón”.

“El Popi Luis Salmerón, el Oveja [Leonardo] Talamonti, el Flaco [Matías] Lequi en Rosario Central, Fernando Lorefice, Bracagol [Héctor Bracamonte], que cantaba rock, un señor también”; Julio hace memoria con los compañeros de su etapa en Argentina, también habla del Mago Rubén Capria, con quien jugó en Peñarol junto a Paolo Montero, “un capitán y un referente”. “En los inicios, Rúben Silva, Diego de Marco”, agrega, “tremendos compañeros, que te enseñaban no sólo del fútbol. De más grande tuve a Canica [Gustavo] da Silva, a José Nito Puente, que también me ayudaron. Te puedo nombrar un montón de jugadores, como el Cabecita [Maximiliano] Lombardi”. A la hora de hablar de los técnicos, también ubica en Argentina a algunos valores como Guillermo Hoyos y Andrés Guglielminpietro, pero el Tola Ricardo Antúnez y Gregorio Pérez le marcaron el camino: “Después de un asado, el Tola me dijo algunas cosas que me tocaron el corazón, que capaz que tenía razón, pero por mi temperamento no lo veía, y me terminé yendo, llorando para casa de bronca, de impotencia. Faltaba una semana para empezar el campeonato. El lunes no me cambié y golpeé la puerta del vestuario de él para hablar. Me dijo que esperara que saliera el cuerpo técnico, entré y cerró la puerta con llave. Me abrió la cabeza y me dijo que iba a ser el capitán. Me ayudó muchísimo, me ganó el Tola, tenía razón. Me ayudó a crecer, ahí arrancó todo, ascendimos con Central, clasificamos a la Sudamericana y después fui a Peñarol con Gregorio Pérez, otro referente, un señor, un señor con mayúscula”.