Me duele tu partida, Mathías Acuña, delantero fatal de todas las canchas de Montevideo. De todas las comparsas del barrio. De todos los sueños que tuviste. Me duele mucho tu partida porque todas las partidas de futbolistas me duelen, y los suicidios me pegan en el alma, porque los suicidios son preguntas sin respuesta. Y aunque haya preguntas sin respuesta a diario, la pregunta de la muerte es ineludible. Desde ese pitazo infame de un árbitro que no suelta el silbato, que pende del mismo, sin dejar de soplar hasta apagarse. O desde el rugir de una moto eterna de barrio que avisa que la cuadra es larga, y que justo nadie pasó en la esquina, la muerte es un chirrido que dura días o dura para siempre. Atrás quedarán todos los goles que hiciste, la otra vida que dejaste en una cancha y lo difícil que era marcarte para todos.

Me cuesta mucho escribir sobre vos sin pensar en la denuncia por violencia de género. Primero porque creo en la víctima, segundo porque no sigo a la legalidad, no ampara mi pensamiento el derecho a la inocencia. Y aunque esa denuncia deba recorrer los caminos de la verdad, aborrezco la duda, porque la estadística manda y los hombres seguimos golpeando mujeres y matándolas todos los días, aunque los hombres siempre decimos que no. Y también es cierto que muchos se matan por no saber qué hacer con la condena social o no saber qué hacer con lo que hicieron. Somos el flagelo de una sociedad machista, nos criamos entre machismos que llamamos micro porque son dentro de casa, mamamos la violencia y muchas veces la dejamos salir por nuestra fuerza de hombres dolidos, o por nuestra propia naturaleza de machos opresores que no saben qué hacer con eso que llaman masculinidad.

Enero también trajo la contratación por parte de Peñarol de Diego García, jugador que arrastra una denuncia, en este caso, por abuso sexual con acceso carnal a una mujer en un festejo de Estudiantes de La Plata entre los jugadores de fútbol y las jugadoras de hockey hace algunos años. Cuando firmó por Liverpool fue un revuelo, antes en Nacional las pibas de la hinchada ejercieron su derecho de admisión. “No a los violadores en el club”, dijeron en la institución alba. En Peñarol dijeron algo parecido, pero el pescado ya estaba vendido. Cuando largaron la noticia, el acuerdo estaba hecho. En el medio quedó la secretaría de género del club, que apeló por un lado a generar una cláusula inédita y, por otro, a contener incluso al muchacho de los agravios que recibirá. Otro grupo de mujeres menos oficialistas bregó por la rotura del contrato, algo que nunca llegó y García, para el dolor de su víctima, firmó con uno de los clubes más importantes de América en la historia. Acompañará a Leo Fernández, de quien habló el mundo entero, y a quien también le dolió la partida de Acuña como a tanta gente del fútbol y del candombe, y como a mí.

En Argentina, Brian Cufré firmó por Central Córdoba de Santiago del Estero, el último campeón de la Copa Argentina. Jugará con José Florentín, paraguayo, de goles importantes en la conquista, ambos involucrados en la denuncia por violación grupal a una periodista tucumana cuando jugaban en Vélez Sarsfied. En esa denuncia también están involucrados Abiel Osorio, quien ya había sido fichado por Defensa y Justicia −ese nombre, vaya paradoja− luego de estar preso, mientras que el uruguayo Sebastián Sosa, el restante involucrado en el tema, jugó para Deportivo Maipú en 2024 y fichó hace algunos días por San Miguel, equipo que disputa la Primera B Nacional y que dirige el ex Boca Sebastián Battaglia.

Yo les creo a las gurisas. Quizás en el gremio de futbolistas o en la Asociación Uruguaya de Fútbol, o en ambas instituciones, pero también en todos los clubes, a la vez que se habla de salud mental haya que hablar de género, de violencia de género, de abuso, de violación y de dolor. Después de eso, hablar de cómo cada vez los hombres hablamos menos, lloramos menos y nos suicidamos más.