Eva es “fotógrafa desde siempre”, pero desde hace 11 años es la fotógrafa de Gimnasia y Esgrima La Plata. “Empecé cubriendo todas las disciplinas los fines de semana, de principio a fin. Con el tiempo me fui quedando con la primera”, cuenta a la diaria en una plaza montevideana. Argentina ya le ganó a Uruguay en el estadio Centenario por las Eliminatorias. Aquello fue un viaje para Thiago Almada, que la clavó en el tornillo del clásico del Río de la Plata, pero también fue inolvidable para Benjamín Domínguez, un pibe del barrio platense de Los Hornos donde también vive Eva Pardo. “Una no puede acreditarse a todos los partidos porque hay que pertenecer a un medio. El año pasado me salió la credencial de la Asociación de Reporteros Gráficos y empecé a intentar acreditarme, pensando que quizás es una vez en la vida, como cumplir un sueño”, relata Eva, quien luego también fue acreditada para el baile de cumbia de argentinos sobre brasileños del pasado martes. Benjamín estuvo en el banco en ambos clásicos sudamericanos.

Eva conoce a Benjamín desde que es un botija, aunque allá es un pibe, un pibito que jugaba en las inferiores del lobo, del barrio Los Hornos, donde Eva soñaba con cosas parecidas. “Hacía unos cuantos años que el club no tenía un jugador del club citado a la selección, y a Benja lo conozco de chiquilín, le tengo un cariño enorme. La tribuna coreó su nombre antes de su debut en primera, porque venía de hacer un campeonato bárbaro en reserva. Además, somos del mismo barrio, un barrio periférico donde todo cuesta más. Cuando lo vi con [Rodrigo] de Paul, con el Cuti [Christian] Romero, fue como ver a mi hijo. Es re lindo ver ese crecimiento y ese sueño cumpliéndose, el mismo sueño, el mismo barrio”.

Mostrar la alegría

“Fui hincha muy fanática, de ir a todos lados. Organizaba el viaje con toda la familia y con los amigos. El estadio estaba cerrado y ya estaba en la puerta esperando; una demencia. En un momento se me puso en la cabeza que quería sacar fotos, pero era casi imposible”, dice Eva, quien a partir de un medio partidario comenzó a sacar sus primeras fotos en el club, por insistencia, por seguir yendo, pero desde el otro lado del alambrado. “Primer partido, Gimnasia-Rafaela a la noche”, recuerda. “Siempre voy con una felicidad extrema a cubrir los partidos de Gimnasia, es mi mundo”. Eva Pardo dice que al ser hincha “querés mostrar todo eso hermoso que vos amás, que no es sólo un gol”. Terminó entrando como fotógrafa institucional porque el club buscaba comunicar eso mismo: “El esfuerzo, el abrazo, el llanto; a veces parece que son maquinitas y no, está bueno mostrarlos de otra forma, en el entrenamiento, riéndose”.

Le tocó sacarle fotos a Chirola [Sebastián] Romero, a Mariano Messera, que ahora es su amigo, a Fito [Fabián] Rinaudo, al Pampa [Roberto] Sosa. “El Pampa Sosa”, repite: “El Pampa y su novia me fueron a buscar al aeropuerto cuando fui a Nápoles y me llevaron a recorrer en motorino la ciudad”. Cuando ve a los niños y las niñas esperando a los jugadores siente que fue “una de ellas”, y quizás también lo fue Benjamín: “Lo mejor de todo es que las nenas me saluden y quieran ser fotógrafas, porque no parecía que iba a haber fotógrafa en Gimnasia nunca, y ahora ese lugar está”.

A toda esta historia de barrio y de club, de amor por los colores y del perfil de un oficio, un día llegó el Diego. Diego Armando Maradona llegó a Gimnasia para ser su director técnico, atravesó la pandemia con una máscara y fue homenajeado en todas las canchas del fútbol argentino. De alguna forma, fue una feliz despedida, Gimnasia fue su amparo. “Si todo lo que me pasaba con el Chirola Romero, con Messera, ya era un montón, cuando vino Diego rompió la matrix, porque soñé ocho mil veces cómo conocerlo. Quería compartir un rato, unas horas, un intercambio; ese era el sueño en realidad. Que fuera como fue, y adentro de mi club, no estaba ni soñado”, dice Eva, y hablar de Diego le pone otra cosa a su mirada. En la plaza las luces se encienden como esos guiños mágicos y cotidianos de algo en lo que se cree. “También tenía mucho miedo de que no le gustara lo que hago, de que me desilusionara, por ejemplo, porque yo tenía una imagen que le hacía bien a mi vida, de a veces pensar ¿qué hubiera hecho Diego?”, dice quien terminó siendo la última persona en captar de manera cotidiana al astro argentino en sus últimos días felices, más allá de que una especie de religión a su alrededor reine como un manto para siempre.

Diego Armando Maradona. 
Foto: Eva Pardo

Diego Armando Maradona. Foto: Eva Pardo

En uno de los brazos de Eva alguien escribió con tinta china: “Nos aprendimos a querer”, algo que Diego le dijo un día, como quien signa el amor de una amistad. “Diego terminó siendo para los que lo amamos, todo eso que creíamos y más”, sostiene Eva, que vivió más de un año con el astro el día a día como entrenador de Gimnasia, el club de Eva, el de Benjamín, el que a Diego también le permitió soñar. La historia le debe un gracias a Gimnasia y Esgrima La Plata, y a Eva, la encargada de registrarlo.

Sean eternos los laureles

En una de las más recordadas entrevistas a Diego en este tiempo (para el programa Líbero, de TyC Sports), Mati Pelliccioni –amigo de Eva– y Diego la invitaron a la grabación donde lograron la intimidad para que el hombre criado frente a las cámaras pudiera ser él mismo, el de siempre, el Diego. “Nunca lo vi tan bien. Veníamos de ganar un partido importantísimo contra Central Córdoba”, dice Eva. Cuenta que antes de empezar la nota estuvieron cantando en napolitano con Diego, la marcha peronista, con Diego luciendo una camiseta de Perón que rezaba: “Sean eternos los laureles”. “Otra vez, me tocó ir a la casa a hacer un contenido para el club”, rememora. “Tenía que hablar de lo que sentía en su llegada al club, y él nos leyó enseguida cómo éramos –gente apasionada, sufrida, de mucho amor– hasta que en un momento saltó con [Mauricio] Macri y con la FIFA”. Después le escribió en un papelito: “Dale, Lobo” con su firma, algo que se tatuó Eva, y luego miles de hinchas más.

“Era un tipo muy simple, no había más que simpleza y humildad. Siempre era Diego, pero era mi compañero de trabajo, él se ubicó siempre en ese lugar”. Eva trae a Diego hasta esta plaza donde unos guachos juegan a hacer la jugada de su vida. Eva cada tanto dice “para siempre”. Sentencia que todas las fotos son buenas porque son del Diego. Recuerda una de un entrenamiento en el que Diego tenía puesta una gorra que le había regalado la filial Triperos de Los Hornos, el barrio de Eva y Benjamín, con el escudo del lobo, el Indio Solari y él mismo. Que ese día le sacó una foto querida, con los lentes espejando la cancha donde fue feliz siempre. Pero que la noche de la entrevista para Líbero sacó “la foto que soñé sacarle”: “Él con un fueguito, sentado en una reposera de tiras de lona, playera, con el fogón ahí. Se la pedí, me dijo que sí, y esa foto para mí es una de las más importantes”. Faltaba poco para el cumpleaños de Maradona, cuenta Eva, que le dijo “si alguien te pregunta qué me regala para mi cumpleaños, que me regalen leña; si te preguntan, que me regalen leña”. Tenía el fuego prendido todo el día. “Yo hice eso”, concluye Eva, “retratarlo feliz”.