La victoria por 2-0 de Uruguay ante Venezuela, su casi segura clasificación al Mundial 2026, el desactivar el maleficio que increíble y equivocadamente hablaba de nueve partidos sin ganar cuando hay hasta avisos comerciales con el gol de Manuel Ugarte en la hora en el estadio Centenario ante Colombia cuatro partidos atrás, ha vuelto a dar vuelta la veleta como si este éxito convirtiera a los haters en querendones de Marcelo Bielsa, puesto contra las cuerdas tras la pobre expresión ante Paraguay que permitió que los sopleteadores de opinión amenazaran con prender fuego todo: a Marcelo Bielsa, porque no les gusta su discurso firme, atrincherado en sus razones; a los jugadores y sin necesidad de hacer la carambola a dos bandas también a la AUF, a Ignacio Alonso y a lo que venga.
Es difícil discernir, en este juego de poder que se batalla transversalmente en todos los estamentos, cómo se posiciona un actor ante su virtual caja de resonancia, si es porque no le gusta que el argentino mire para abajo o que aguante la tacada ante los cuestionamientos, o si es porque es el técnico que contrató Alonso, que además es amigo de Alejandro Dominguez, tal vez tanto como lo era de Lacalle Pou, pero no del todo amigo de Paco Casal.
Wines y 4-3-3
También con la irrupción de las redes, un manijazo —una opereta— puede poner en cuestión su forma de administrar los recursos humanos para armar un cuadro que compita, gane y guste jugando 4-3-3 con punteros bien abiertos y una potente columna vertebral.
En fin. Descalificaciones y operaciones contra los técnicos de la selección uruguaya ha habido siempre, cuando competimos bien, mal o regular, pero lo que pasa es que las redes sociales no eran sostenidas por ceros y unos, sino por vecinos, plomeros, panaderos, abogados, almaceneros y odontólogos, que en la casa, en la oficina o hasta en la panadería, mezcla de sabiondos y tempranos todólogos, iniciaban la fogatita que nunca llegaba a incendio, hasta que las radios y los canales -y por supuesto los diarios- iban viendo adónde llevar la rosca: consejo inolvidable que no tiene nada que ver con fútbol y sí con la acción de rosca: la izquierda libera, la derecha oprime. Vale para canillas, tuercas, tornillos, tapas, tapones y demás.
Marcelo Bielsa, con su propuesta y filosofía de vida y de juego, está logrando la meta inicial y básica, que es jugar, competir en la fase final de un Mundial. Ahora, después de la estela y la obra de Tabárez, que nos clasificó a tres y tres cuartos mundiales —Diego Alonso dirigió cuatro de los 18 partidos cuando clasificamos a Qatar 2022—, la celeste está llegando a su récord de participaciones consecutivas, dado que ya es inverosímil que la selección no esté dentro de los cupos directos llevándole 6 puntos y con un +7 al séptimo, Venezuela (-4), cuando quedan 6 puntos por jugar.
Jugar cinco mundiales seguidos es algo trascendente incluso para países donde el entramado social y el desarrollo están amalgamados por el fútbol. Hay ahora en el Uruguay hombres y mujeres de 19 años que nunca han sufrido la quemadura de quedar afuera de la ilusión, y eso no ha sido por generación espontánea ni por el alineamiento de los planetas, sino por un proceso de trabajo, un círculo virtuoso que recreó a la selección uruguaya a través de un gran esquema que no sólo promovía la elección de los mejores para proyectarlos en el perfeccionamiento individual y colectivo, sino que apuntaba a otros valores que excedían la técnica y la táctica.
Lo de Bielsa es distinto a lo de Tabárez. El Maestro manejó globalmente a todo el fútbol celeste, mientras que Bielsa fue contratado para otra cosa. Tabárez fue el Ministro de las selecciones uruguayas. Y el rosarino es el CEO de la selección absoluta y sólo está para eso.
El rendimiento autoriza el resultado
Bielsa llegó con una bien ganada fama de técnico extraordinario en su concepción más pura y lineal, por fuera de lo ordinario. Su forma de juego propuesta en clubes y selecciones, sus equipos, sus ideas siempre mirando al arco de enfrente, aterrizó con éxito en estas orillas del Río de la Plata en un momento de recambio forzado y propiciando la formación de colectivos de veinteañeros que solo pudo quebrar la felizmente inconcebible capacidad de Luis Suárez, que hasta a los 37 años pudo entreverarse con éxito entre los jóvenes de Bielsa.
El técnico argentino sacó adelante su proyecto entusiasmando con el juego y resolviendo las tensiones a pesar de las tensiones. Lo hizo bien cuando tuvo a todos, le fue bien cuando tuvo a casi todos, pero desde hace unos partidos, que son salteados y alejados en el tiempo, tanto que la problematización aguda y masiva comienza hace un año, pero apenas eran una decena de partidos, desde la Copa América en donde se enfrentó al periodismo, al poder y -acá lo malo- no estuvo aceitado el relacionamiento cotidiano con sus futbolistas; abrió el frente para la explosión de sus haters.
¿Se puede jugar bien sin la mitad de los futbolistas sobre los que da soporte a su filosofía de juego? No, seguro que no, y entonces todo queda en el foco del resultado.
Contra Paraguay, la celeste debió jugar sin Sergio Rochet, Rodrigo Bentancur, Federico Valverde, Nicolás de la Cruz ni Darwin Núñez, pero además sin poder explotar la calidad de eje central de Manuel Ugarte o las duplas por las bandas, y por decisión suya sin tener en el banco alguien que dé ilusión; a una le va a quedar siempre como el Luis, que ya se sabe, no juega más en la celeste.
Pues bien, sin ellos, pero con Bentancur; ni la AUF ni la Conmebol ni la FIFA han dicho que no se puede jugar de frac y galera. La selección, sin brillar, volvió a ganar un partido pesado —porque si perdíamos nos alcanzaban—, y el equipo volvió a correr por afuera y a levantar la Olímpica, volvió a ilusionar y a hacernos pensar que seremos o no los mejores en cada partido, en cada torneo, pero que cada tarde o cada noche estaremos en condiciones de dar competencia a quien sea. De eso se trata este camino.