Jueves 24 de julio. La selección uruguaya de fútbol se juega la clasificación a semifinales de la Copa América. Montevideo ni cuenta se da. Me subo al 116 rumbo a la Ciudad Vieja y el humor de nadie está condicionado por esa posibilidad, ni siquiera el mío. El chofer no escucha en la radio la manija de siempre ni tiene en el bondi ninguna bandera. Mi jornada laboral transcurre con normalidad. Les digo a mis compas que hoy juega Uruguay. No lo saben, se los explico. Una amiga me manda un mensaje diciéndome que su abuela lo va a ver, me pongo contenta. Vuelvo a mi casa. Nadie corre para llegar a la suya. Tampoco yo. No veo las calles pintadas de celeste, ni banderas, ni gorros. Voy al gimnasio y después al almacén. Agarro unas papas, unas aceitunas y me tomo un taxi a la casa donde vamos a verlo. El taxista me comenta que está frío, le digo “sí, está bravo”. Ninguno de los dos menciona el partido.
El escenario cambia un poco, y por un momento, cuando entramos a la casa de Sole. La picada está pronta, va llegando el resto del grupo y por un momento se siente el fervor de la Copa América. Sufrimos, gritamos, estamos felices. Uruguay juega un partidazo. Ganamos 3-0. ¡Estamos en semifinales de la Copa América! Las redes de quienes estamos vinculadas al fútbol femenino estallan de alegría y se llenan de felicitaciones a las jugadoras con el merecido reconocimiento de un logro increíble.
Salgo de ahí, vuelvo a mi casa y el humor de la ciudad no cambia. No se escuchan bocinas, ni gritos, no veo camisetas en las calles. La noche montevideana y su prosaico devenir.
Viernes 25 de julio. Montevideo se despierta tarde como de costumbre. De nuevo el 116. En la radio escucho el nombre “Esperanza Pizarro” y paro la oreja. Están hablando de esto. En los diarios sale la noticia. ¡Me alegro! Tiran los nombres de las jugadoras y algún comentario más, se termina el tema. Me duele. Llego a mi trabajo. Me olvido.
El martes 29 de julio, además de ser día de ñoquis, la selección uruguaya de fútbol se juega una parada histórica: llegar por primera vez a una final de Copa América.
En el fútbol, como en todas las disciplinas culturales, hemos sido educadxs para pensar, y sostener, que el buen fútbol es únicamente el practicado por varones. Cualquier alternativa que se nos ofrezca será analizada con esta mirada. ¿Quién decide que la forma que adopta el fútbol de varones es más atractiva y divertida? ¿Quién dice que sólo la ejecución de sus habilidades técnico-tácticas son las “correctas”? ¿Acaso no es el sistema que perpetúa sus privilegios el que nos está contando esta versión?
Quienes históricamente han organizado y narrado el fútbol intentan demostrar que el fútbol femenino todavía está lejos de este estándar. Y dicen todavía, porque siguen pensando que estamos caminando hacia ese horizonte “de mejora”. Es obvio que lo que intentan vendernos como una circunstancia objetiva no es más que una burda comparación basada en una sobrevalorada opinión de sí mismos. Esa mirada indefectiblemente nos invade en forma de comentarios espantosos en las redes, estadios semivacíos, poco público en los medios de comunicación, y la peor de todas… inexistencia de mujeres referentes en el fútbol.
La militancia por una igualdad real necesita el cuestionamiento diario de este estándar “de calidad”. Este cuestionamiento debe manifestarse en forma de acción: leer mujeres, escuchar música hecha por mujeres y, por supuesto, mirar fútbol practicado por mujeres. Aun cuando nuestro propio pensamiento nos quiere gambetear instalando la teoría de que “a esto todavía le falta”. Comprar entradas, mirar partidos en la televisión, ser hinchas de las pibas de los clubes, reconocer y acompañar a nuestra selección. El fútbol practicado por mujeres es nada más y nada menos que eso. El apoyo a su crecimiento en condiciones de igualdad es un imperativo de justicia social, no una exigencia para alcanzar una forma debida y deseada por quienes son, y siempre han sido, jueces y parte de este sistema. Federico Valverde es el actual capitán de la selección uruguaya, pero también lo es Pamela González, quien, además de clavar un golazo, se paró frente a las cámaras a recordarnos que les debemos, que nos debemos, ofrecer algo más que indiferencia. Mientras tanto, ellas nos ofrecen la inmensa alegría de estar entre las cuatro mejores selecciones de América.
Uruguay se juega su chance histórica contra Brasil. ¿Y si ya vamos pensando con quién vamos a ver el partido? ¿Y si en la radio, en nuestros trabajos y en el almacén sólo hablamos de eso? ¿Y si corremos para llegar a tiempo? ¿Y si a esa hora silenciamos la ciudad para verlo? ¿Y si actuamos como si jugara Uruguay?