Más allá de las trascendentes valoraciones deportivas que se debe explicitar en la información previa a este partido correspondiente a la final del Intermedio 2025 entre Nacional y Peñarol a las 15.00 en el estadio Centenario –con entradas agotadas para las tribunas populares y apenas con un remanente para la América– y con televisación por las señales codificadas de VTV Plus y Disney+, corresponde señalar que no hay nada de extraordinario en que se juegue una final clásica más. Sí abona lo ordinario, pero parece que se va convirtiendo en extraordinario, que el público de ambas parcialidades pueda ir al clásico que ha cimentado la historia del fútbol de clubes de Uruguay.
La final del Torneo Intermedio 2025 la juegan Nacional y Peñarol. El partido decide el título de campeón, pero no otorga puntaje para la tabla anual. Si en el tiempo reglamentario el partido termina empatado, habrá un alargue de 30 minutos, y si tampoco hay un ganador en el tiempo extra, el título se decidirá en una tanda de penales, como sucedió el año pasado, la única vez que aurinegros y tricolores definieron este torneo.
Este es otro clásico, un enfrentamiento que desde hace mucho más de 100 años se ha transformado en un acontecimiento sociodeportivo que mueve y sacude a todo Uruguay, sin importar si es una final como esta o un partido por las chauchas, como eran, por ejemplo, los de la serie Copa de Oro de los grandes que en 1985 armaron para que hubiera un clásico –y con él su respectiva recaudación– por mes. Programaron ocho, pero al final se terminaron jugando seis porque Peñarol ganó cinco, la mitad más uno, y los dos restantes, para la gente que había comprado abono, se jugaron al año siguiente como un evento distinto.
Aunque durante décadas el clásico –o la acumulación de ellos en el campeonato– definía cuál se perfilaba como el campeón, un partido entre Nacional y Peñarol es mucho, muchísimo más que un crucial acontecimiento. No importa si decide una cosa o la otra o si no define nada. Es, está ahí. Y esta vez, además, es una final.
Mapa de calor
Conocer la oncena, proyectar su forma de juego, su esquema, su estrategia, es un dato relevante para la mayoría de los cuerpos técnicos, que aun llevando al 1% o al 99% la importancia de la alineación y el juego del rival, no pueden prescindir, ni en el mayor rapto de desidia y poco apego, de saber si los rivales jugarán con tres puntas, si juega Fulanito por donde pasa todo el juego en ataque, si Menganito patea los córneres siempre cerrados, si Fulano de Tal tiene la derecha sólo para subir al ómnibus. Pasaba antes, cuando mandaban a un tipo con un gorrito y lentes a vichar la práctica de los rivales, y pasa ahora, cuando revisan los mapas de calor, los remates concedidos y los goles esperados.
Al resto de nosotros y nosotras nos interesará más o menos, pero nos resulta un acontecimiento determinante para prestarle atención o no a la contienda, ir o no al partido, parapetarse o no ante la pantalla. Estar, disfrutar de ese momento aunque emocionalmente nos resulte ajeno porque no sentimos esa camiseta.
Decenas de miles de nosotros vamos al fútbol por el fútbol, porque es eso lo que nos gusta, más allá del innegable empuje de la camiseta que queremos, que es la que nos lleva de un lado para el otro física y emocionalmente.
En Nacional, que lleva 13 partidos ganados en línea en la competencia local –12 desde que asumió Pablo Peirano la dirección técnica–, parece que atajará Luis Mejía, que retornó después de defender a la selección panameña, y por delante de él estarán Lucas Morales, Sebastián Coates, Julián Millán y Gabriel Báez, Christian Oliva, Luciano Boggio, Rómulo Otero, Nicolás López y Exequiel Mereles o Lucas Villalba junto con Gonzalo Petit.
Peñarol, por su parte, tampoco tiene un equipo confirmado por Diego Aguirre, pero se puede esperar que, aun estando tocado, ataje Martín Campaña –Guillermo de Amores está descartado– y se alineen Pedro Milans, Javier Méndez, Nahuel Herrera y Maximiliano Olivera en la línea de cuatro, Ignacio Sosa y Eric Remedi al medio, por delante de ellos Javier Cabrera, Leo Fernández y David Terans o Leandro Umpiérrez, mientras que Maximiliano Silvera será el centrodelantero.
Archivo, enero de 2025
Foto: Gianni Schiaffarino
Vaca yendo gente al baile
Lo que lo hizo clásico, y ya nadie lo cambiará, fue la gente, la competencia, la identificación y la presencia. Eso fue lo que desde el espectáculo, la contienda, la cancha o el estadio fue saliendo hacia los hogares, los trabajos, los centros de estudio, los boliches, las esquinas.
El clásico sin gente del otro, ni de otros clubes, retrasa y descompone desde un intento de mirada a largo plazo para un evento maravilloso y propiedad del fútbol uruguayo y su sociedad. Entonces, esta estación de todos, separados pero juntos, recompone y genera expectativa, y se nutre a partir de un basamento inconmovible como es el viejo Centenario.
El clásico, como elemento cultural innegable, es una construcción capa a capa, generación a generación, alimentada por virtudes y esfuerzo, adhesiones y pasiones, goces y sombras, con el mismo contenido simbólico y emocional que nos nutrió y nos conectó durante cuatro o cinco generaciones desde que por estos campos empezó a rodar una pelota.
Un Nacional-Peñarol en el Centenario y con gente de unos y de otros, y de otros que no son ni de uno ni de otro, es a esta altura de nuestras vidas una acción reparatoria para la cultura y la sociedad uruguaya.
El paradigma constructor del clásico partido de fútbol entre los de Nacional y los de Peñarol siempre ha sido la gente, y no la coyuntura o la circunstancia. La gente de un lado y del otro involucra incluso a aquellos que no son seguidores de esos clubes y hasta a los que no dan continuidad a su vida recordando, comentando o discutiendo lances futbolísticos.
Los clásicos de local y visitante, en estadios propios y con una ínfima presencia de aficionados de los contrarios o sin ellos, directamente, cambian el paradigma del clásico que tempranamente adquirió esa jerárquica definición, para pasar a ser otra cosa que tal vez atiendan los futuros guionistas de Black Mirror o de la tercera remake de Her.
Este es con todos y en el Centenario. Como debe ser.
Para siempre
Nadie podrá quitarme la difusa sensación de mi primer clásico desde la Olímpica, con el Pardo Julio César Abbadie, un abuelo en mi visión de niño, un hombre canoso que corría por la raya y le mandaba esos centros templados al ecuatoriano Alberto Pedro Spencer y al peruano Juan Joya Cordero. Del otro lado, otro abuelo –en mi concepción de canarito escolar–, Domingo Pérez, metía velocidad de recordman para asistir al brasileño Célio Taveira Filho. Guardo ese recuerdo en el cajón de mi memoria como una película en Súper 8. Y en la inmensidad del set de la Olímpica –mi parnaso, mi paraíso–, la de los extras de aquella tarde de 50 años atrás, los poperos con bolsas enormes cargando decenas de paquetes de “pop, calentito el pop”, haciéndose lugar entre las piernas de la gente. A uno aún lo veo con mi yo del pasado moviéndose como un equilibrista, colocando su gastado mocasín en el único resquicio de cemento que quedaba entre un hombre de Nacional y un niño de Peñarol. El cocacolero, cuatro filas más arriba, llevaba su contenedor de lata con botellas y hielo, haciendo caso omiso a una muchacha de Peñarol que quería que su novio de Nacional, o de Racing, o de Uruguay Montevideo, le comprara una Fanta.
Siento el sol de diciembre de la primera vez que fui sin mi viejo pero con el padre de Alberto Núñez, mi compañero de banco de la escuela, a la Ámsterdam, que no era ni de unos ni de otros, sino la más cercana a los que vivíamos o veníamos de tal lado. Recuerdo el chorizo al pan que, parados a la vera de las escaleras de la Colombes, me compró mi tío, el Vasco Muracciole, cuando ya era un iniciado liceal autoválido para el fútbol pero sin permiso para ir solo entre las multitudes.
Las noches de la liguilla con el Nando Morena saludando a la bandera, un clásico cualunque con cocoa con Baudilio Jauregui y el Vasco Aguirregaray moviendo al 9 de Peñarol, o una tarde de dictadura que el olimareño Albino Freire y el rochense-maldonadense Ladyy Nitder Pizzani hicieron dobletes para empatar 2-2 por la Liga Mayor, y así decenas de tardes y noches, sábados, domingos, lunes o viernes de clásicos con la gente y en el Centenario, como debe ser, como será también este domingo a las 15.00 en la final del Intermedio.