Universitario de Salto, un club que está haciendo historia en el último lustro de los campeonatos de la Organización del Fútbol del Interior (OFI), se consagró campeón de la Copa Nacional de Clubes al vencer en el Dickinson a Río Negro de San José 2-1; en la primera final, en San José, habían empatado 2-2.
Todos los goles fueron en el segundo tiempo. Para el equipo rojo local anotaron Cristian Alba en contra y Matías Bentin, mientras que el descuento cebrita fue, de penal, de José Barreto.
Fue un gran partido, una gran final, de buen juego y mejores actuaciones; la más consagratoria fue la del arquero de Universitario, Jorge Fleitas, una de las razones por las cuales el elenco salteño pudo sostener la victoria.
Cuando el jugador levanta la pesada y hermosa copa, es un segundo de éxtasis y de gloria, adornada por papelitos plateados que escenifican una situación única que no revela noches y noches de músculos agarrotados, de llegadas tarde al trabajo, de la cara cortada por el frío de la moto o de la chiva que lo lleva a la práctica de sueños, de ilusiones, de gloria, que es cortita pero, sin embargo, es para siempre.
La Champions por la orejona, la copa por la Libertadores, el campeonato del interior, la Copa Nacional, todos de atrás para adelante y de adelante para atrás son nuestros mundiales. Hay detrás de esos hombres, que fueron niños y compartieron el aula en la escuela o el liceo, el muro de la otra cuadra o la mesa de la confitería, unidad fraterna con un par de camisetas dotadas de identitario y honorable esfuerzo, pese a lluvias, soles, vientos y resfríos. Un 9 pechador en el área, un hincha de cantina, un hincha que es dirigente. Lo nuestro. Lo mejor, porque es nuestro: pueblos llenos de forasteros, viejos ómnibus repletos de migas de milanesas al pan, termos maridando mates recontra lavados, gorritos de lana caseros que identifican a unos y otros.
Las competencias de nuestros pueblos no son como las de la FIFA ni las de la Conmebol, o hasta la propia AUF profesional. Pero, sin embargo, el corazón, el motor de todo, sí es idéntico: la emoción.
En Uruguay, desde que nos escolarizamos, y antes también, todos los días jugamos finales del mundo, en los recreos, en las veredas, en los canteros, en los parques, y en las canchitas jugamos, reímos, sudamos, sufrimos y nos ilusionamos con perseguir esa victoria: ¡Universitario es mundial!
En mi casa mando yo
Universitario arrancó pisando fuerte, y ya en un minuto metió dos ataques punzantes, pero una vuelta de segundero después Valentín Fornaroli dejó solo frente al arco a Gastón Barrientos, quien definió de muy buena manera en carrera, pero mejor todavía estuvo el arquero Bernardo Long, que se quedó con el intento de gol mandando la pelota al córner.
El cuarto de hora inicial fue realmente avasallante de parte del elenco rojo, que se volcó por completo sobre el arco de los josefinos, que aguantaron como pudieron y en dos oportunidades generaron corridas que, con mejor finalización, tal vez hubiesen llegado a generar peligro sobre el arco de Universitario.
La primera realmente peligrosa que tuvo Río Negro fue una nueva corrida de Enzo Cabrera, evidentemente el factor desequilibrante del ataque cebrita, que llegó hasta el fondo y mandó una pelota larga hacia la izquierda, donde venía llegando bastante esforzado Alex Santeyano; definió, la pelota dio en el arquero, que cerró muy bien, y en el rebote le pegó al futbolista josefino y se fue afuera.
Pasada la mitad del primer tiempo, Río Negro empezó a mostrar que estaba capacitado para jugar el partido que quería cuando Hamilton Pereira puso a correr a Cabrera, que le puso los pelos de punta a toda la tribuna España, absolutamente pintada de rojo y llena de hinchas de Universitario. Cabrera corrió por derecha a toda velocidad, se metió al área y definió de buena manera, pero Jorge Fleitas fue inmenso sacando su brazo izquierdo para mandar la pelota al córner, cuando parecía que se venía el primero de los maragatos.
Cada uno con la suya
Los estilos de juego eran diametralmente opuestos; el equipo local intentaba un juego aplicado con pelota al piso, y además con dos valores con engaño y efectividad como Barrientos y Fornaroli, que hicieron cositas lindas en tres cuartos de campo, propiciando jugar al ataque o faltas, como aquella que a la media hora provocó el ingreso en el segundo palo de George dos Santos, que golpeó la pelota y se fue apenitas ancha.
El juego, que a veces era más de ida que de vuelta, pero tenía sus vueltas de mucha emoción, fue digno de una final del mundo o de una final de orejona, o de una final de Champions o de una final de la Copa Nacional de Clubes del interior, que en eso estábamos.
Cerca del final del primer tiempo hubo otra más para Universitario, siempre arrancando o en los pies de Barrientos o en los de Fornaroli; esta vez le llegó al tanque Dos Santos, que, como si estuviera en el 40x20 del fútbol de salón, pivoteó, la pisó de un lado para el otro, de espaldas al arco y cerca del área, y entregó para el ingreso franco y libre de Sotelo, que elevó la pelota por encima del travesaño.
Pero habría otra, porque Long hizo una atajada estupenda ya en el minuto 45 tras un remate de media vuelta de Dos Santos; el arquero se estiró y con el brazo derecho la mandó al córner.
Un primer tiempo excepcional, en el que estaban en el aire la tensión y el juego de una final. Universitario jugó mucho y bien, pero Río Negro, con ese fútbol venido del sur en bañaderas y cachilos, puso al 5 incrustado entre los zagueros y desplegó con muchísimo esfuerzo una línea media que corría y corría, para un lado y para el otro, hasta esperar encontrar ese hueco para que corriera Cabrera y cabeceara Christian Alba.
Más que una final
El segundo tiempo empezó como una llamarada, porque Universitario mantenía su ambición y expectativa de llegar sobre el arco de Long, sin embargo, la primera clara, clarísima, fue de Río Negro en una corrida de Cabrera y el ingreso a lo centrodelantero de calidad de Alba, que puso el piecito y la pelota terminó haciendo clanc en el ángulo entre el travesaño y el caño derecho.
Cuando el partido pide copa y el juego se hace más hamacado que un tren, de un lado para el otro, otra vez con los rojos cargando más sobre campo cebrita, la segunda parte fue una delicia.
Llegó el gol del equipo rojo tras el remate de tiro libre de Jonathan Jorge, que en el intento de despeje de Alba terminó peinando y no frenteando la pelota, y eso generó que Long, que iba tras el esférico, se viera superado. 1-0 para Universitario, que le hizo avanzar unos metros en el camino a la gloria, mientras la tribuna roja empezaba a dar sus colores al cielo.
Las puertas de la gloria
Iban sólo nueve minutos y seguramente cambiarían las directrices del partido. Perdería Río Negro orden y le sumaría empuje al arco contrario, y para los salteños se abrirían mejores posibilidades, incluso cuando unos minutos después ingresó Gabriel de Sousa, el Gabigol de Universitario, para poner dos puntas y aprovechar los agujeros que pudiera dejar el equipo josefino.
Siguió estando buenísimo el partido, una final estupenda; los ataques de Río Negro tuvieron acciones a través de la pegada de Hamilton Pereira, que primero casi pone un córner olímpico y después metió una pelota envenenada al área que Alba tocó de zurda, forzado, pero se fue al lado del caño.
Pero resulta que Universitario, a pesar de que estaba ganando, no daba tregua en sus ataques y estuvo cerca de volver a gritar cuando Fornaroli puso un tiro libre de jugada preparada, un centro largo bajado en el segundo palo de cabeza y con la definición de Jacques, que pasó muy cerquita.
Empezaron a quedar plasmadas dos escuelas futbolísticas de nuestro país, que evidentemente matrizan en el campo de juego con su desarrollo la forma de jugar. Los maragatos, necesitados del empate, empezaron a jugar mucho más en largo, bordeando el ollazo y dejando de lado, en este caso, su característica más visible del fútbol del sur, esa de intentar combinaciones en corto y rápido.
Los salteños plasmaron un juego que lleva el sello del litoral, que seguramente hizo de su fútbol mucho de lo que durante décadas se veía por televisión de Argentina: rapidez, buenos intentos y juego asociado.
Todo se empezó a liquidar a favor de los locales cuando Matías Bentín, tras centro de pelota quieta, metió un cabezazo infernal sobre el segundo palo para vencer nuevamente a Long y hacer subir el 2-0 al marcador, y parecía que empezaba a liquidar las cosas.
Pero menos de un minuto después, Leites agarró de la camiseta a Cabrera en el área y generó la sanción de la pena máxima, que Barreto cambió por gol con un furibundo derechazo. En esta situación, el técnico de los josefinos, Paolo Parolín, se jugó todo y quedó con cuatro delanteros al hacer ingresar al goleador Líber Quiñones, como ya lo había hecho antes con Valentín Martins.
Los últimos minutos fueron una verdadera locura, con Río Negro buscando como fuera aproximarse al área salteña para llegar al empate, y Universitario sacando contragolpes, ya sin Fornaroli, Barrientos y Dos Santos, a quienes el técnico Alejandro Irigoyen había sustituido para poner piernas frescas y resolver la victoria, el título y la copa.
Un triunfazo.
Salú, Universitario, otra vez campeón.