Fue hace 41 años, el domingo 30 de setiembre de 1984, cuando Central Español consumó la hazaña única y más grande de la primera división profesional del fútbol uruguayo: ser campeón en la temporada siguiente de haber ascendido como campeón de la B.
Los relojes se acercaban a las 5 de la tarde cuando por fin Wilfredo Antúnez, que mientras calentaba debajo de la tribuna José María Delgado no se había enterado del gol del empate de Huracán Buceo –lo que habilitaba a Peñarol en el Centenario a igualar, o pasar, la línea de Central–, manda un centro templado a la medialuna del área contraria. Abel Tolosa cabecea, la pelota pica y cuando está en el pico de su elevación, ya cerca de la línea del área chica, sucede todo.
Villarreal, olimareño de 27 años, que recién a los 25 años había llegado al fútbol profesional, y que después de haber jugado un semestre en Huracán Buceo y una temporada completa en Peñarol había llegado a préstamo a Central, donde hasta ese momento sumaba 17 goles en los 20 partidos en los que había podido participar –no pudo hacerlo en dos de ellos por razones de salud–, es el héroe de esta historia.
Tolosa cabeceó como para bajarla. El Mosquito va siguiendo la pelota, pero las dificultades se multiplican porque la cinco aros va tomando una altura que parece superior a los dos metros, y porque el golero de Huracán Buceo, el Mojarra Da Silva, va hacia ella dando un salto. Con una pirueta única, Villarreal patea la pelota por encima del salto de Da Silva –o sea, alcanzando más de dos metros de altura– y se eleva hacia la gloria, hacia la inmortalidad, anotando el gol que da la victoria y el título: ese día del 84 Central Español derrotó en la última fecha del Uruguayo 2-1 a Huracán Buceo y se consagró campeón.
Un plantel que construyó con sus piernas, sus sueños y sus ilusiones el hito histórico de un club de fútbol que anda correteando la pelota desde 1906. Después de años de ostracismo en los andurriales de la B, Central había conseguido en 1983 un esperado y peleadísimo ascenso, que recién se pudo concretar en el último partido del campeonato. Sólo tres goles recibió aquella valla defendida por Héctor Tuja.
En 1984, aquellos mismos muchachos que dieron la vuelta olímpica de la B en el Palermo luego de ganarle a Liverpool volvieron a hacerse un lugar en sus obligaciones laborales para disfrutar de jugar en la A. Líber Arispe, que había comenzado como entrenador en 1982 sacando campeón de la B a Colón, llegó a Central con una lista de refuerzos de jugadores del ascenso a los que había dirigido o enfrentado en esos tiempos. Así, con aquellos que habían campeonado en 1983, más los que vinieron de la B, los juveniles promovidos, dos futbolistas que venían del Uruguayo de la A de 1983 –José Ignacio Villarreal, de Peñarol, y Abel Tolosa, de Defensor–, y un juvenil de la tercera aurinegra, César Pereira, se armó el equipo que pugnaría por mantener la categoría. A la hora de firmar los contratos de la temporada, por lo menos dos futbolistas pidieron suculentos premios por ser campeones, y nadie le hizo caso a aquel imposible.
Tuja, Javier Baldriz, Julio Garrido, Carlos Barcos, Obdulio Trasante, Miguel Berriel, Tomás Lima, Wilfredo Antúnez, Pereira, Fernando Operti, Miguel del Río, Óscar Falero, Tolosa, Uruguay Gussoni, Villarreal, Fernando Vilar, Fernando Madrigal, Vicente Daniel Viera, Ruben Borda, Daniel Andrada, Eduardo Moreira, Héctor Olmedo y Paulo Silva: los heroicos campeones con Central en 1984, conducidos por Arispe en la dirección técnica y Germando Adinolfi en la preparación física.
Fueron 24 partidos con un arranque lento, propio de un cuadro que venía de la B, pero después de haber sorteado a Nacional y Peñarol en el Centenario –en la primera rueda ante los bolsos se jugó en el Parque Central– y después de haber goleado a Defensor, los últimos tres partidos, los de “acá se va a caer sí o sí”, fueron lo más épico y maravilloso que viví en el fútbol profesional. Un increíble 5-4 con Sud América en la antepenúltima; un angustiante y estremecedor 1-0 con Wanderers, con un golazo de tiro libre de César Pereira a Eduardo Pereyra; y, por último, el día del milagro, el día de la hazaña impensada, el 2-1 ante Huracán Buceo, con aquella maravillosa y brutal pirueta aérea del Mosquito Villarreal.
Nadie daba dos pesos por Centralito y, sin embargo, fue sumando puntos, victorias, goles, ilusiones. El equipo que en 1983 jugaba en la B y un año después consiguió el mayor título de Uruguay en el fútbol profesional, logro que hasta ese momento sólo habían conseguido durante décadas Peñarol y Nacional, y en 1976 Defensor, que había roto en ese momento por única vez la supremacía absoluta de los cuadros más populares de Uruguay. La de Central fue, es y será una hazaña única e inigualable.