“La pretensión de originalidad y ocurrencia, a veces, sólo conduce a la frustración. Escarbar entre adjetivos y figuras para calificar al 2020 parece ser uno de esos cometidos”. Así arrancaba la columna de Federico Comesaña1 días atrás. En mi caso esa pretensión no sólo me condujo a la frustración, sino también al plagio correctamente referenciado en el título de este artículo; gracias, Federico, por el pie.

El producto interno bruto (PIB) mundial va a caer 4,2% este año y va a rebotar 4,2% el próximo, dicen algunos. El PIB mundial va a caer 4,4% este año y va a rebotar 5,2% el próximo, dicen otros. Y los que no son algunos, ni son otros, dicen que el PIB mundial va a caer 5,2% este año y va a rebotar 4,2% el próximo año.2 En definitiva, el PIB mundial podrá caer este año y podrá rebotar el próximo alternando múltiples combinaciones medianamente razonables; en el contexto actual es demasiado complejo proyectar. Pero a los economistas, lo que nos falta de precisión nos sobra de creatividad, y si lo tuyo son las letras y no los números, podemos cambiar la configuración especulativa para afirmar que la crisis ya no tendrá forma de V. Sin embargo, podría tener forma de W, aunque sería apresurado descartar que termine pareciéndose a una U, y ni que hablar de la L, con esa belleza geométrica del ángulo recto. ¿Y qué decir de la K? ¡Sobran calificativos para la K! En fin, una verdadera sopa de números y letras que poco informa. Y como poco informa, prefiero desviarme con una digresión.

Inicio de la digresión: la importancia de las narrativas que los acompañaron

Hace un siglo también comenzaba una pandemia y hace un siglo también empezaba una recesión. También terminaba una guerra y comenzaba a reconfigurarse el escenario geopolítico. Era entonces, como esta, una época de angustia, ansiedad e incertidumbre.

¿Cómo podemos, desde la economía, recoger estos aspectos para mejorar nuestro entendimiento de los fenómenos que nos rodean? Abriendo canales con otras disciplinas, con algunas más exactas, como la física o la matemática, y con otras más sociales, como la psicología o la sociología. Los esfuerzos en las últimas décadas han ido en esa dirección y han sido enriquecedores. Sin embargo, ¿por qué no ir un paso más en este poliamor disciplinario y seguir abriendo la cancha? Por ejemplo, Robert Shiller –Nobel de Economía 2013– propone tender un puente hacia las humanidades y desarrollar el campo de la economía narrativa (y ustedes que ya creían que los economistas éramos puro cuento). Según él, “cuando como economistas queremos entender los principales acontecimientos económicos de nuestra historia, como la Gran Depresión de los años 30, raramente nos fijamos en la importancia de las narrativas que las acompañaron”.

Nuestro cerebro está construido en torno a la narrativa, especialmente en torno a la narrativa sobre otras personas. Ese es el motivo por el cual las publicidades no se enfocan en el producto como se enfocan en la experiencia de alguien en torno a él. Si le creemos a Yuval Noah Harari, fue nuestra capacidad de cooperar de forma flexible y en masa la que nos permitió gobernar el planeta. Salvo nosotros, ningún otro animal tiene esa capacidad. Y tenemos esa capacidad, según él, porque podemos crear y creer narrativas. Como el SARS-CoV-2, las narrativas evolucionan, mutan y contagian, generando cambios impredecibles en la economía.

Por eso las epidemias narrativas deben considerarse un shock, similar a un aumento repentino del dólar o una caída del petróleo. Bajo esta lógica, Shiller utiliza modelos epidemiológicos que se aplican al estudio de la propagación de virus, tan protagonistas de este 2020. “El calentamiento global es un invento”, “los inmigrantes roban empleos”, “las vacunas matan”, “la pandemia es una conspiración global”, “no son creíbles los números oficiales”,3 “¿miles de pobres surgieron de la nada? No, señores, estaban, rompían los ojos. Simplemente maquillábamos las estadísticas”,4 “los planes sociales son para vagos”: narrativas falsas o parcialmente falsas, pero simples, directas y dirigidas a lo emocional. ¿Qué hace que una historia falsa sea más contagiosa que una verdadera? ¿Qué hace que un relato se haga viral? ¿Qué impacto tiene eso en la economía? Entender eso parece ser relevante, dado que las redes sociales han potenciado los canales de contagio, generando desintermediación de fuentes tradicionales de información y amplificando reacciones emocionales, estereotipos y sesgos de creencias.

Con este marco, Shiller analiza varios episodios históricos. En particular, analiza lo ocurrido hace un siglo con una recesión que poca atención ha recibido. La respuesta convencional al porqué de esa crisis guarda relación con un error de la Reserva Federal. Pero para nuestro autor, otros factores pueden haber pesado. En ese momento, varias cosas confluían para hacer miserable la vida de la gente. La guerra, la gripe española, los disturbios raciales, la alimentación del miedo por el avance comunista (“los rojos”) y un fuerte aumento de la inflación. Las emociones desprendidas de todo eso se condensaron en las palabras del senador Arthur Capper: “los especuladores [profiteers] son más peligrosos que los rojos”. La referencia, profiteers, apuntaba a quienes se enriquecían a costa de las penurias del resto. El problema era lo vago de la referencia. Los precios se habían disparado por un shock petrolero, no por la avaricia del carnicero del barrio que también había perdido a su hijo en la guerra. Sin embargo, ante tanta angustia, el problema era cómo canalizar el sentir.

Ahí es donde entran las narrativas, que en este caso apuntaron indiscriminadamente contra empresas y comerciantes, acusándolos de ser especuladores abusivos que lucraban en un escenario de pesadilla. El análisis textual de los diarios de la época revela cómo, al igual que este virus, esa narrativa, que no era cierta en todos los casos, creció exponencialmente ese año (ver gráfico). Pero no por menos cierta fue menos importante. Todo lo contrario, generó un boicot general que derivó en deflación y luego en crisis. Sí, la deflación es más compleja que la inflación, y sí, esa narrativa fue un shock con impacto real. Creer o reventar.

Foto del artículo 'Muerte al 2020'

Fin de la digresión... volviendo a donde nos quedamos

De la sopa de números inicial me quedo con el promedio simple, aunque no tengo justificación científica para fundamentarlo; un capricho. Tampoco le encuentro tanta relevancia. En el acierto o en el error, ya hice mi alegato contra las imperfecciones del PIB como indicador. De la sopa de letras me quedo con la K. Creo que es mayor la ambigüedad y menor el riesgo al afirmar que esta crisis elevará más a algunos y hundirá más a otros; que va a profundizar inequidades preexistentes. Es ingenuo pensar otra cosa. La pandemia es un tsunami con impactos asimétricos. Pero también creo que los dos palitos que hacen a la K pueden variar en pendiente y sus trayectorias pueden quedar más cerca o más lejos. Dicho de otra manera: hay margen para acortar la brecha que se abre en términos de desigualdad; dependerá de lo que hagamos.

Creo no ser un negador de los problemas intertemporales de la fiscalidad. Creo entender, al menos de costado, como funciona la secuencia de eventos que puede desatarse a partir de un déficit fiscal que crece; no existe tal cosa como un almuerzo gratis. Creo entender también, al menos de costado, la importancia que tiene para una economía bimonetaria como la nuestra anclar la estabilidad en un relativo orden fiscal. Pero también creo que hay momentos y momentos. Las innovaciones en el frente sanitario no son buenas y complejizaron el panorama: la recuperación será más magra y tendrá menor arrastre. No es sólo que el malla oro pueda o no acarrear al pelotón, es que podría no avanzar ni él.

Sin embargo, el mundo vuelve a ofrecernos condiciones de acceso a financiamiento laxas (tasas de interés bajas y abundante liquidez). Además, nos enteramos de que el tamaño de nuestra economía es mayor al que teníamos estimado. Eso implica que el déficit y la deuda, medidos en relación con el “nuevo PIB”, son menores. Empezamos el año siendo, dentro de nuestro grupo de pares crediticios, los más desprolijos: nuestros indicadores macroeconómicos eran comparativamente peores que los del resto. Pero esos no son los únicos determinantes que defienden o perjudican nuestro estatus crediticio.

Además de contar con un perfil de deuda adecuado, nos destacamos en aspectos sociales, políticos e institucionales: tenemos fortalezas estructurales en materia de estabilidad política, solidez institucional y cohesión social. Ahora bien, ¿cómo terminamos el año? Entreverados con nuestros pares en aquellas dimensiones donde andábamos flojos: el mundo entero se movió más rápido que nosotros en la dirección del caos macroeconómico; si nos sacan una foto ahora, nos encontrarán entre el montón. Pero no en los otros aspectos, donde es más difícil moverse con rapidez y donde aún mantenemos ventaja. Son esos aspectos, además, los que valoramos como sociedad (al menos discursivamente), los que nos diferencian de la región y los que son apreciados por inversores en todo el mundo. Sin embargo, no por estructurales son permanentes, y lo que hagamos ahora puede condicionarlos después.

Hay un motivo detrás de la ausencia de conflictos violentos en Uruguay en el marco de la agitación regional de 2019. Eso no sólo es un activo valioso en sí mismo, también es un llamador de inversiones desde un enfoque más economicista. Pero hay que cuidarlo, y eso requiere fortalecer el apoyo a la población más vulnerable y a las actividades más golpeadas. En esta coyuntura excepcional no es claro que eso sea pan para hoy y hambre para mañana. Sin embargo, parece más claro que no actuar ahora podría ser hambre para hoy y más hambre para mañana. Como argumenté antes, es poco lo que informa dirimir si el PIB va a caer 4% o 5%, o si va a rebotar 4% o 5%. Al menos es poco lo que informa sobre lo que importa. El problema es que lo que importa es más difícil de cuantificar o de sintetizar caligráficamente en una letra. Porque lo que importa es subjetivo y varía con cada quien. El problema, como sociedad, es cómo agregamos eso que le importa a cada quien: ¿cómo ponderamos tu jerarquía de preferencias, con mi jerarquía de preferencias, con la jerarquía de preferencias de aquel? Eso es lo que cuesta.

Y está bien que cueste, porque en definitiva se trata de acordar un contrato social, ¿qué cosa podría ser más compleja? El problema no está entonces en la dificultad, pero podría estar, y esto es sólo una especulación de un tipo tibio que no se la juega nunca, en la forma en que nos aproximamos al tema (“es un tibio, ¡a la hoguera!”). ¿El mejor camino hacia esa construcción colectiva es tapar un minirrelato con otro minirrelato en una dinámica que crece en círculos concéntricos cada vez más inconducentes? ¿Eso no deteriora las bases sobre las cuales construir, erosionando la credibilidad del sistema político, de las autoridades sanitarias y generando cada vez más crispación? ¿No es ese el dilema del prisionero o la tragedia de los comunes? Pruebas sobre las consecuencias que eso genera sobran. No son pocas las reformas que deberán desplegarse el día después de la pandemia. Ninguna es simpática y todas requieren amplios acuerdos.

Creo que ahí es donde entra el aporte de la economía narrativa, que vale para el ámbito de la discusión pública, para el ámbito sanitario y para muchos otros ámbitos que hoy son relevantes en clave país, como la migración, la agenda de derechos, el medioambiente, las estadísticas públicas o el rol de la meritocracia en la suerte de las personas. Cambiar por: “Puede ser útil, entonces, ampliar nuestra caja de herramientas para comprender mejor el impacto de las narrativas y su enfrentamiento, que ya se ha tornado casi un ejercicio cotidiano. ¿Por qué algunas son más contagiosas que otras? ¿Hay margen para acumular en esa dirección, teniendo en cuenta además la capacidad de explotar masivas cantidades de datos para el análisis textual? Podría ser, yo no lo sé. Sólo estoy tratando de llenar las páginas a las que me comprometí justo el último día de este año de m...

Nota del autor: Muerte al 2020 es una recomendable propuesta de Netflix.


  1. Barajar y dar de nuevo. Un año de improvisación e incertidumbre. El Observador 

  2. OCDE, FMI y Banco Mundial. 

  3. Movimiento Un solo Uruguay 

  4. Senadora Gloria Rodriguez.