El Instituto Nacional de Estadística (INE) publica hoy los datos del mercado laboral correspondientes a mayo. La situación es muy delicada. Los problemas de empleo no son nuevos, se extienden desde finales de 2014. El impacto de la pandemia no hizo más que agravar el panorama. Lo que sigue no es un análisis de la situación, sino tres máximas que deberíamos tener en cuenta a la hora de analizar la información.

Primero. No es adecuado obsesionarse con la tasa de desempleo. El mercado de trabajo, como su nombre lo dice, es un mercado. Hay una oferta y una demanda que se intentan encontrar. La oferta está compuesta por los individuos dispuestos a trabajar. Esto incluye a los que trabajan, pero también a los que manifiestan estar buscando trabajar activamente. La oferta se mide a través de la tasa de actividad, que se calcula como el cociente entre la población económicamente activa (todas las personas en edad de trabajar que trabajan o buscan trabajo activamente) y la población en edad de trabajar (individuos de 14 años o más).

La demanda es la cantidad de gente que los empleadores están dispuestos a ocupar. Se mide a través de la tasa de empleo u ocupación, que se calcula como el cociente entre el total de ocupados y la población en edad de trabajar. De la interacción entre la oferta y la demanda surge la tasa de desempleo. Distintas combinaciones llevan a diferentes resultados que, a veces, pueden ser contraintuitivos.

Por ejemplo, el desempleo puede aumentar en una economía que está marchando relativamente bien. Basta que la oferta de trabajo aumente a un ritmo más acelerado del que la demanda puede absorber para que eso suceda. En este caso, la economía está creando puestos de trabajo, pero a un ritmo que es insuficiente a la luz de la pujante oferta. En 2014 pasó algo similar a esto. Muy distinto es lo que ha venido pasando últimamente. Si bien se destruyen empleos, la tasa de desempleo baja. ¿Por qué? Porque menos gente está participando en la búsqueda activa de trabajo. Esto significa que la oferta se retrae y “amortigua” el impacto de la caída del empleo sobre la tasa de desocupación.

Segundo. Los datos mensuales tienen “mucho ruido”. Tomarlos individualmente puede llevar a cometer errores en la interpretación de la situación. Por ejemplo, tomemos los datos de febrero de 2020 para evitar los problemas vinculados a la covid-19. La estimación puntual para el desempleo fue de 10,5%. Sin embargo, el intervalo de confianza se mueve entre 9,4% y 11,6% (es amplio el margen de error). Como todos los meses pasa lo mismo, tomar los datos de forma aislada puede inducir a errores al leer la información.

Gráficamente, lo anterior genera una suerte de “efecto electrocardiograma”. Por eso, lo más adecuado es darle algún tipo de tratamiento a la serie para atenuar un poco ese ruido. Estimar lo que se llama “tendencia-ciclo” es una opción, que requiere contar con un paquete estadístico para procesar los datos y obtener una señal más estable de la evolución. Calcular promedios que incluyan más de un mes es otra forma de “suavizar” esas fluctuaciones tan pronunciadas.

Tercero. La irrupción de la covid-19 cambió todo. En particular, cambió la forma de relevar los datos. En breve, la Encuesta Continua de Hogares (ECH) pasó a aplicarse mediante otra modalidad, la entrevista pasó de ser presencial a telefónica y se utilizó un formulario reducido para el relevamiento. Estos cambios metodológicos dificultan la comparabilidad con las series tradicionales. Por eso, el INE advierte que “hasta que no se realicen estudios que permitan descartar o medir los sesgos producidos por los cambios en la operativa de la encuesta, las estimaciones que ofrece la ECH no presencial no son estrictamente comparables con la ECH habitual”.