Juan Pedro nació en Salto, fue estudiante de Administración de Empresas en la Escuela Técnica Superior (UTU) y luego se fue a Montevideo para estudiar Economía gracias a una beca de la Universidad de Montevideo. Al día de hoy está haciendo un predoctorado en la Universidad de Yale, una de las instituciones de educación superior más antiguas de Estados Unidos, que forma parte de la selecta Ivy League.

¿Siempre tuviste vocación por la economía?

Sí. De chico me gustaba la programación y cosas del estilo. Luego empecé a tener otro tipo de inquietudes. Por ejemplo, no entendía por qué, si el gobierno podía fijar un salario mínimo, lo fijaba tan bajo. Podría fijar uno de 100.000 pesos, por ejemplo. Fue ahí que me perdí para siempre. De todas formas, ahora uso la programación justamente para intentar responder ese tipo de preguntas, así que terminaron mezclándose muy bien esos dos mundos.

¿Cuándo empezaste a considerar la idea de irte a estudiar afuera?

Cuando tenía 15 o 16 años, pero no sé muy bien por qué. Estuve varios meses meditando y viendo qué tenía que hacer para poder irme a estudiar la licenciatura afuera, pero me sentí bastante solo y decidí dejarlo para más adelante. Además, los procesos de admisión y de becas son bastante complejos para licenciatura.

¿Cuáles fueron las principales dificultades que enfrentaste?

No estoy seguro, pero creo que fueron los meses previos a venirme a Estados Unidos. Me ofrecieron la oportunidad en febrero y en marzo cayó la pandemia. Estuve un par de meses sin saber qué iba a pasar y en mayo me dijeron que arrancaba en julio desde Uruguay y que me esperaban allá para setiembre; la idea era que por esa fecha ya iba a volver todo a la normalidad.

Esos meses tuve que resolver un montón de papeles, encontrar apartamento, conseguir pasaje, visa y además estudiar, porque me recibí un lunes y empecé a trabajar un miércoles. Fue bastante loco y me pasó de todo. Por ejemplo, a cuatro o cinco días de irme me enteré, por casualidad, de que mi vuelo estaba cancelado y tuve que salir corriendo a conseguir otro. A dos días de irme me di cuenta de que la universidad me pedía un examen negativo de tuberculosis y también tuve que salir corriendo a conseguirlo, y así con varias otras cosas.

Sobre esto, destaco lo mucho que me ayudaron desde la Universidad de Montevideo. Para empezar a trabajar necesitaba estar recibido, sin excepción, y me quedaban tres exámenes para dar en las dos primeras semanas de julio que me complicaban. Expliqué bien la situación y tanto los profesores responsables de esos exámenes como en bedelía me dijeron que iban a hacer todo lo posible para resolver el tema. Al final estos profesores, con toda generosidad, me adelantaron la fecha de los exámenes y permitieron que todo saliera bien.

¿Algo que hayas aprendido que pueda ser útil para alguien que está pensando hacer lo mismo?

No creo estar en posición de dar consejos, pero, como es gratis, diría tres cosas. La primera es que tener algo de miedo a nuevos desafíos me parece buena señal. Tirarse a hacer algo que seguro te sale bien o que no te va a generar sorpresas ni sobresaltos no tiene gracia.

La segunda es que hay muchas cosas que no podemos controlar, por ejemplo, cuán inteligentes somos o cuánta suerte tenemos. Pero lo que sí podemos controlar es el esfuerzo. Yo me enfocaría en eso, lo demás está dado.

La última cosa que diría es que probablemente no puedas solo o sola, pero eso no es un problema: el mundo está lleno de gente generosa. ¡Pedí ayuda! Yo, antes de empezar la carrera, le escribí un mensaje por Twitter a Aldo Lema justamente para eso. Para mí Aldo era un súper economista de Montevideo –aunque en realidad es de San José– que seguro no me iba a contestar. Pero no sólo me contestó, sino que además me recibió en su casa y me dio una mano enorme. “Acordate de que no hay puerta que no se abra”, me dijo. Y tiene razón. ¡Pero hay que probar! También tuvo que ver Verónica Gil, su esposa.

¿En qué estás trabajando?

Estoy haciendo un predoctorado, que es una cosa relativamente nueva. Trabajo como asistente de investigación para varios profesores, aprendo de ellos y tengo la oportunidad de tomar los cursos que quiera en la universidad. La idea del programa es ganar experiencia en investigación, ver si te gusta y generar vínculos con profesores destacados que te puedan dar una buena carta de recomendación, que es muy importante para entrar a un doctorado.

En particular, trabajo con Michael Peters e Ilse Lindenlaub en un proyecto para intentar entender cómo deciden las firmas dónde localizarse, específicamente en función de los mercados de trabajo. Es un proyecto que combina economía espacial y laboral, algo muy nuevo en la literatura, al punto de que la gran mayoría de los trabajos que tenemos como referencia ni siquiera están publicados. Es la frontera de la frontera.

¿Tenés algún economista de referencia?

Un economista que me hace pensar mucho es Ariel Rubinstein. Además de un académico súper destacado, Rubinstein tiene un par de libros y ensayos en que reflexiona sobre qué hacen los economistas cuando escriben páginas y páginas de numeritos. Esto es algo que, quizás sorprendentemente, no encuentro que sea muy común. En esa misma línea, de qué es lo que hacen los investigadores y si eso sirve o no para algo, entre otras cosas, el matemático Godfrey Harold Hardy tiene un ensayo fantástico: A Mathematician’s Apology.

Mirando hacia atrás, ¿cómo ves el recorrido que transitaste desde que te fuiste de Salto?

Lleno de satisfacción. Podría decir muchas cosas de por qué estoy contento de haber elegido dedicarme a esto, pero no me quiero centrar en eso. Sí quiero decir que, cuando Julio Garín ganó el premio Morosoli en 2018, dijo algo así como “el premio me lo dan a mí, pero el mérito es de todos los que me ayudaron, desde el jardín hasta hoy”. Eso me quedó grabado, porque yo siempre lo sentí completamente así. En mi caso, el predoctorado lo hago yo y esta entrevista me la hacen a mí, pero el mérito es de todo ese montón de gente que me ayudó desinteresadamente toda mi vida. Y después, cuando te va bien, se alegran por vos y te felicitan. ¡Pero si me fue bien por tu culpa, papá! Entonces, la satisfacción es porque siento que no fui tan gil como para desaprovechar toda esa ayuda.

Si me pusiera a nombrar a todos los que me ayudaron ocuparía siete páginas, entonces –además de a mi familia, que siempre me llenó de amor– sólo quiero rescatar dos. Primero, la familia Dubra Labat, que me apoyó inconmensurablemente en todo el sentido de la palabra; no sé cómo empezar a agradecerles. Segundo, porque me chicanea seguido con que me olvido de nombrarlo, Gonzalo Varela, que fue mi jefe antes de que empezara acá y que también me ayudó de varias formas. Además, vivir con mi hermana en Montevideo fue súper divertido, y en la facultad hice amigos para toda la vida y hasta conseguí novia, así que literalmente no puedo pedir más.

¿Pensás volver a Uruguay en algún momento?

En el futuro cercano, no. En el lejano, veremos.