Hace un tiempo encontré, gracias a Twitter, las distintas intensidades de restricción a la movilidad según las obras de Edward Hopper. Fue un reencuentro, porque más de una vez imaginé las conversaciones entre los noctámbulos de su famoso cuadro. Incluso ¿por qué no?, imaginé que formaba parte. Ahí dentro no hay tiempo ni identidades; hay un hombre de espaldas, que nos recuerda que cualquiera puede ser protagonista de la conversación. Incluso los muertos, que además no contagian covid...

...decía usted recién que “el amor es lo primero, la filosofía lo segundo, la poesía lo tercero y la política ocupa el cuarto lugar”. Interesante viniendo de un economista tan célebre como usted.

No me definiría así. De hecho, dediqué apenas ocho semanas al estudio de la economía. Mi inclinación natural, como estudiante, fue hacia la matemática. Luego, mis intereses desbordaron ampliamente ese terreno. Me dediqué a la filosofía, a la especulación bursátil y a la política. También fui empresario, promotor de artistas y hasta coleccionista de arte, libros y manuscritos antiguos. Tengo cuadros de Picasso, Matisse y hasta documentos del mismísimo Isaac Newton.

Pero volviendo a la economía, y para serle sincero, “creo que su estudio no requiere ninguna dote especializada de un orden desacostumbradamente superior. ¿No es intelectualmente considerada una materia verdaderamente fácil comparada con las ramas superiores de la filosofía y la ciencia pura?” Eso no significa que, modestia aparte, no sea “el no economista más brillante que alguna vez se aplicó al estudio de la economía”.

Si usted lo dice...

No lo digo yo, lo dice mi biógrafo. Pero no me malinterprete, también “creo que los economistas, no ya buenos, sino competentes, son auténticos mirlos blancos. ¡Una materia tan fácil, en la que tan pocos se destacan!”.

Bueno, no aclare que oscurece.

No sea tan sensible, caballero. Creo también que el economista, para ser bueno, “debe poseer una rara combinación de dotes. Debe ser en cierto grado matemático, historiador, estadista y filósofo. Debe ser simultáneamente intencionado y desinteresado; tan fuera de la realidad y tan incorruptible como un artista y, sin embargo, en algunas ocasiones, tan cerca de la tierra como el político”.3 ¿Le gustó ahora?

Ahora se pasó para el otro lado, pero no importa. Si me lo permite, y dado que estamos atravesando una crisis excepcional, me gustaría restringirme al plano estrictamente económico.

Adelante, entonces.

Dicen sus opositores que la única política económica viable es la del laissez-faire y que la intromisión del Estado es tan inútil como “tratar de regular la velocidad de un coche sujetando la aguja del indicador de velocidad”.1

No comparto esa visión. Creo que “en las condiciones actuales, el interés público no apunta hacia la economía privada”; estoy convencido de que el Estado debe hacer todo lo posible para facilitarles la vida a los ciudadanos. Y para mantener la analogía, le diría que la economía es como el motor del coche. Cuando falla, es necesaria la intervención de un mecánico para reactivar la chispa: ¿se le ocurre mejor mecánico que el Estado y mejor chispa que el gasto público? A mí no. En ese sentido, rechazo la adherencia al libre mercado como una aplicación inapropiada del darwinismo a las actividades económicas. “Es obvio que una sociedad individualista dejada a su antojo no funciona bien, o ni siquiera tolerablemente. Cuanto más difíciles son las cosas, peor funciona el laissez-faire”.

¿Por qué?

Porque “el mundo no está tan gobernado desde arriba como para que el interés privado y el social siempre coincidan. No está tan gobernado desde abajo como para que en la práctica coincidan. No es una deducción correcta de los principios de economía, que el interés propio siempre opera en el interés público. Tampoco es cierto que el interés propio esté bien informado”. “La experiencia no ha demostrado que los individuos, al formar una unidad social, sean menos lúcidos que cuando actúan por separado”.

¿Y qué es lo que propone?

Que hace falta más Estado, no menos. “Tenemos que recordar que la prosperidad es acumulativa. Estamos estancados y necesitamos un impulso, una sacudida, una aceleración”. Y eso “conduce mi herejía, si se puede considerar una herejía: adelante el Estado; abajo el laissez-faire”.

“Hoy en día hay muchos que creen que lo mejor que pueden hacer para enmendar la situación es ahorrar más de lo normal. Creen que si dejan de gastar ayudarán al empleo. En las circunstancias actuales están bastante equivocados. En este momento todos los gobiernos tienen grandes déficits. Que el gobierno pida un préstamo es algo natural, tanto para impedir que las pérdidas empresariales experimenten una caída tan severa como la actual, como para no paralizar la producción”.

Antes de la pandemia, “la guerra ha sido el único gasto-endeudamiento a gran escala que los gobiernos han considerado respetable. En las cuestiones de paz son tímidos, prudentes, poco perseverantes o decididos, viendo el préstamo como una deuda y no como un eslabón en la transformación del exceso de recursos de la comunidad, que de otro modo se desperdiciaría”.

A diferencia de la guerra, la pandemia destruyó empleo, pero no capital físico. ¿Qué implicancias tiene eso?

Muchas. “Tenemos que seguir adelante utilizando nuestros escasos recursos para incrementar nuestra riqueza. Si tenemos hombres desempleados y equipo sin utilizar... Es una estupidez decir que no podemos permitírnoslo. Hay mucho que hacer y hay hombres para hacerlo, ¿por qué no juntarlos?”.

Usted tiene que pensar que “los desempleados no sólo pierden la diferencia entre el salario y el subsidio por desempleo. Pierden fuerza y moral. Además, está la pérdida de beneficios empresariales y de impuestos que se dejan de recaudar. Y por sobre todo eso está la pérdida incalculable que supone retardar el progreso económico de todo el país una década”.

“No es sólo lo que se ahorra en subsidios por desempleo lo importante, es también el efecto multiplicador que estos planes generan. El hecho de que muchos trabajadores, que ahora están desempleados, reciban un sueldo en lugar de un subsidio, supondrá un estímulo para el comercio. De esta forma, la actividad comercial irá retroalimentándose, ya que las fuerzas de la prosperidad, igual que las de la depresión comercial, tienen un efecto acumulativo”.

Pero para que eso sea sostenible es necesario que la inversión aumente.

Por supuesto. “Obviamente nada puede restaurar el empleo si primero no se restauran los beneficios empresariales. Y nada, en mi opinión, puede restaurar los beneficios empresariales si primero no se restaura el volumen de inversión. Por eso he propuesto aumentar la inversión mediante programas controlados directamente por el gobierno u otras autoridades públicas, así como una reducción de la tasa de interés a largo plazo” para que el dinero fluya por las venas de la anémica economía.

Mencionaba un efecto multiplicador.

Ahí está el corazón del asunto. “Si el nuevo gasto es adicional, y no meramente una sustitución de otro gasto, el aumento del empleo no se detendrá aquí. Los salarios adicionales se gastarán en compras adicionales, que a su vez provocarán un aumento del empleo. Y lo que remita el fisco volverá a él gracias al ahorro por subsidio de desempleo y a la mayor rentabilidad a un determinado nivel impositivo”. Ajustar, cuando la economía está en la fase baja del ciclo, no solo atenta contra la recuperación, sino también contra el objetivo mismo de acomodar las cuentas públicas. ¿O de dónde piensa usted que viene la recaudación?

“Es un error creer que hay que elegir entre los esquemas para aumentar el empleo y los esquemas para equilibrar el presupuesto, y que hay que ir muy despacio y con mucho cuidado con el primero por miedo a perjudicar al último. Todo lo contrario. El presupuesto sólo se podrá equilibrar si aumenta la renta nacional, que viene a ser lo mismo que aumentar el empleo”.

Y eso es fundamental para el futuro, dada las convulsiones del presente y las lecciones del pasado en torno a la larga sombra de repercusiones sociales que proyectan las pandemias.4 Como dijo Franklin D Roosevelt, “la solidez de nuestras instituciones democráticas depende de la decisión de nuestro gobierno de dar empleo a los parados”. ¿Le parece que estamos como para jugar con fuego?

¿Y eso no genera un “aumento artificial de la demanda”, con efectos potencialmente nocivos?

A ver si me entiende con un ejemplo. “Si el Tesoro llenara botellas con billetes, las enterrara a una profundidad conveniente en minas de carbón y le dejara a la iniciativa privada, de conformidad con los principios del laissez-faire, la tarea de desenterrar nuevamente los billetes, no se necesitaría que hubiera más desocupación, y con ayuda de las repercusiones, el ingreso real de la comunidad y también su riqueza de capital, probablemente rebasarían en buena medida su nivel actual”.

Y si no me creé a mí, créale a Enrique Iglesias, que hace unos meses dijo que valía “la pena reflexionar sobre la posibilidad de un gran programa de inversiones económicas y sociales del sector público, aprovechando los bajos costos del dinero y la posibilidad de asociar el programa al capital privado”.5

Pero Friedich Hayek argumenta que “la única forma de movilizar recursos de forma permanente es no utilizar estimulantes artificiales, sino dejar que el tiempo efectúe una cura permanente”.

Mire por donde venía la cosa... Ya le dije, yo tengo otra visión del mundo. No considero que las depresiones sean naturales, ni que el remedio sólo lo tenga el mercado, ni que los estímulos sean artificiales. Tampoco creo, como él, que estemos destinados a vivir según las leyes naturales de la economía del mismo modo en que estamos obligado a vivir según el resto de las leyes naturales. Por el contrario, creo que las cosas pueden cambiar y que el gobierno está llamado a hacerlo posible.

Y para que no insista más con este señor, le agrego que “en economía no podemos condenar al oponente por su error; sólo podemos convencerlo. Y aun cuando usted tenga razón, no podrá convencerlo si hay un defecto en sus poderes de persuasión y exposición, o si la cabeza del opositor está aún tan llena de nociones contrarias que no puede captar las claves del pensamiento que está tratando de transmitirle”. En el caso de este señor, me inclino por la última opción.

¿Usted considera entonces que la intervención del Estado no atenta contra las libertades individuales? ¿Que no es, como dice Hayek, “un camino de servidumbre”?

Exacto, no comparto esa mirada. Creo que “seguirá habiendo un campo muy extenso para el ejercicio de la iniciativa y la responsabilidad privada. En este campo seguirán siendo aplicables las ventajas tradicionales del individualismo”. En efecto, “si el individualismo puede ser purgado de sus defectos y abusos, es la mejor salvaguarda de la libertad personal, en el sentido de que, comparado con cualquier otro sistema, amplía considerablemente el campo en el que puede manifestarse la facultad de elección personal. También es la mejor protección de la vida variada, que brota precisamente de este extendido campo de la facultad de elección, cuya pérdida es la mayor de las desgracias del Estado homogéneo o totalitario”.

¿Incluso en el marco de una pandemia?

Una buena pregunta, ¡al fin! Considero que una pandemia tensiona “el problema político de la humanidad, que consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual. La primera necesita sentido, prudencia y conocimiento técnico; la segunda, un espíritu desinteresado y entusiasta, que ame al hombre corriente; la tercera, tolerancia, amplitud de miras, apreciación de las excelencias de la variedad y de la independencia, que prefiere, ante todo, dar oportunidades libres a lo excepcional y a lo ambicioso”. Una compleja trinidad.

Y desde esa perspectiva, ¿cuál es el mejor sistema para resolver la trinidad?

Como todo, depende a quién le pregunte. “Por lo que a mí respecta, creo que el capitalismo, bien manejado, dirigido con sensatez, puede ser más eficiente para conseguir los objetivos económicos que cualquier otro sistema alternativo que se pueda considerar. No obstante, “en muchos sentidos, el capitalismo, en sí mismo, es extremadamente censurable”.

El desafío, a la luz de lo anterior, pasa por encontrar un balance entre esas dos caras. “Nuestro problema es construir una organización social que sea lo más eficiente posible, sin contrariar nuestra idea de un modo de vida satisfactorio”.

¿Y eso cómo se logra?

Alimentando sinergias. Le diría que “la agenda más importante del Estado no se refiere a aquellas actividades que los individuos privados ya están desarrollando, sino a aquellas funciones que caen fuera de la esfera del individuo, aquellas decisiones que nadie toma si el Estado no lo hace. Lo importante para el gobierno no es hacer las cosas que ya están haciendo los individuos y hacerlas un poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto”.

Vuelvo a citar a uno de sus compatriotas, Ricardo Pascale, que además tuvo palabras más que amables para conmigo: “Si el rumbo no lo marca el Estado, no lo va a marcar el sector privado”. Después hay que creer en lo privado concomitantemente, pero al comienzo me parece que es por ahí... Como advirtió, haciendo referencia a Mariana Mazzucato, “nadie duda de los muchachos talentosos de Silicon Valley, pero te dice vayamos despacio, porque mirá que la internet la hizo el Ministerio de Defensa Nacional”.6 A eso apunto, al Estado como “catalizador para la innovación”.7

Un término medio; “usted es un tibio”, dirán algunos.

Y usted, un irrespetuoso, pero se lo voy a dejar pasar... En definitiva, son sus conversaciones imaginarias, no las mías. Yo creo en un “término medio” entre el capitalismo y el socialismo, entre el conservadurismo y la socialdemocracia. Y “predigo que los dos errores opuestos del pesimismo, que ahora hacen tanto ruido en el mundo, se demostraran incorrectos en nuestro propio tiempo”. Por un lado, “el pesimismo de los revolucionarios, que piensan que todo está tan mal que nada nos puede salvar salvo el cambio violento”. Por el otro, “el pesimismo de los reaccionarios, que consideran que el equilibrio de nuestra vida económica y social es tan precario que no podemos arriesgarnos con experimentos”. Yo, por mi parte, apunto al medio: “Trato de mejorar la maquinaria de la sociedad, no de derribarla”.

Hablando de arriesgarse con experimentos, ¿qué piensa del viraje de política económica promovido por Joe Biden? ¿Es la “política más irresponsable de las últimas décadas”2 por sus potenciales efectos inflacionarios, o es un alivio frente al desastre que reposicionará el rol del Estado?

Le aclaro que “el objetivo de nuestro análisis”, como economistas, “no es proveer un mecanismo o método de manipulación ciega que nos dé una respuesta infalible, sino dotarnos de un método organizado y ordenado de razonar sobre problemas concretos. La economía es esencialmente una ciencia moral, no natural. Es decir, emplea la introspección y los juicios de valor”; no tenemos respuestas exactas. Eso es ajeno a una disciplina como la nuestra. No por nada dicen que por cada economista existe otro igual, pero opuesto, ¡y que ambos están equivocados!

Ingenioso, pero eludió la pregunta.

Primero le diría que “si los recursos del país ya estuvieran totalmente empleados” este fuerte estímulo se reflejaría efectivamente en un aumento de los precios. Pero en las circunstancias actuales, creo que “agitar el fantasma de la inflación como reparo a la inversión es como advertir de la excesiva corpulencia a un paciente que se está quedando en los huesos”. En una depresión, “el endeudamiento del Estado para financiar los gastos es la única forma segura de garantizar un aumento de la producción”.

Pero cuidado, “cuando se llega a un punto en el que está empleada la totalidad de la mano de obra y del capital, aumentos posteriores de la demanda no tendrán ningún efecto, excepto aumentar los precios sin límite”. Y como “dicen que Vladimir Lenin ha dicho, la mejor forma de destruir el sistema capitalista es corromper la moneda”. “Mediante un proceso continuado de inflación, los gobiernos pueden confiscar, secretamente y sin ser observados, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos. No hay forma más sutil y segura de acabar con la sociedad que corrompiendo la moneda”. Pero, de nuevo, no creo que ese sea el mayor riesgo al día de hoy.

En segundo lugar, le diría que “hay que dar prioridad a los proyectos de obras públicas que puedan madurar rápidamente a gran escala. Si en los próximos seis meses se le puede dar un buen empujón, Estados Unidos estará preparado para iniciar el camino a la prosperidad. Un dólar de ayuda del gobierno es un dólar entregado al tendero, por el tendero al vendedor al por mayor, y por el vendedor al por mayor al granjero. Con un dólar de ayuda, o de obras públicas, o de cualquier otra cosa, se crea una renta nacional valorada en cuatro dólares”.

Es una apuesta fuerte y audaz y “si no lo consigue, el cambio racional se verá gravemente perjudicado en todo el mundo, haciendo que la ortodoxia y la revolución tengan que combatirlo. Pero si lo consigue, se pondrán en práctica métodos nuevos y mucho más audaces”.8 Lo más difícil, mi amigo, “no radica tanto en el desarrollo de nuevas ideas, sino en escapar de las viejas”. Go Biden!

¿Si fracasa sería el final de la hegemonía estadounidense? ¿Terminaría de allanar el camino hacia el siglo chino?

Ya sería hora. “Los norteamericanos creen que tienen el derecho de imponer la melodía prácticamente en todos los puntos. Si conocieran la música, eso no importaría tanto; pero lamentablemente no es así”. Lo que nos ocurrió una vez a nosotros, en favor de ellos, podría ocurrirles a ellos en favor de China. Quizás no sea mala cosa retornar a equilibrios de antaño.

Eso es lo que dice hoy, pero usted tiene fama de veleta. ¿No fue Winston Churchill que le dijo que “si se ponen dos economistas en una habitación se tendrán dos opiniones, a menos que uno de ellos sea usted, en cuyo caso habrá tres”?

[Risas]. Ocurrente. “Yo, cuando cambian los hechos, cambio de opinión, ¿usted qué hace?” Además, si no me equivoco, también dijo que “un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y que no quiere cambiar de tema”. Así que lo tomo como un cumplido.

Además de la pandemia, las transformaciones tecnológicas que hacen a la cuarta revolución industrial introducen desafíos adicionales hacia el futuro. ¿Cómo ve esa otra transformación estructural?

Es cierto. “El incremento de la eficiencia técnica ha sido tan grande que el mercado de trabajo no ha sido capaz de asimilarlo. En unos cuantos años es posible que podamos realizar todas las operaciones con una cuarta parte del esfuerzo humano al que estamos acostumbrados”.

Por el momento, “la misma rapidez de estos cambios nos está perjudicando y puede traer problemas difíciles de resolver. Nos aflige una nueva enfermedad de la que algunos lectores no habrán oído todavía, pero de la que oirán en los años venideros: el desempleo tecnológico”. Es decir, el “desempleo ocasionado por el descubrimiento de medios para economizar trabajo, que se produce a un ritmo tal que no podemos encontrar nuevos usos para ese trabajo. Pero es sólo una fase temporal de adaptación. Todo esto significa, en el largo plazo, que la humanidad está resolviendo su problema económico. Me atrevo a predecir que, de aquí a 100 años, el nivel de vida será cuatro u ocho veces más alto del que es hoy. Y eso sólo teniendo en cuenta el conocimiento actual. No sería absurdo contemplar la posibilidad de un progreso aún mayor”.

¿O acaso alguien imaginó, diez años atrás, que ser youtuber o influencer serían dos ocupaciones tan lucrativas? Y ahí los tiene, moviéndose de un lado para otro para proteger sus fortunas del fisco. ¡Hay que sacudirse el pesimismo ludita! La tecnología ofrece una oportunidad única para potenciar el bienestar, pero no es soplar y hacer botellas; también trae desafíos y puede alimentar nuevas demandas redistributivas y de aseguramiento social:ix hay que prepararse para capturar lo bueno y mitigar lo malo de esta disrupción. Y eso requiere políticas públicas, creatividad y reformas que nos preparen para el nuevo mundo del trabajo, pero también del ocio.

¿Y qué otros desafíos se desprenden de esa predicción en un horizonte más largo?

Muchísimos. “No hay ningún país ni ningún pueblo, creo yo, que pueda mirar hacia adelante a la edad del ocio y la abundancia sin temor. Cuando la acumulación de la riqueza ya no sea de gran importancia social, habrá grandes cambios en el código de la moral. Podremos librarnos de muchos de los principios seudomorales que nos atormentan desde hace 200 años y por los que se han exaltado algunas de las más desagradables cualidades humanas en la posición de las más altas virtudes”.

¿No le parece que “hemos sido entrenados demasiado tiempo para luchar” y no para disfrutar? “Si en lugar de mirar hacia el futuro miramos hacia el pasado, nos encontramos con que el problema económico, la lucha por la subsistencia, siempre ha sido el principal problema, el más acuciante de la raza humana. Si uno cree en los valores reales de la vida, la perspectiva al menos abre la posibilidad de beneficio. Pero a juzgar por el comportamiento y los logros de las clases ricas, el panorama es muy deprimente”.

¿En qué sentido?

“Los ricos son, por así decirlo, nuestra vanguardia; los que están espiando la tierra prometida para el resto de nosotros”. Y “la mayoría ha fracasado estrepitosamente en resolver el problema que les ha sido planteado. Estoy seguro de que con un poco más de experiencia usaremos el regalo redescubierto de la naturaleza de forma muy diferente de la forma en que hoy lo usan los ricos”.

“Me parece mucho más claro cada día que el problema moral de nuestra época tiene que ver con el amor al dinero, con la apelación habitual al motivo monetario en el 90% de las actividades de la vida; con la aprobación social del dinero como medida del éxito constructivo y con la apelación social al instinto de acumulación como fundamento de la necesaria provisión para la familia y el futuro”.

Ya que estamos transitando una de las crisis más excepcionales del último siglo y que la naturaleza del cambio tecnológico es más disruptiva que en el pasado, ¿no está pecando de exceso de optimismo?

Creo que “la depresión mundial reinante, la anomalía enorme de desempleo en un mundo lleno de deseos, los errores desastrosos que hemos tenido, nos ciegan a lo que está sucediendo bajo la superficie de la verdadera interpretación; de la tendencia de las cosas. Estamos sufriendo un fuerte ataque de pesimismo económico”. Y “creo que es una interpretación tremendamente equivocada de lo que nos está sucediendo. Estamos sufriendo no por el reumatismo de la vejez, sino por los dolores crecientes que los cambios rápidos producen; por lo doloroso del reajuste entre un período y otro”.

Sin embargo, mi visión es que “por primera vez, desde su creación, el hombre se enfrentará con su problema real y permanente: cómo usar su libertad respecto de los afanes económicos acuciantes, cómo ocupar el ocio que la ciencia y el interés compuesto le habrán ganado, para vivir sabia y agradablemente bien. Quién le habla todavía espera y cree que no está lejos el día en que el problema económico ocupará el lugar secundario que le corresponde y en que la arena del corazón y de la cabeza será ocupada, o reocupada, por nuestros problemas reales: los problemas de la vida y de las relaciones humanas, de la creación, del comportamiento y de la religión”; de ser como las “lilas del campo que no trabajan ni hilan”.

Pero no a todos les puede interesar ese mundo tan desprendido de lo material.

Por supuesto que no, “todavía habrá muchas personas con intenciones intensas e insatisfechas que perseguirán ciegamente la riqueza. Pero el resto de nosotros ya no estaremos obligados a aplaudirlos y animarlos. Serán las personas que puedan cultivarse hacia un mayor perfeccionamiento del propio arte de la vida, y no venderse por los medios de vida, las que serán capaces de disfrutar de la abundancia cuando llegue”.

Pero “el amor al dinero como posesión, a diferencia del amor al dinero como un medio para gozar de los placeres y realidades de la vida, será reconocido por lo que es, una morbosidad, algo repugnante, una de esas propensiones semidelictivas, semipatológicas, que se ponen, encogiendo los hombros, en manos de los especialistas en enfermedades mentales”.

Un poco extremo.

No me malinterprete. “Hay valiosas actividades humanas cuyo desarrollo exige la existencia y estímulo de hacer dinero. Además, ciertas inclinaciones humanas peligrosas pueden orientarse por cauces comparativamente inofensivos con la existencia de oportunidades para hacer dinero, que, de no ser posible satisfacerse de este modo, pueden encontrar un desahogo en la crueldad, en ambición de poder y autoridad, y en otras formas de engrandecimiento personal”. Para mí, “es preferible que un hombre tiranice su saldo bancario que a sus conciudadanos; y aunque se dice que lo primero conduce a lo segundo, en ocasiones, por lo menos es una alternativa”.

¿Realmente piensa que llegará el día en que las ansias por poseer más y más quedarán satisfechas?

Como diría John Lennon, “puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único”. Es cierto que “las necesidades de los seres humanos pueden parecer insaciables. Sin embargo, se dividen en dos clases”. Están las “necesidades que son absolutas, en el sentido de que las sentimos cualquiera sea la situación de los otros seres humanos que nos rodean; y están aquellas que son relativas, en el sentido de que las sentimos sólo si su satisfacción nos eleva, nos hace sentir superiores respecto de nuestros prójimos.

Las necesidades de la segunda clase, aquellas que satisfacen nuestro deseo de superioridad, pueden ser en efecto insaciables; pues cuanto más alto sea el nivel general, más altas aún serán. Pero esto no es tan cierto en cuanto a las necesidades absolutas. Pronto podría alcanzarse cierto punto, más pronto de lo que somos conscientes, en que estas necesidades estén satisfechas en el sentido de que preferiríamos dedicar nuestras energías adicionales a propósitos no económicos”.

Una visión esperanzadora.

Por supuesto. Pero ¡cuidado! “El tiempo para todo esto no llegó todavía. Por lo menos otros cien años debemos fingir que lo justo es sucio y lo sucio es justo; porque lo sucio es útil y lo justo no lo es. La avaricia, la usura y la precaución deben ser nuestros dioses por un poco más todavía. Sólo ellos pueden sacarnos del túnel de la necesidad económica a la luz del día. Pero espero, en días no muy remotos, el mayor cambio que ha tenido lugar en el entorno material de la vida para los seres humanos”.

Muchas gracias por su tiempo, señor Keynes.

Si pudiera volver en el tiempo, ¿a dónde iría?

Por lo espiritual, volvería a 1910 para reunirme con mis desvergonzados amigos del Grupo Bloomsbury. Volvería para discutir sobre arte, literatura y sobre la vida en general; a escribir, pintar y reírme de las convenciones victorianas y de la moralidad sexual puritana. “Puedo vernos como arañas de agua, rozando con gracia, tan ligeros y razonables como el aire, la superficie del arroyo sin ningún contacto con los remolinos y corrientes que hay debajo”.

Por lo práctico volvería al París de 1919, a las negociaciones del Tratado de Versalles. Y en lugar de renunciar “a ese escenario de pesadilla”, redoblaría esfuerzos para convencer a los líderes aliados que otra vía, distinta al revanchismo, era posible. Ellos “habían tenido la oportunidad de adoptar una visión grande, o al menos humana, del mundo, pero la habían rechazado sin pestañear”. Su solución, como advertí, nos “condujo a un pozo de destrucción”.

Referencias

Skidelsky R. (2010). “Keynes. The Return of the Master”

Keynes J.M. (1930).” Economic Possibilities for our Grandchildren”

Keynes J.M. (1919). “The Economic Consequences of the Peace”

“Collected Writings of John Maynard Keynes”

Crespo R. F. (2005). “El pensamiento filosófico de Keynes: descubrir la melodía”

Wapshott N. (2013). “Keynes vs Hayek: El choque que definió la economía moderna”


  1. Friedrich Hayek. 

  2. Larry Summers, exsecretario del Tesoro de Estados Unidos. 

  3. Obituario para Alfred Marshall. 

  4. Barrett, P, Chen, S y Li, N (2021). “Covid’s Long Shadow: Social Repercussions of Pandemics”. 

  5. “Enrique Iglesias: A un año del inicio de la pandemia hay ‘espacio para el optimismo prudente’”. la diaria (01/02/2021). 

  6. “Keynes era una fiera”. Entrevista de Michel Daguenet a Ricardo Pascale en El Día (26/4/2021). 

  7. “Sin nada ‘disruptivo’ en 10 o 15 años, Uruguay mantendrá un ‘crecimiento lento’ y ‘rezago relativo’, advierte Pascale”. Búsqueda (29/4/2021). 

  8. Aludía originalmente a Franklin Roosevelt.