De acuerdo a los últimos informes de los organismos internacionales, las proyecciones para el crecimiento mundial en 2021 y 2022 han mejorado respecto de lo previsto meses atrás. Uno de los motivos detrás de lo anterior refiere al fuerte impulso que tendrá la economía de Estados Unidos, producto de los estímulos desplegados por la administración de Joe Biden. Concretamente, de acuerdo al Fondo Monetario Internacional [FMI], Estados Unidos crecería 6,4% este año, una tasa históricamente alta ‒la más alta desde 1984, cuando ascendió a 7,2%‒.

De hecho, considerando que China crecería 8,4% este año, lo anterior supone la menor brecha de crecimiento entre las dos principales economías del mundo desde 1989. Ese año, el PIB estadounidense creció 3,6%, sólo 0,6 puntos porcentuales por debajo de la expansión registrada por el gigante asiático (4,2%).

La mejora de las perspectivas globales también responde a una revisión del panorama para los países emergentes. Es una revisión menor respecto de las economías avanzadas, pero es una revisión positiva al fin; el vaso siempre medio lleno. Pese a lo anterior ‒el vaso siempre tiene dos mitades‒, los desafíos hacia adelante continúan siendo significativos, especialmente para los países emergentes que cuentan con menor espalda para seguir dando soporte a la recuperación y vienen rezagados en relación con la vacunación.

De acuerdo al FMI, estos factores determinarían trayectorias divergentes y profundizarían las diferencias en los estándares de vida de la población de forma persistente. En relación con los pronósticos de mediano plazo realizados antes de la pandemia, “la pérdida anual de PIB per cápita en 2020-2024 será, en promedio, de 5,7% en los países de bajo ingreso y 4,7% en los mercados emergentes, en tanto que para las economías avanzadas se prevén pérdidas menores, de 2,3%”. Si se excluye a China del conjunto de países emergentes, el retroceso para este grupo (6,1%) es aún mayor que el que registrarían los países de bajos ingresos.

Son pérdidas significativas, que borran los avances logrados en la reducción de la pobreza durante los últimos años. En ese sentido, se “prevé que 95 millones de personas más caigan en la pobreza extrema en 2020, en comparación con las proyecciones anteriores a la pandemia”.

En el caso puntual de América Latina, el impacto de la pandemia fue comparativamente mayor en relación con el resto de las regiones que conforman el grupo de economías emergentes y en desarrollo. En términos agregados la actividad cayó 7% en 2020, uno de los registros más elevados en perspectiva global. Además, el rebote esperado para este año es comparativamente menor (4,6%), lo que supondrá una profundización de su rezago relativo.

América Latina ya era la región más desigual del mundo. Y según los cálculos del Fondo, la desigualdad se incrementó 5% respecto de los niveles previos a la crisis y la pobreza aumentó en 19 millones de personas. Por si fuera poco, la pandemia tendrá como resultado un deterioro persistente del capital humano, dado que el cierre de las escuelas fue más prolongado en relación con el resto de las regiones.

Según datos de la Unesco, los cierres ‒totales y parciales‒ en América Latina se extendieron por más de 35 semanas ‒datos hasta el 29 de marzo‒. Para tener una referencia, los cierres en el resto de los países fueron, en promedio, de aproximadamente 25 semanas.

¿Qué impacto tendría esto a mediano y largo plazo? De acuerdo al organismo, “el ingreso de los estudiantes de edades comprendidas entre 10 y 19 años podría ser, en promedio, 4% más bajo a lo largo de su vida si no se compensan los días de clase perdidos en 2020”.

Entre tanta desgracia, uno de los factores que podría contribuir a recuperar parte del terreno perdido refiere al precio de las materias primas, un factor que fue clave para los avances logrados durante el período que se extiende entre el 2000 y 2014. Obviamente, este factor ayudará en la recuperación, pero por sí solo no será suficiente para que los países latinoamericanos puedan abordar los enormes desafíos que legará la pandemia. Más si se consideran las tensiones que ya estaban latentes previamente, y que derivaron en episodios de descontento en varios países durante la segunda mitad del 2019 ‒muchos de los cuales tuvieron expresiones violentas‒.

Sobre esa base se suman los retrocesos descritos, la revolución tecnológica y las lecciones que se desprenden del análisis histórico del legado de las pandemias en materia de descontento e inestabilidad social. Como resultado de la conjunción de estos factores, puede aumentar la polarización y pueden detenerse muchas de las reformas que estaban pendientes previas a la crisis inducida por la pandemia. Evitar esto será clave para construir futuro, y eso requerirá apuntalar la productividad y un nuevo pacto para atender adecuadamente las demandas redistributivas y de aseguramiento social.