La música y las finanzas, o el arte y el dinero, han sido históricamente dos mundos con relaciones conflictivas. Muchas veces el arte discurre como expresión crítica al sistema, el dinero juega el rol de la grasa que hace que las tuercas giren sin rechinar, y a la vez, porque el arte (o, mejor dicho, los artistas) viven dentro del sistema, lo necesitan.

Como dijo Charly, “el arte es cagarse de frío”. Y todos los artistas saben que la filosofía se suspende cuando empieza el frío. Y todo esto sin entrar en el ecosistema de incentivos económicos, a veces perversos, característicos de la industria artística: desde las grandes galerías y su relación con los museos, exposiciones y críticos de arte, que tienden a generar un círculo endogámico y levantar barreras de entrada para nuevos artistas sin antecedentes o conexiones, hasta los estudios de música y los estrafalarios contratos que les imponen a algunos artistas (polémica bien reflejada en el caso relativamente reciente de Taylor Swift). No es raro entonces, a la luz de lo anterior, que la mayoría de los artistas tengan cierta desconfianza –o como mínimo, reticencia– hacia el mundo financiero. Y ni que hablar con la parte de ese mundo más especulativa y orientada en torno a una ideología que muchos han caracterizado como liberal o libertaria.

El desamor

Antes de adentrarnos en la relación de la música con el mundo crypto, vale la pena repasar algunos de los aspectos que reviste el estado actual de las cosas: el desamor. La web 2.0 (todas las plataformas que conocemos, como Facebook, Instagram, Twitter, Tiktok y demás) tocó la puerta de la música y le hizo una promesa: “Porque te queremos mucho, te traemos un regalo. Y ese regalo se llama distribución”. Y así fue que la música se ilusionó con las promesas de las plataformas. Antes tenían que ir a hablar con sus viejos conocidos, la radio y la televisión, y generar acuerdos no siempre beneficiosos para difundir su arte y su trabajo. Gracias a esa nueva promesa, eso podía cambiar radicalmente despejando el panorama de intermediarios; podía establecerse, plataformas y clics mediante, una relación más íntima y directa entre el artista y sus seguidores. Era difícil no enamorarse; la cancha podía nivelarse.

Sin embargo, el panorama al día de hoy es claramente otro. De los cerca de 8 millones de creadores que hay en Spotify, solo 7.800 perciben un salario suficiente para vivir de las regalías por stream que ofrece la plataforma. Según Adam Singer, inversor y compositor, por cada 1.000 reproducciones se le paga a un artista alrededor de 0,85 dólares, por lo cada reproducción tendría un valor de 0.00085 dólares. No soy matemático, pero creo que la expresión “tiende a cero” podría aplicar parcialmente en este caso. Ojo, este es un dato aproximado y específico de un artista independiente. Muchos grandes artistas, o podcasters, firman acuerdos millonarios paralelos con la empresa. Por ejemplo, este es el caso de Joe Rogan, cuyo podcast desató ahora una disputa entre Spotify y Neil Young por difundir teorías conspirativas y desinformar sobre la vacunación y el virus. Rogan cerró un acuerdo por 100 millones de dólares para trasladar su podcast, que es extremadamente popular a nivel global. Por otro lado, el ejecutivo mejor pago de Spotify, Dawn Ostroff, tiene una compensación anual de $7.484.030 dólares, y la empresa una capitalización de mercado de 33,5 mil millones de dólares.

Esto no es un ataque dirigido a Spotify, que, de hecho, a diferencia de su competencia directa, remunera (aunque mal) a sus creadores. Es un retrato de la situación actual, de las causas de la ruptura. De hecho, Spotify ha sido de los que mejor se ha portado; la gran mayoría de las plataformas esperan el trabajo duro de los creadores para recompensarlos con... corazones y pulgares para arriba. De esta manera, pese a las promesas tecnológicas, los artistas no tenían otra que optar por el mal menor de las plataformas frente al sistema tradicional. Hasta ahora.

La reconciliación

Con la excepción de David Bowie, cuya genialidad no se limitó al terreno musical y le permitió crear un instrumento financiero que contenía las regalías futuras por su música –los Bonos Bowie, que están muy bien desarrollados en el libro del economista Germán Deagosto–, no se me vienen a la mente artistas que destaquen por su expertise financiera. Sin embargo, eso podría estar cambiando.

En ese sentido, los NFT están revolucionando la forma de concebir estos temas y están volviendo a enamorar a los músicos con sus promesas. Una de las plataformas principales que está trabajando este tema es Sound XYZ. La plataforma, que levantó 5 millones de dólares de inversión en una ronda liderada por la prestigiosa firma Andressen Horowitz, brinda a los artistas una manera mucho más directa de monetizar su música y conectar con su comunidad.

Mediante esta plataforma, los artistas pueden lanzar ediciones limitadas de sus canciones como NFT, y sus seguidores pueden comprarlos para apoyarlos. Además, las ediciones nuevas tienden a ser más valiosas que las ediciones siguientes, lo que incentiva a toda la comunidad a buscar y explorar artistas nuevos. La “comunidad de Sound” también habilita otras funciones que para muchos resultan atractivas, como permitir comentarios que prueben su fanatismo desde el primer momento –y que desaparecen cuando se vende el NFT– o acceder a conversaciones semanales exclusivas con los artistas y actividades de ese estilo. ¿Lo mejor? La plataforma no capta comisión alguna: el copyright es exclusivo del artista, que gana el 100% de las ventas y además retiene 10% de regalía de todas las reventas de los NFT (lo que se denomina como “mercado secundario”). Artistas reconocidos mundialmente, como Pussy Riot, ya han utilizado esta plataforma.

Y esta no es la única plataforma que busca llevar los NFT al mundo musical y ayudar a los artistas a monetizar mejor su contenido. Royal, plataforma que también recibió inversión de Andressen Horowitz en una ronda de 55 millones dólares, se dedica específicamente a la venta de derechos de canciones, pudiendo los artistas financiarse vendiendo parte de las regalías de su música a su comunidad. Los coleccionistas pueden comprar fracciones de las regalías de los temas, atando sus incentivos económicos a los del artista, y generando una conexión más profunda: si al artista le va bien, el fan que lo apoyó desde el inicio no solo estará contento, sino que además habrá ganado dinero. Y mucho. Como prueba de concepto, en octubre, Royal y el artista DJ 3LAU regalaron activos digitales que representaban 50% de la propiedad de regalías por streaming de su última canción. En las primeras dos semanas, la canción se valorizó por encima de los 6 millones de dólares.

También existe Audius, firma que levantó unos 13,4 millones de dólares en una ronda liderada por General Catalyst y Coinbase Ventures, una empresa que intenta tomar otro rumbo para atacar el mismo problema, creando un servicio de streaming en blockchain, donde la dinámica de streaming es la misma, con la diferencia de que es gobernado mediante un DAO y funciona con su propia moneda, denominada $AUDIO.

Reflexiones finales

Todavía es muy pronto para predecir hacia dónde puede ir esto y si efectivamente las promesas pueden ser o no cumplidas. Podría representar el futuro, generando un mundo donde los candidatos a artistas cuenten con más oportunidades para perseguir una carrera profesional. Como divisaba el famoso ensayo “Thousand True Fans”, cada artista podría vivir de su grupo de fans, por más pequeño que pueda ser.

Podría, en cambio, torcerse y terminar siendo más de lo mismo, un montón de promesas vacías y corazones rotos. Por lo pronto, lo que es cierto es que hoy hay artistas que están viviendo de su música y que antes, bajo otras reglas, no hubiesen podido hacerlo. También es cierto que se están “descubriendo” nuevos músicos gracias a esta tecnología, o al menos se descubren a un ritmo más acelerado. Eso es lo que me ha pasado a mí, que ahora estoy escuchando “Crossed Our Hearts” de Pauline Herr en Sound XYZ, una artista y productora estadounidense que hace 20 minutos no sabía que existía. Me gusta pensar que lo que surja de todo esto será lo que construyamos en conjunto.