Hace más de un siglo, en la isla caribeña Santa Lucía nacía Arthur Lewis. Su modelo, pensado para entender la dinámica del crecimiento en los países emergentes, fue clave para impulsar el campo de la economía del desarrollo, motivo por el cual recibió el premio Nobel de economía en 1979. Más de 40 años después, otro premio Nobel lo rescata para ayudarnos a entender la profundidad de los cambios que está atravesando la economía mundial y sus consecuencias a mediano plazo.
Hace mucho tiempo, en una isla muy, muy lejana
“Las extraordinarias tasas de crecimiento de las dos décadas anteriores a 1973 sorprendieron a todos... Algunas personas quedaron aún más sorprendidas por el desempeño de los países en vías de desarrollo. En 1950, muchas personas se mostraban escépticas sobre la capacidad de estos países para crecer rápidamente debido a sus actitudes, instituciones o climas inadecuados. El sol calentaba demasiado para el trabajo duro, la gente era demasiado derrochadora, el gobierno demasiado corrupto, la tasa de fertilidad demasiado alta, la religión demasiado mundana, y así sucesivamente”.1 Así se despachaba contra escépticos y prejuiciosos sir Artur Lewis, el héroe de nuestra historia, cuando en 1979 fue galardonado con el premio Nobel de economía.
Había nacido 64 años antes, en la isla Santa Lucía. Nunca quiso ser economista, tampoco médico ni maestro. “Eso me puso en un aprieto, ya que el derecho, la medicina, la predicación y la enseñanza eran las únicas profesiones abiertas a los negros en mi época. Yo quería ser ingeniero, pero ni el gobierno colonial ni los ingenios azucareros contratarían a un ingeniero negro”. Sin embargo, a los 17 años ganó una beca del gobierno de Santa Lucía y se fue a estudiar a la London School of Economics, donde se doctoró en economía industrial.
Posteriormente, su curiosidad intelectual y sus raíces lo llevaron a estudiar los problemas del desarrollo. “Mi interés por el desarrollo fue producto de mi antiimperialismo”. Y fue la persecución de ese interés lo que lo terminó conduciendo al Nobel, pero no fue un camino fácil. “Estuve expuesto a toda clase de restricciones, que me negaran habitaciones de hotel, que me rechazaran en trabajos para los que había sido recomendado, una generalizada falta de cortesía y todo lo demás”. Sin embargo, “algunas puertas que se suponían debían estar cerradas se abrieron y fui el primer negro en muchas ocupaciones”.
Friedrich Hayek lo describió como uno de los mejores profesores de la London School of Economics. Dio clases en la Universidad de Mánchester y en Princeton y fue condecorado como caballero del Reino Unido en 1963. También fundó el Banco Caribeño de Desarrollo y, cerrando el círculo biográfico y narrativo, ganó el premio Nobel en 1979 por “sus investigaciones pioneras del desarrollo económico, con particular atención a los problemas de los países en vías de desarrollo”. Murió el 15 de junio de 1991 en Barbados. Sus restos descansan en Santa Lucía, en el colegio comunitario que lleva su nombre, y su rostro está inmortalizado en los billetes de 100 dólares del Caribe Oriental.
Como señalaba esta semana Michael Spence, también laureado con el Nobel, “su marco conceptual ha demostrado ser invaluable para entender y guiar el cambio estructural en varias economías emergentes”.2 Y no sólo eso: su modelo podría ayudarnos ahora a entender dónde está parada la economía mundial y nos aporta una visión alternativa para enriquecer el debate actual sobre el problema inflacionario en Estados Unidos –que también es un problema nuestro, por lejano que parezca–.
El modelo original de Lewis
En una de sus obras principales, Desarrollo económico con oferta ilimitada de mano de obra (1954), Lewis parte de una economía dual en vías de desarrollo en la que convive un sector exportador de alta productividad con un sector tradicional de baja productividad y abundante mano de obra. Podemos pensar en China y en la dinámica que caracterizó a la interacción entre su sector manufacturero y su sector agrícola durante las últimas décadas. La idea básica es que estos países crecen expandiendo sus sectores exportadores, que absorben la mano de obra excedente en los sectores tradicionales.
El sector exportador es más que rentable, en tanto cuenta con un reservorio de trabajadores excedentarios que lo alimenta y limita el aumento salarial. Cada trabajador que incorpora aumenta su contribución a la producción, porque está mejor “equipado” con tecnología y capital de lo que estaba en el sector tradicional de baja productividad. Si me cambian la máquina de escribir por una computadora, voy a escribir más rápido esta columna. En breve, rindo más.
Como explicaba Sebastián Fleitas, “en el proceso productivo, sea cualquier cosa que estemos creando, las empresas o el Estado combinan capital, trabajo y tienen determinado nivel de productividad, de cómo hacen las cosas. Cuanto mayor es el nivel de productividad, mayor es la cantidad de productos que se obtienen por cada unidad de insumo que se utiliza”.3 A medida que pasa el tiempo, la reconversión de los trabajadores generada por el éxodo entre un sector y el otro va elevando los ingresos medios de la economía y promoviendo el florecimiento de otros sectores. En otras palabras, va empujando el desarrollo económico.
Como la productividad es alta y el salario es bajo, el sector dinámico, que está expuesto a la competencia internacional, tiene incentivos para aumentar la inversión en capital físico (maquinaria, equipos, herramientas, etcétera), dado que le reporta un retorno elevado cuando la combina con trabajadores “mal pagos”. Mal pagos en el sentido de que cobran por debajo de lo que producen, o, en los términos técnicos del modelo, que su salario es menor a su productividad marginal –el valor adicional que su trabajo le añade al producto–. De hecho, la capacidad productiva del país sólo está limitada por el acervo de capital físico, dado que el otro factor de producción, el trabajo, es abundante y barato porque existe un “ejército industrial de reserva” que satura las grietas de los sectores de subsistencia.
Mientras esta dinámica se mantiene, y puede mantenerse durante décadas, las economías en vías de desarrollo pueden crecer a tasas excepcionalmente altas. De nuevo, China nos ofrece el ejemplo más ilustrativo. Sin embargo, nada dura para siempre. A medida que merman las filas de ese ejército de reserva, las presiones salariales aumentan y “el costo de oportunidad de trasladar más mano de obra de los sectores tradicionales a los que se modernizan ya no es desdeñable”. Eventualmente la rentabilidad baja, la inversión cae y el crecimiento se desinfla.
Cuando ese proceso se completa es que llegamos al “punto de inflexión de Lewis”. En ese punto, la única alternativa para sostener el crecimiento es elevar la productividad en todos los sectores de actividad. Y es ahí donde muchos países fracasan y terminan atrapados en la trampa de los ingresos medios. Con esto queda presentado el modelo original que desarrolló Lewis para explicar la realidad de los países pobres y los desafíos que emergen en su tránsito hacia estadios mayores de desarrollo.
El modelo reformulado de Spence
La novedad que introduce Spence pasa por extrapolar la validez de este modelo a la economía mundial. En lugar de pensar en dos sectores, podemos considerar dos grupos de países: las economías avanzadas y los países emergentes. Globalización mediante, ambas esferas se fueron conjugando durante más de 40 años y hoy convivimos en un mundo dual e integrado, como la economía de Lewis.
Durante la conjunción de las esferas –guiño para los amantes de The Witcher– los países en vías de desarrollo funcionaron como el sector agrícola improductivo del modelo original, alimentando los procesos de producción de las principales economías con “cantidades enormes de mano de obra y capacidad productiva antes desconectadas e inaccesibles”.
Esto produjo resultados “impresionantes”, pero limitó el aumento de los salarios y erosionó el poder de negociación de los trabajadores en el mundo desarrollado. Sin embargo, nada dura para siempre. Luego de varias décadas de crecimiento, muchos países emergentes avanzaron varios casilleros y el mundo ya no cuenta con “grandes reservorios de mano de obra de bajo costo y accesible para alimentar la dinámica anterior”.
¿El mundo llegó al famoso punto de inflexión de Lewis?
Podría ser. Si así fuera, las “fuerzas que han venido deprimiendo los salarios y la inflación en los últimos 40 años están disminuyendo”. En efecto, el dinamismo prolongado de muchos países emergentes trasmutó una parte del ejército de reserva por un ejército de consumidores de ingreso medio y diezmó la capacidad productiva de “ultra bajo costo”.
En paralelo, las economías han envejecido y la pandemia podría dejar cicatrices permanentes en la oferta de trabajo.4 Bajo estas condiciones, argumenta Spence, podría revertirse el proceso de caída que durante las últimas décadas exhibió la participación de los ingresos laborales en el PIB, pese al efecto que podría derivarse de la automatización. Ante este escenario, el crecimiento global empezaría a quedar restringido, no por el lado de la demanda –consumo, inversión y comercio–, sino por el lado de la oferta y la productividad –por las condiciones mismas de la producción–.
En suma, si bien Lewis limitó su alcance a los países en vías de desarrollo, “su percepción de que los patrones de crecimiento cambian drásticamente dependiendo de si existen recursos productivos accesibles sin explotar (especialmente mano de obra) es más relevante que nunca”. Esta percepción, al día de hoy, implica “cambios en los patrones de crecimiento, la estructura de las economías, la configuración de las cadenas de suministros globales y los precios relativos de casi todo”. Y, más importante, indica que esta transición será irreversible, porque estamos ante un “cambio de régimen en la economía global”; el mundo podría estar frente al punto de inflexión de Lewis y eso, al ser un “movimiento tectónico”, alumbra un período de considerable incertidumbre.
Es más, “una consecuencia clara de este proceso es que las fuerzas inflacionarias han virado fundamentalmente. Después de desaparecer o aplanarse por un período prolongado, la curva de Phillips probablemente esté de regreso de manera permanente”.
¿La curva de Phillips?
Sí, la curva de Phillips, que describe una relación inversa entre la inflación y el desempleo y nos permite atar lo anterior con la acalorada discusión en torno a las perspectivas inflacionarias en Estados Unidos. Cabe recordar que la inflación está hoy en el nivel más alto desde 1982 y que hay dos posturas bien marcadas sobre su naturaleza y persistencia. No me voy a extender con este debate, pero sí voy a recoger algunos de los planteos de Paul Krugman –vocero no oficial de quienes visualizan el salto inflacionario como transitorio– para continuar con este derroche de especulaciones.5
“¿Podríamos haber tenido una inflación considerablemente más baja sin un panorama laboral mucho peor?”, se pregunta. “Y de no ser así, ¿habría sido buena idea aceptar una recuperación económica más lenta del empleo a cambio de menos inflación? Mi respuesta es un no rotundo a la primera pregunta y un probable, aunque no del todo seguro, no a la segunda”. Lo que está implícito detrás de sus interrogantes es justamente la curva de Phillips y el dilema que plantea: ¿es posible bajar la inflación sin generar desempleo? O, como lo pone Krugman, “¿podemos reducir la inflación con dignidad?”.6
Como advertía Robert F Kennedy, el desempleo es mucho más que un problema económico, es un problema cívico que priva a las personas de participar en la vida común de la ciudadanía. “El desempleo significa no tener nada que hacer, lo que, a su vez, implica no tener nada que ver con el resto de nosotros. En el fondo, estar sin trabajo, no ser de provecho para nuestros conciudadanos, es como ser aquel hombre invisible del que escribió Ralph Ellison”.7
Por eso hay que evitar que el desempleo se arraigue y se convierta en desempleo de largo plazo, como sucedió luego de la crisis de 2008. Además, un mercado laboral deficiente tiene efectos de largo aliento sobre la trayectoria futura de los jóvenes que se van sumando mes a mes a la vida activa. “A menos que los responsables de la toma de decisiones políticas tengan acceso a alguna varita mágica de la que no tengo noticia, en 2021 sólo habríamos podido mantener baja la inflación a costa de una recuperación del empleo mucho más lenta. Y eso habría sido malo”. Acá está de nuevo el dilema que se desprende de la curva de Phillips.
Más preguntas que respuestas, como debe ser
Según lo entiendo, el debate sobre la transitoriedad de la inflación discurre sobre la intensidad que se les adjudica a los problemas de oferta –el funcionamiento intermitente de la cadena de ensamblaje global por la pandemia– y a los factores de demanda –el efecto de los estímulos monetarios y fiscales–.
Para Krugman, capitán del equipo transitorio, las medidas de apoyo contenidas en el plan de Joe Biden para “reconstruir mejor” no van a tener el efecto inflacionario que le adjudican sus contrincantes argumentativos. Cuando se liberen los cuellos de botella que hoy afectan el funcionamiento de esa cadena invisible de producción que atraviesa el mundo para generar todo lo que consumimos, la inflación va a ceder. Sobrerreaccionar, cegados por el miedo al fantasma de la inflación que azotó al país durante los años 70, sólo va a generar dolor, porque supondrá convivir con niveles de desempleo mucho más elevados. La inflación va a ceder sin necesidad de pegarse un tiro en el pie.
Para Larry Summers, capitán del equipo permanente, la “gravedad de la situación se subestima”.8 Las presiones que están empujando los precios no van a ceder, van a afectar la formación de expectativas de los agentes, y la inflación va a echar raíces difíciles de arrancar. El fantasma de la inflación de los 70 es real y nos está acechando. No actuar con firmeza, por tanto, es un gran error del cual la Reserva Federal se lamentará cuando ya sea muy tarde.
Más allá de sus discrepancias, creo que ambos apuntan a factores menos estructurales de los que se desprenden del análisis que hace Spence con base en el modelo de Lewis. Ni Krugman ni Summers registran los movimientos tectónicos de los que nos advierte esta última lectura. Sin embargo, ambos han sido soberbios en la defensa de sus posturas y han descalificado las visiones que disienten de ellas; son “verdaderamente estúpidas” y “niegan la ciencia”.9
Como escribió esta semana Dani Rodrik, “la economía no es una ciencia con reglas fijas” y “la única respuesta válida a las preguntas de política en economía es ‘depende’”. Por eso, “los economistas deben ser humildes cuando recomiendan (o descartan) varias estrategias para combatir la inflación. Y si bien los formuladores de políticas deben prestar atención a la evidencia y los argumentos económicos, deben mostrarse escépticos cuando los economistas que los asesoran muestran una confianza excesiva”.10
África: ¿un pulmón de mano de obra barata para sostener la dualidad?
Podría serlo. Y esa parece ser la visión de China, que estaría buscando en ese continente olvidado un nuevo reservorio de mano de obra barata para sostener ese dualismo generador de crecimiento “fácil” como ventaja estratégica ante Estados Unidos. Cuatro décadas de crecimiento anual superior a 9% diluyeron parte de la mano de obra excedentaria en condiciones de subsistencia; del árbol del crecimiento, los frutos que colgaban más abajo ya fueron recogidos.
Como argumenta Branko Milanović en su último libro, China parece estar dispuesta a asumir un papel internacional más activo y a “vender” su éxito y experiencia al resto del mundo. Son varias las iniciativas que así lo demuestran, pero una de las más importantes es el “papel cada vez más destacado que desempeña en África y, en consecuencia, la remodelación de la estrategia de desarrollo allí”.[11] En ese sentido, no sorprende que muchos de los países que tienen sistemas de capitalismo político a la China sean africanos y tengan “fuertes lazos económicos” con el gigante asiático.[12]
Hace varios años el Fondo Monetario Internacional publicaba un artículo titulado “El fin de la mano de obra barata”, argumentando que el excedente de mano de obra chino alcanzó su máximo en 2010 y que “llegará al punto de inflexión de Lewis entre 2020 y 2025”.[13] Otros análisis lo sitúan al menos una década atrás. En cualquier caso, nuestro argumento no cambia sustancialmente.
[11] Capitalismo, nada más, Branco Milanović.
[12] “Un cuento serbio: China y el futuro del capitalismo”, la diaria; “China y su Partido Comunista: ¿por los siglos de los siglos?”, la diaria.
[13] “The End of Cheap Labor”, IMF, Finance & Development.
-
“The Slowing Down of the Engine of Growth”, Arthur Lewis Prize Lecture. ↩
-
“Regime Change in the Global Economy”, Project Syndicate. ↩
-
“Con Sebastián Fleitas: la ‘batalla del futuro’ en la pospandemia pasa por la productividad y el Estado de bienestar”, la diaria. ↩
-
“La Gran Renuncia y otras historias de descontento, epifanías y autoengaños”, la diaria. ↩
-
“La inflación en 2021 y la política monetaria hacia 2022: un panorama global”, la diaria. ↩
-
“The Economic Case for Goldilocks”, The New York Times. ↩
-
Public Philosophy: Essays on Morality in Politics, Michael Sandel. ↩
-
“Summers Says He Doubts U.S. Inflation Will Slow to 2% This Year”, Bloomberg. ↩
-
Krugman, en referencia a la propuesta de control de precios que realizó la economista Isabella Weber en The Guardian (luego se disculpó), y Summers, en referencia a las políticas antimonopólicas como solución a la inflación. ↩
-
“Inflation Heresies”, Project Syndicate. ↩