El contexto económico

Desde que abandonó la Unión Europea en 2016, los problemas económicos del Reino Unido no han hecho más que acumularse. En efecto, antes de que se desatara la pandemia, las dificultades para superar el crecimiento anémico de la productividad ya eran evidentes, y probablemente se profundizaron producto del divorcio con el bloque.

El número de relaciones comerciales con los países europeos, estimado por la London School of Economics, cayó 30% en los seis meses que le siguieron a la separación. La intensidad del comercio se redujo, como evidencia la trayectoria comparada del desempeño pospandemia respecto a las economías del G7. También aumentó la burocracia, erosionando significativamente la eficiencia de la economía y sus vínculos con la Unión Europea, y se incrementaron los precios de las importaciones, otorgándole un impulso temprano a la inflación. Cuando irrumpió la pandemia, el crecimiento potencial británico ya había enfrentado un revés que agudizaba debilidades preexistentes.

En 2020 la economía se contrajo 9,3%, y luego rebotó 7,3% en 2021. Según los últimos datos, el PIB se habría contraído levemente durante el segundo trimestre de este año y las perspectivas apuntan en la dirección de un crecimiento casi nulo en 2023. En paralelo, la inflación se aceleró hasta el 10% y las cuentas públicas continuaron deteriorándose, todo ello en un marco signado por los efectos de la crisis energética.

El plan y sus repercusiones

Con el objetivo de atacar estos problemas, el plan económico impulsado por el gobierno de Elizabeth Truss tenía tres prioridades: “Crecimiento, crecimiento y crecimiento”. Con esto como faro, la estrategia se recostaba sobre los estímulos por el lado de la oferta, es decir, buscaba reducir la carga de impuestos y regulaciones para alentar la iniciativa privada, estimulando así la inversión y por esa vía el crecimiento. En espíritu, era una reedición de lo que se dio en llamar Reaganomics, en alusión al paquete de estímulos desplegado por Ronald Regan durante los años ochenta, que tuvo su versión británica al influjo de las iniciativas de Margaret Thatcher.

Entonces, ¿en qué consistía concretamente esto del Trussonomics? En reducir los impuestos -bajar el tramo más alto del impuesto sobre la renta, reducir la tasa básica y las alícuotas de impuestos a las ganancia, dividendos y aportes, entre otras medidas-, congelar las tarifas de la energía y crear zonas de inversión bajo esquemas regulatorios mucho más laxos. En total, el costo estimado del plan rondaba el 2% del PIB.

Sin embargo, lejos de contribuir en la dirección deseada, el plan para reflotar el crecimiento tuvo un final desastroso que hizo convulsionar los mercados: se disparó el costo de financiamiento, la bolsa registró caídas récord, saltaron las hipotecas y la libra se derrumbó registrando una debilidad no vista en más de tres décadas -en términos reales-. ¿El resultado? La destitución de Kwasi Kwarteng, el ministro de finanzas, y posteriormente la caída de Truss tras 44 días en el cargo.

¿Cuáles fueron los problemas del plan?

La inconsistencia macroeconómica

La primera inconsistencia refiere a la implementación de una rebaja de impuestos que no es acompañada por un recorte del gasto, sino que se financiaría con el aumento del endeudamiento. Dada la delicada situación económica que atraviesa el país, que en parte no es distinta a la que enfrenta el mundo en términos del bajo crecimiento y la elevada inflación -riesgo de estanflación-, los mercados decodificaron que esta inconsistencia arrojaría un incremento impositivo en el futuro.

Si los agentes interpretan que la situación impositiva se revertirá, el efecto buscado sobre la inversión se diluye. Los recortes del presente son los aumentos del futuro, por lo que la presión fiscal sólo se desplaza en el tiempo difiriendo el momento del pago. En otras palabras, como advirtió el ex economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Kenneth Rogoff, “cuanto más incoherente es un paquete de políticas, más probable es que se termine revirtiendo”.

Por otro lado, la segunda inconsistencia macroeconómica se relaciona con los sesgos opuestos de las dos herramientas de política económica, la fiscal y la monetaria. La rebaja de los impuestos implica una política fiscal expansiva, en un momento en el que la política monetaria está endureciendo el combate contra la inflación con un sesgo contractivo. Esto es, una política se mueve en una dirección, y la otra se mueve en el sentido contrario: se aprieta el acelerador (por el lado fiscal) con el pie apoyado en el freno (por el lado monetario).

Dado que el impulso fiscal sobre la demanda puede alimentar mayores presiones inflacionarias, el trabajo del Banco Central de Inglaterra se torna todavía más complejo y lo obliga a moverse hacia una estrategia más agresiva a efectos de mitigarlas. ¿Esto que significa? Que las tasas de interés deben subir más para compensar ese empuje, y eso supone un encarecimiento mayor del endeudamiento. Todo esto tuvo, además, una derivada negativa y significativa sobre el plano previsional y el mercado de hipotecas.

Foto del artículo 'Trussonomics y la crónica de una muerte anunciada'

Incluso el FMI reprendió la estrategia del gobierno, advirtiendo en un comunicado que, “dadas las elevadas presiones inflacionarias en muchos países, incluido el Reino Unido, no recomendamos paquetes fiscales grandes y sin objetivos específicos en este momento, ya que es importante que la política fiscal no funcione en forma contraria a la política monetaria” En suma, el recorte impositivo no financiado, en conjunto con la ausencia de consistencia entre las políticas fiscal y monetaria, vaciaron al plan de fundamentos, dinamitando por completo su credibilidad.

La regresividad

El otro problema del plan era su carácter regresivo, dado que los recortes de impuestos beneficiarían desproporcionadamente a los segmentos más pudientes de la población. “Se le estaba pidiendo al 95% inferior de los británicos que pagaran recortes impositivos que beneficiaban al 1% de arriba”, escribía hace una semana Jason Furman, profesor de Harvard y miembro del Instituto Peterson de Economía Internacional.

En efecto, como precisó Mathías Consolandich, economista de la consultora Exante, “alrededor de dos terceras partes de la baja de impuestos iría a las familias en el 20% más alto de la distribución de ingresos y casi la mitad del recorte se concentraría en los hogares con el 5% de ingresos más alto”.1

Sobre esto también alertó el FMI, indicando que la naturaleza de las medidas aumentará la desigualdad, en un contexto global ya caracterizado por un ensanchamiento de las brechas asociado a los impactos de la pandemia y de la guerra.

Los subsidios a la energía

Otro elemento criticado de la estrategia original de Truss fue el de los subsidios a la energía, no sólo por su impacto sobre las finanzas públicas, sino porque distorsionan los incentivos para la reducción del consumo de combustibles fósiles. Como advirtió Rogoff, aunque esta medida se presentó como temporal, los subsidios a la energía son muy difíciles de eliminar una vez adoptados. “Es verdad que otros países europeos también están apelando a medidas desesperadas para hacer frente a los enormes encarecimientos que los consumidores han debido enfrentar desde la invasión rusa de Ucrania, pero el plan de Truss, por su alcance y su escala, parece propio de los mercados emergentes”.

Una muerte anunciada

“Dada la situación, no puedo cumplir con el mandato para el cual fui elegida por el Partido Conservador”, declaró Truss antes de dimitir y dar por terminado este fugaz intento de reeditar, con un pésimo timing, un programa de estímulos al crecimiento por el lado de la oferta. Como señaló el argentino Eduardo Levy Yeyati en su cuenta de Twitter: “La efímera saga del gobierno de Liz Truss debería alertarnos sobre las consecuencias prácticas del populismo de derecha. La prudencia fiscal no es ideológica”.


  1. “Reino Unido: ¿Por qué se desplomó la libra? ¿Qué impactos pueden tener las medidas del nuevo gobierno? Análisis de Mathías Consolandich”. En perspectiva