“Adam Smith dijo que el mejor resultado surge cuando todos los individuos hacen lo mejor para ellos, ¿verdad? ¡Incompleto! El mejor resultado surge cuando todos los individuos hacen lo mejor para ellos y para el grupo. ¡Adam Smith estaba equivocado!”. Esta epifanía edulcorada por Hollywood del matemático John Nash, interpretado por Russell Crowe en la película Una mente brillante, describe una de las conclusiones más importantes del dilema del prisionero, un ejemplo clásico de la Teoría de Juegos: cuando cada agente económico persigue su interés individual, el resultado emergente es peor del que resultaría si cooperasen. ¿Podría este dilema aplicarse al análisis de la carrera global por encontrar hidrocarburos?

Uruguay en busca de hidrocarburos

El pasado mes de mayo Ancap firmó un contrato con la empresa petrolera Challenger Energy para llevar adelante tareas de prospección y exploración de hidrocarburos en un bloque de la plataforma marítima nacional. Un mes después anunció la adjudicación de tres bloques adicionales a las empresas Shell y Grupo APA con el objetivo de identificar reservas comercialmente explotables de petróleo y gas natural. De esta forma, Uruguay vuelve a colocarse en el pelotón de los países que persiguen la gallina de los huevos de oro negro.

Seguramente pocas actividades reflejen mejor las contradicciones alojadas en el corazón del desarrollo como la exploración de hidrocarburos en países emergentes. Es muy probable que no exista una imagen tan nítida del choque entre necesidad y estrategia, entre urgencia y planificación, entre racionalidad individual e irracionalidad colectiva. Parece tan insensato plantear que debería abandonarse esta empresa en un país donde uno de cada cinco niños menores de seis años vive en hogares pobres, como plantear seguir adelante con la búsqueda de hidrocarburos a la luz de las advertencias de un ¿futuro? distópico que la ciencia reitera con obstinación.

La discusión no es para nada simple o trivial. Discurre en planos espaciales y temporales diversos, requiere reflexiones sustentadas en fundamentos donde no existen consensos, desvía la atención de urgencias cotidianas muy legítimas, demanda una coordinación global sin precedentes y queda demasiado lejos de lo tangible, al menos para quienes podemos pensar sobre el tema y tomar decisiones al respecto. Este análisis no pretende de ninguna manera recorrer todas las aristas del problemático poliedro, ni siquiera pretende ser exhaustivo en aquellas aristas que sí recorre. Simplemente busca poner sobre papel algunos insumos para un debate marginalmente mejor informado, o, al menos, que efectivamente tenga lugar este debate.

Composición de lugar, ¿tenemos problemas relacionados con la explotación de hidrocarburos?

La respuesta directa y universal sería: sí, tenemos problemas. Pero ¿quién tiene realmente problemas? En una muy breve síntesis, la quema de combustibles fósiles es la principal fuente de gases de efecto invernadero, calentamiento global y cambios climáticos a lo largo y ancho del planeta. Los cambios en los climas podrían no ser relevantes por sí mismos, pero la evidencia acumulada expone un conjunto de escenarios actuales y futuros de extrema complejidad para la subsistencia de las poblaciones más vulnerables. Los cambios climáticos ponen en jaque las dinámicas más elementales de las poblaciones históricamente postergadas: amenazan el acceso a recursos básicos como el agua, los alimentos, la vivienda y la energía, y aumentan la probabilidad de ocurrencia de eventos meteorológicos extremos con impactos devastadores sobre la vida, la salud, la seguridad y los medios de subsistencia. Además, configuran factores multiplicadores de vulnerabilidades preexistentes como pobreza, inseguridad alimentaria y conflictos bélicos, entre muchos otros impactos.

El cambio climático es básicamente un fenómeno regresivo a escala global con impactos significativos sobre billones de personas y efectos diferidos en el tiempo, hipotecando principalmente el bienestar de las generaciones por venir. Asimismo, es un fenómeno que se intensifica de forma continua y no lineal con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Esto quiere decir que el sistema climático no tiene estados binarios ni saltos discretos. El corolario de esta propiedad es que toda reducción de emisiones es relevante: el objetivo no debería ser realmente limitar el aumento de la temperatura promedio global en superficie a 1,5 ºC o 2,0 ºC, sino limitarlo tanto como sea posible. Tampoco debería tratarse de limitarlo para el año 2050 o el 2100, sino de limitarlo tan rápido como se pueda.

¿Por qué seguimos quemando combustibles fósiles?

Casi el 80% de la energía que se consume en el mundo se genera quemando carbón, derivados de petróleo y gas natural. El peso relativo de estos combustibles en la matriz de abastecimiento de energía global se ha mantenido relativamente constante en la última década (80,7% en 2009; 79,6% en 2019).1 El consumo de energía, sin embargo, ha crecido un 15% en el mismo período. En este caso la matemática es sencilla: el consumo de combustibles fósiles ha aumentado un 15% entre 2010 y 2020. Si alejamos la lupa y miramos los últimos 30 años, vemos que desde 1990 el consumo de petróleo creció un 40%, el consumo de carbón un 75%, y el consumo de gas natural un 100%.2

¿Podría explicarse este aumento por el crecimiento de la población mundial? Parcialmente, quizás. En los últimos 30 años la población mundial creció un 45%,3 al tiempo que el consumo de energía en general, y particularmente de combustibles fósiles, creció un 65%. Pero ¿dónde crece la población mundial? ¿Cuánta energía consume esta población creciente?

El aumento de la población entre 1990 y 2020 se explica mayoritariamente por los crecimientos registrados en los países más empobrecidos de Asia (57%) y África (30%). La contribución al crecimiento demográfico global de las economías centrales ha sido marginal en este período. Si tomamos como referencia el consumo anual de energía per cápita de África en 2021, podemos decir que un ciudadano promedio europeo consume 10 veces más, y un norteamericano 13 veces más. Para Sudamérica y Asia, este guarismo se ubica entre cuatro y cinco veces.4 Si además consideramos que esta población creciente consume energía de fuentes elementales como la leña, el carbón vegetal y los residuos agrícolas, quemados en artefactos rudimentarios e ineficientes, la justificación del crecimiento del consumo de combustibles fósiles se aleja del crecimiento de la población y se acerca a otras razones. ¿Cuáles?

“Nuestro mundo es adicto a los combustibles fósiles”, decía el secretario general de las Naciones Unidas António Guterres en su discurso ante la Asamblea General el pasado setiembre. La evidencia parece respaldarlo: a nivel global, los subsidios a los combustibles fósiles se ubicaron en 5.9 trillones de dólares en el año 2020, lo que equivale a 650 millones de dólares por hora. En menos de cuatro días, el mundo vuelca el equivalente al PIB de nuestro país para subsidiar este tipo de combustibles. Sin embargo, es válido preguntarse: ¿nuestra adicción es realmente a los combustibles fósiles como afirma Guterres? ¿Este debería ser el foco de nuestros debates?

Foto del artículo 'Uruguay en busca de hidrocarburos: atrapados en el dilema del prisionero'

Energía y bienestar: una relación disfuncional

La demanda de energía crece a nivel global, mayoritariamente alimentada por combustibles fósiles. Crece más que la población, y crece aún más que la población que puede acceder a ella. ¿Cuánta energía realmente necesitamos para asegurar el bienestar? Un conjunto de investigadores de la Universidad de Stanford, la Universidad de Princeton y otras universidades ha intentado recientemente estimar cómo se vincula la energía con el bienestar.5 El estudio de Jackson y colaboradores relaciona el consumo de energía per cápita con nueve indicadores vinculados al bienestar: acceso a electricidad, coeficiente de Gini, expectativa de vida al nacer, calidad de aire, felicidad, prosperidad, acceso a alimentación, mortalidad infantil y acceso a saneamiento.

Los resultados muestran que es suficiente consumir 75 GJ por persona y por año para obtener un 95% del rendimiento máximo en todos los indicadores evaluados. ¿Cuánto es 75 GJ? Más o menos el consumo promedio de energía de una persona en Uruguay. ¿Y en el mundo? De acuerdo a la Agencia Internacional de la Energía, el consumo promedio de energía se ubica en el entorno de 80 GJ por persona y por año.

“Nuestros resultados sugieren que el uso global de la energía actual podría, en principio, satisfacer las necesidades de todas las personas si se distribuyera equitativamente, acercándose al máximo de salud, felicidad y bienestar ambiental de los países más prósperos”, afirman Jackson y colaboradores. ¿Cómo se distribuye este consumo actualmente? De acuerdo a los últimos datos disponibles, un ciudadano promedio de África consume 15 GJ, de Sudamérica 60 GJ, de Asia 70 GJ, de Europa 150 GJ y de Norteamérica 200 GJ. Por simplicidad, sólo hablamos de promedios continentales, pero sabemos que en los océanos de promedios se ahogan los enanos. También sabemos que no hay que mirar a África necesariamente para encontrar personas que viven con estándares africanos.

Satisfacer las necesidades “dentro de los límites del consumo de energía actual requeriría aumentar el uso de energía de muchos países y reducir el uso de energía de otros. Es bien sabido que miles de millones de personas necesitan acceso a más energía para maximizar el bienestar. Que miles de millones de personas puedan, en principio, reducir el consumo de energía con poca o ninguna pérdida de salud, felicidad u otros resultados es más sorprendente, ya que reduce la necesidad de infraestructura energética adicional”, concluye el artículo.

De acuerdo a los resultados de Jackson y colaboradores, el problema energético no es de abastecimiento sino de equidad. No precisamos más energía, precisamos distribuirla mejor. Nuestra adicción no es realmente a los combustibles fósiles, sino al consumo de energía, o, más precisamente, a lo que nos brinda este excesivo e ineficiente consumo. Cuando superemos la fase de los combustibles fósiles, ¿seremos adictos al níquel, al litio y al cadmio? ¿Y después? El problema de la energía es además hoy un problema de supervivencia y de justicia global e intergeneracional.

El cielo es el límite

Para saciar nuestra adicción al consumo de energía quemamos combustibles fósiles, lo que provoca un aumento en la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera y un aumento de temperatura a nivel global. Cada décima de grado importa. Sin embargo, tomemos por simplicidad el objetivo trazado por Naciones Unidas en el Acuerdo de París: “Limitar el calentamiento global muy por debajo de los 2 ºC y preferiblemente por debajo de 1,5 ºC para fin de este siglo, en comparación con los niveles preindustriales”. Al día de hoy, el aumento de temperatura ya se ubica por encima de 1 ºC, es decir que el margen para mantenernos por debajo de los límites acordados en París es muy estrecho. ¿Cómo se traduce este margen en presupuesto de emisiones? ¿cuánto más podemos gastar?

Si quisiéramos limitarnos al presupuesto de carbono compatible con el objetivo de París más exigente deberíamos quemar solamente el 10% de las reservas de hidrocarburos ya conocidas. Si fuéramos más laxos y nos apegáramos al objetivo de los 2 ºC, podríamos permitirnos quemar hasta el 30% de estas reservas.67 Aun eliminando de la ecuación al carbón, el más contaminante de los combustibles fósiles, superaríamos el presupuesto estimado para el objetivo menos restrictivo. ¿Cómo se explica entonces que la enorme mayoría de los países del mundo, incluyendo a Uruguay, siga volcándose a la búsqueda de más hidrocarburos?

El problema de entender el problema

¿Qué recurso estamos efectivamente explotando cuando extraemos hidrocarburos? La respuesta es más compleja de lo que parece. Dividimos el planeta en Estados nación, y por azar (o no) a cada uno le toca un conjunto de recursos naturales que puede permitirse explotar. Algunos territorios han sido bendecidos con combustibles fósiles y otros no. Esta azarosa distribución del oro negro ha moldeado la geopolítica desde principios del siglo XX, y ha permitido a algunos países apropiarse legítimamente de los hidrocarburos que le han tocado en suerte y de la riqueza derivada de su explotación.

Sin embargo, en las últimas décadas nos hemos percatado de que el recurso relevante no es el yacimiento fósil ubicado debajo de nuestros pies, sino la capacidad de la atmósfera ubicada encima de absorber las emisiones generadas cuando el fósil se quema. Este recurso es indivisible, es común a todos, y, como tal, estaría destinado a la tragedia en la concepción de Garrett Hardin: los incentivos de cada individuo (Estado nación) para maximizar los beneficios inmediatos de la explotación de un bien común (atmósfera) van en detrimento del propio bien, y, en definitiva, del bien de cada individuo en el largo plazo.

Tal y como lo describió Hardin hace más de cincuenta años, cada individuo que explota hidrocarburos se apropia realmente de un recurso común que se deteriora de forma acelerada y continua, y que golpea mucho más fuerte a aquellos que no se han apropiado ni enriquecido por su uso. Cincuenta años después, pareciera que seguimos sin entenderlo, y, en consecuencia, cada país está jugando su propia carrera por hidrocarburos, en una dinámica de entendible racionalidad individual y completa irracionalidad colectiva.

¿Qué incentivos tienen los gobiernos para pensar más allá de sus fronteras? En 2007 Ecuador lanzó una iniciativa para recaudar 3.600 millones de dólares por no explotar los yacimientos petroleros del Parque Nacional Yasuní, en plena selva amazónica, valuados en 7.000 millones de dólares. La iniciativa Yasuní buscaba impulsar un cambio de prioridades en el modelo de desarrollo, jerarquizando la preservación de bienes y servicios fundamentales para el planeta a través de la corresponsabilidad de los Estados por encima de la explotación atomizada de recursos naturales. Para el año 2011 se habían recaudado menos de 15 millones de dólares (de los 100 millones que se pretendían recaudar para esa fecha), lo que determinó la terminación del fideicomiso creado para financiar la iniciativa y la consecuente aprobación de las actividades extractivas, paradójicamente, en pleno pulmón del planeta.8

Atrapados en el dilema del prisionero

Asumir que no precisamos más energía para asegurar el bienestar y afrontar la transición con más foco en la equidad que en el crecimiento es una conclusión novedosa de Jackson y colaboradores. Entender que la explotación de hidrocarburos es realmente la explotación del sistema climático, un recurso común a toda la humanidad, requiere de una madurez y una coordinación global sin precedentes. Imaginar el funcionamiento de iniciativas como Yasuní en un mundo que navega hacia los nacionalismos y los proteccionismos parece cada vez más una quimera.

En este contexto, plantear que Uruguay debería abandonar la búsqueda de hidrocarburos, una actividad que podría generarle ingresos extraordinarios en el corto plazo, parece de una insensatez patológica. Sin embargo, seguir la lógica del juego de la silla, del sálvese quien pueda y de la necesidad individual, nos conducirá con seguridad hacia escenarios distópicos, y eso parece al menos igualmente insensato.

“¿Por qué Noruega sí y nosotros no?”,9 preguntaba hace pocos días el presidente de Ancap para justificar la decisión del gobierno de avanzar en la búsqueda de hidrocarburos. Ciertamente es difícil refutar ese argumento en el plano en el que discurren las políticas actuales. “Si nos quedamos con nuestras formas estrechas de pensar sobre el mundo, soy muy pesimista [acerca de la gestión sostenible de recursos]”, reflexionaba hace una década Elinor Ostrom, primera mujer ganadora del Nobel de Economía por sus contribuciones al gobierno de los bienes comunes.

“Si pudiéramos cambiar de forma lenta pero segura la forma en que pensamos acerca de estos problemas, creo que hay formas [de gestionar los recursos] mucho mejores. Pensando de manera sistémica y entendiendo la diversidad y la complejidad del problema, y no rechazándola, creo que habría una buena posibilidad de hacerlo”. Tal vez en la visión de Ostrom haya una pista para responder al presidente de Ancap y escapar de la deriva que nos plantea esta versión moderna del dilema del prisionero. Tal vez la magnitud de este problema requiere empezar a pensarlo en otras dimensiones.


  1. Renewables 2022 Global Status Report. REN21. 

  2. International Energy Agency. Energy Statistics. 

  3. Base de datos del Banco Mundial. 

  4. University of Oxford. Our World in Data. 

  5. Jackson, Robert B, Anders Ahlström, Gustaf Hugelius, Chenghao Wang, Amilcare Porporato, Anu Ramaswami, Joyashree Roy y Jun Yin. 2022. “Human Well-Being and Per Capita Energy Use.” Ecosphere13(4): e3978. 

  6. “Analysis: What the new IPCC report says about when world may pass 1.5C and 2C”. Carbon Brief 10/08/2021. 

  7. “Burning World’s fossil fuel reserves could emit 3.5tn tons or greenhouse gas”. The Guardian, 19/09/2022. 

  8. “La Iniciativa Yasuní-ITT: una oscura lección sobre ética y desarrollo”. Patricio Eduardo Hernández Rentería. Facultad de Jurisprudencia PUCE, Ecuador. www.redalyc.org/journal/6002/600263428014/html/ 

  9. “Hidrocarburos en Uruguay: entre promesas de ‘prosperidad’ y posibles efectos colaterales en otras industrias”. la diaria, 12/10/2022.